¡Yo sigo creyendo en la mayoría de los sacerdotes!


Cualquier partido político, sindicato, club de fútbol, peña de ajedrecistas, o agrupación de lo que sea, se daría con un canto en los dientes por tener un colectivo de hombres tan entregados, tan bien preparados y tan motivados como son el colectivo de los sacerdotes. Hombres jóvenes (y menos jóvenes), con todo su futuro por delante, que, dejándolo todo (“Vende todo lo que tienes... y ¡sígueme!”), deciden seguir la llamada del Señor...

¡Cuántos sueños de heroísmo y santidad bullen en la mente y en el corazón de aquel que, en el momento de su consagración sacerdotal, postrado ante el Señor, se entrega en cuerpo y alma a Él y a su Iglesia!...

Es una experiencia común de prácticamente todos los sacerdotes, que el día más feliz e intenso de sus vidas es el día de su Consagración Sacerdotal y de su Primera Misa. Es algo increíble y espectacular, una experiencia espiritual única, que te marca para toda la vida. El Sacerdocio imprime carácter...

Pero... ¿qué pasa el día después? ¿Qué ocurre con aquellos hombres, llenos de vigor espiritual, ungidos de Dios, dispuestos a comerse el mundo o dispuestos a dar su vida por el Evangelio llegado el caso? ¿Qué ocurre con todos aquellos sueños de heroísmo y santidad, justo desde aquel segundo día?

Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos...

Se lamentaba en confesión un joven sacerdote recién ordenado de que, ya el segundo día de su ministerio, el párroco, en vez de invitarlo a estrenar su ministerio sacerdotal presidiendo y celebrando los sacramentos en su propia parroquia, le puso a fregar los salones parroquiales, porque ya había un sacerdote visitante amigo que se iba a encargar de las celebraciones, y al fin y al cabo, como decía Santa Teresa, “en los salones también está Dios...”. Para ese joven sacerdote había comenzado, efectivamente, el ministerio sacerdotal, pero según lo entiende la institución eclesiástica...

Y es que, así, el ambiente clerical-eclesiástico (cultivado durante siglos por la institución) se ha convertido en una tortura para la vida personal, espiritual y pastoral del buen sacerdote. Allí quedarán sepultados para siempre todos sus sueños de heroísmo y santidad. Allí empezará la humanidad del buen sacerdote a frustrarse, quebrarse y consumirse para el resto de sus días. Allí el buen sacerdote estará expuesto a todos y a todo, inerme y a la intemperie, desprotegido ante cualquier abuso que puedan cometer contra él, sin capacidad ninguna de defenderse. Allí el buen sacerdote, y en especial el pequeño buen sacerdote, sufrirá continua e impunemente bullying y mobing por parte de todos: por un lado, los laicos clericalizados (muchas veces pagados por el propio párroco), que se creen los amos del lugar, y por el otro, los clérigos, que son realmente los amos del lugar, instalados por fin en el beneficio eclesiástico y que ya empiezan, por tanto, a deber los favores recibidos y a guardar recíproca fidelidad...

Además, el sacerdote se verá obligado por la institución a desarrollar una pastoral absolutamente estéril e inútil, orientada exclusivamente a engordar lo más posible (y artificialmente, claro), el número, por ejemplo, de los niños de las Primeras Comuniones, o los números de los jóvenes de las Confirmaciones, que abandonarán la parroquia y la vida de la Iglesia al día siguiente mismo de la celebración del Sacramento, ellos y sus familias, con la consiguiente frustración para el sacerdote (que dedicó varios años de su ministerio, en cada tanda, a la formación de estos niños y de estos jóvenes...). Una pastoral impuesta desde la institución eclesiástica exclusivamente para tener controlados a todos, a sacerdotes, a fieles y a clérigos, para el sostenimiento de la institución. El ansia de la institución eclesiástica es su sostenimiento, no la evangelización. Primero es la institución, después, todo lo demás...

Además, y como estamos descubriendo ahora, el ambiente deteriorado (por decirlo finamente) clerical-eclesiástico que se ha estado cultivando durante cientos y cientos de años, propicia que muchos de aquellos hombres buenos que entraron en el ministerio cargados de sueños de heroísmo y santidad, acaben infectados de vicio y podredumbre moral, enviciando, así, desde la propia institución, a toda la Iglesia, Esposa de Cristo...

Yo no estoy de acuerdo con que se diga que la Iglesia es fabrica de pederastas. No es lo mismo la Iglesia que la institución eclesiástica. Es la institución eclesiástica la que ha favorecido estas situaciones, y además desde hace cientos y cientos de años...

La institución eclesiástica ha fracasado en crear un marco eclesial que impulse y anime a los sacerdotes a dar lo mejor de sí mismos en un ministerio sacerdotal de realización y no de frustración. Los sacerdotes han quedado reducidos a meros peones celebradores de ritos. Muchos diáconos y laicos clericalizados controlan y organizan ya el desarrollo del ministerio de muchos sacerdotes, para su humillación. La institución eclesiástica, así, es la responsable de que unos 100,000 sacerdotes hayan tenido que dejar el ministerio desde los años 70 hasta el día de hoy...

¡La institución eclesiástica tiene que dejar ya de seguir quemando sacerdotes! Aunque los que han cometido delitos tienen que pagarlo ante Dios y ante la justicia, ¡ha llegado la hora de creer de verdad en los buenos sacerdotes! ¡Ha llegado la hora de crear para los buenos sacerdotes el marco personal y ministerial que les permita sacar lo mejor de sí mismos para Gloria de Dios y bien de la Iglesia (no hablo de institución)!...

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Cerca de la ciudad griega de Lepanto, aquel día de 7 de octubre de 1571, en “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros...”, la Armada de la Liga Santa, liderada por el comandante Don Juan de Austria, se preparó para la batalla...

Don Juan de Austria, sabedor de lo crucial de aquel combate, concedió la libertad a todos los galeotes si salían victoriosos de la contienda...

La barquita de Pedro ha devenido, con el paso de los siglos, en una galera implacable, por obra de la institución eclesiástica. En ella, los sacerdotes han quedado reducidos a meros galeotes de la institución, remeros condenados y forzados para el resto de sus días...

En esta grave ocasión que vive la Iglesia... ¿habrá alguien con semejante amplitud de miras...?
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