El mundo ha cambiado con el Coronavirus ¿ES MALO EL COVID-19?

¿ES MALO EL COVID-19?
¿ES MALO EL COVID-19?

Ahora estamos viviendo con tensión, en una constante incertidumbre que afecta al nivel más primario, al más básico, de la persona: la salud y la seguridad.

Érase una vez una caverna. Nos encontramos en el paleolítico, en África, en Asia, en Australia, en América, en Europa. Un grupo de homínidos agonizan. No saben qué ocurre. La enfermedad les ha alcanzado. No pueden ver a su enemigo, pero saben que es muy rápido. Algo no va bien. En un rincón, apartada de los muertos, apartada de los vivos, la compañera sana les observa. Sabe que va a sobrevivir. A ella la enfermedad no le ha tocado. Mira al futuro. Su esperanza está gestándose en su vientre: un hijo sano que va a continuar la expansión de su especie en el medio. 

Estamos ya en 2020, en un mundo desarrollado y con una alta calidad de vida. Pero la misma historia se repite, como ha ocurrido ya cientos de veces a lo largo de la historia. Todo ha sucedido súbitamente, como suele ocurrir con esa enfermedad, el virus.

El mundo ha cambiado mucho desde el paleolítico. Ahora las personas nos hemos colocado en un pedestal, nos hemos encumbrado como dueños y señores de la creación, reduciéndola a mera mercancía, haciendo y deshaciendo a nuestro antojo, sin atender a las repercusiones de nuestros actos; actos predadores que causan daño al medio ambiente. No somos conscientes de que ese daño a lo natural nos causa también daño a nosotros. 

Pero ahora ese pedestal está tambaleándose. Un ser diminuto, invisible, un trocito de información ávida de reproducirse está causando un terremoto en nuestra forma de vivir en el mundo. El mundo ha cambiado con el Covid-19. ¿Hacia dónde? No lo sabemos, pero es seguro que ha cambiado. Ha cambiado el mundo, ha cambiado la rutina, han cambiado los comportamientos, han cambiado las personas, ha cambiado lo social, ha cambiado la economía. Ha cambiado el aislamiento y la relación. El miedo se abre camino hasta provocar una psicosis personal y colectiva. Se añoran los afectos. Lo lejano genera ansiedad, lo cercano agorafobia. Entonces, ¿cómo será la forma de relación entre las personas? ¿Serán las mismas? ¿La amistad será igual, el amor será igual, el trabajo será igual, lo escolar será igual? ¿Se irá el miedo? No sabemos. Solo intuimos, hacemos predicciones y rezamos, ahogándonos en un escenario de incertidumbre. Ahora estamos viviendo con tensión, en una constante incertidumbre que afecta al nivel más primario, al más básico, de la persona: la salud y la seguridad. Nos cuesta darnos cuenta de la realidad. Nos han puesto en nuestro sitio. Nos han bajado del pedestal donde estábamos, donde nos habíamos colocado, a costa del daño que hemos causado a la naturaleza.

El mundo virtual, con su capacidad deshumanizadora, se ha acrecentado enormemente, quizás a costa del mundo natural, aportando seguridad frente al Covid, atrayéndonos hacia su torbellino, ritmos, hiperestimulación y “policía del pensamiento” hacia algunas ideas. La vorágine, sin tiempo ya para la reflexión profunda, va tragándose el mundo físico. Cambia el medio social, cambia la familia, cambia la persona, cambian los valores, cambia lo local y cambia lo global. 

Pero, ¿cambia el mundo natural? ¿Cambia la naturaleza, la creación? ¿Cambia la forma de ser de nuestra querida hermana madre naturaleza, nuestra compañera de viaje? No. Rotundamente no. La naturaleza tiene su forma de ser, la forma de ser que ha querido el Creador. Ella no cambia. Es coherente y fiel a sus reglas. Estas reglas son múltipes, variadas. Muchas de ellas todavía no las conocemos, porque una de sus características es su complejidad, lo que dificulta su estudio y comprensión. Esa complejidad implica una capacidad de biorregeneración. La creación es expansiva, se multiplica y disemina. Pero además, y sobre todo, vamos a centrarnos ya en esta característica, es cambiante, es evolutiva. Contiene una inercia innata hacia el cambio, el biocambio, la evolución. 

Tenemos mucho que aprender de ella. Dios nos ha intrincado con ella. Nuestra forma de ser no se entiende sin ella. Puede ayudarnos, mucho más que como mero sustento. Puede aportarnos mucho más. Nos lanza mensajes continuamente. Solo tenemos que pararnos y escucharla detenidamente. La forma de ser de la naturaleza nos está continuamente mostrando cómo acepta y requiere el cambio. Continuamente se adapta. Esa es su libertad. No puede ser de otra manera, es resiliente, se adapta al cambio. Esa es su evolución. Y esa evolución implica también la existencia de virus, partículas con información de vida que traen la enfermedad y nos matan en su afán reproductor y diseminador.

No tengamos miedo. Sabemos que nos afecta de cerca. La situación es difícil. Pero, ¿cómo actuamos frente a la situación del Covid desde una perspectiva biológica y cristiana? Un virus, un elemento biológico, natural, nos está lanzando mensajes. ¿Cuáles? Para comenzar, la cercanía de la hermana muerte, que puede llegar en cualquier momento. Nos recuerda nuestra vulnerabilidad. Nos recuerda nuestra naturaleza biológica, que somos polvo y en polvo nos convertiremos. Que es cierto, que, aunque nos parezca que podemos con el mundo, es el mundo natural y sus reglas, quien puede con nosotros. Estamos de paso. Dios lo ha querido así, con una corporalidad biológica que incluye nuestra espiritualidad, nuestra alma. Nos lanza mensajes, como la similitud con el confinamiento en el que estuvieron los Apóstoles en Pentecostés. Similitud con el miedo que debían estar pasando y la esperanza y valentía que les inculcó el Espíritu Santo. La segunda oportunidad que tuvo Lázaro, gracias al Amor, quizás la estemos teniendo nosotros. La pasada confinada Semana Santa quizás nos ha hecho valorarla todavía mucho más. La insólita imagen del Papa en Viernes Santo rezando el Via Crucis en una vacía Plaza del Vaticano, que realzaba en su oscuridad y soledad todavía más su conexión con Dios. El Papa, como máximo representante, directamente intercediendo ante Dios por la Humanidad entera. Son tantas las cosas que reflexionar y aprender en la relectura de los Evangelios, y en la práctica religiosa a la luz de la pandemia Tantas historias de humanidad, milagros de sanación que habrán sucedido que iremos conociendo con el tiempo. Tantas conversiones…

El confinamiento nos ha hecho parar, que no es poco. Parar y reflexionar. Nos ha hecho separar lo valioso de lo superfluo. Nos ha hecho valorar de verdad el concepto “Casa”. Casa como corazón. Nos ha hecho valorar más y quizás redescubrir el concepto “Familia”. Los valores familiares se han reforzado en este confinamiento, no lo olvidemos. Nos ha hecho darnos cuenta que podemos vivir igual con muchísimo menos, de lo superfluo de muchas de nuestras cosas. Nos ha hecho calmar nuestra capacidad predadora sobre el medio. Se ha discriminado la Amistad verdadera, la que no sabe de distancias ni de tiempos. La Solidaridad con los demás, principalmente con los enfermos y personas de riesgo, ha aflorado, se ha abierto camino. La Paz que ya echamos de menos cuando no damos un apretón de manos en la Santa Misa. El personal sanitario, el personal de limpieza, los productores y abastecedores de alimentos, quizás el resto de trabajadores, han encontrado, más si cabe, un sentido profundo a su Trabajo. Nos ha focalizado con el Cuidado, uno de los valores más importantes, que implica un “me importas” y un “amor”. Tampoco olvidemos que cuando aparecen las dificultades, el sufrimiento, el dolor, la cercanía del final, lo espiritual aflora, se enciende la inteligencia espiritual. Pasa a un primer plano. Ya está llegando el momento. ¿Ya? Sí, ya llega el último momento. Las preguntas últimas se abren paso. ¿Qué va a ocurrir ahora, después de mi muerte? El hermano Tiempo deja de latir. Yo quiero vivir y quiero vivir con el Amor, en el Cielo. 

A la luz que arrojan estos pequeños apuntes, podemos preguntarnos: ¿Es el virus algo malo? Desde luego, todo depende de la perspectiva con que se afronte. Desde una lectura humana podría decirse que sí, o que no. Se podría hablar de tantas ventajas, de tantos inconvenientes, de dolor, de alegría, de pérdidas, de encuentros. Desde una perspectiva natural, podríamos decir que la creación no es maniquea. No es ni buena ni mala. Es la forma de ser que tiene lo natural. Es así. Se produce y evoluciona. Generalmente nos muestra su cara amable, pero en ocasiones nos muestra su cara terrible, como está ocurriendo con el Covid. Simplemente es la selección natural, una característica de lo natural, que quizás estábamos olvidando y que está ocurriendo en la actualidad, a través de un virus. Una selección natural que ha venido interviniendo desde el comienzo de la vida y a lo largo de la historia de la humanidad. Las personas, que piensan que dominan el mundo no pueden aceptar esta característica de lo natural, porque no pueden dominarla, pero existe. Desde otra perspectiva, desde una biología querida por Dios, nuestra actitud básica no debe basarse en el dominio, ni en el juicio, sino en la aceptación. La aceptación reflexiva es una de las claves para afrontar la pandemia. Afrontar que la pandemia, ésta u otras venideras, parte de lo natural, de su forma de ser. Aceptar sus mensajes, aceptar su conveniencia, aceptar sus lecciones, aceptar su convivencia y aceptar que es querida por Dios.

Fernando Echarri Iribarren es doctor en Educación Ambiental y Profesor colaborador del Departamento de biología ambiental de la Universidad de Navarra

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