Green Book. Paseando la bondad



En unos Oscar donde el mal avanza implacable en películas como “La favorita” de Yorgos Lanthimos o “El vicio del poder” de Adam McKay, el lado luminoso de la fuerza está representado por “Green Book” de Peter Farrelly.
Receta de éxito para los públicos sedientos de un poco de bondad, nos ofrece una mezcla de una historia de amistad tipo “Ahora o nunca” de Rob Reiner, sobre el fondo del racismo a lo “Arde Mississippi” de Alan Parker y con la inspiración de una road movie estilo “Paseando a Miss Daisy” de Bruce Beresford. Farrelly supera su historial de comedias gamberras que realizó con la complicidad de su hermano Bobby y cuyo tono lo podría definir “Dos tontos muy tontos” (1994).
El secreto de “Green Book” está en dos actores enormes, Viggo Mortensen y Mahershala Ali, que se desempeñan magistralmente. El primero como Tony Lip, un gorila de club nocturno, casado italianamente y tan pobre como racista. Mientras que el actor negro cuyo nombre en hebreo significa “muy pronto habrá saqueo y destrucción” borda a un pianista de fama mundial, alcoholizado y solitario, que quiere retar a la desigualdad paseando su arte por el sur racista de EEUU. Para el viaje contrata como chófer a Tony y “El libro verde” donde se señalan los pocos establecimientos donde pueden descansar seguros los afroamericanos.
Dos clases sociales distantes, dos razas diversas y de paso dos identidades sexuales diferentes. El arco de transformación consistirá en buscar un punto de encuentro que será representado por unas cartas de amor y una botella de champán. Tony se irá curando de su racismo, de su ignorancia violenta y de la dificultad de pasar del lenguaje locuaz al silencio elocuente. Y el Dr. Don Shirley habrá de bajar de su trono cultural a la arena de la vida para afrontar su crisis de identidad. “Si no soy lo suficientemente negro, si no soy lo suficientemente blanco, si no soy lo suficientemente hombre, ¿qué soy, entonces?”. Y aquí la amistad tendrá valor curativo.
Los bellos paisajes sureños se combinan entre la música clásica y el blues o el soul viajando así de Chopin a Aretha Franklin. La bondad se va destilando entre pelas y amenazas y la película deja aquel buen sabor de una bendición de mesa. Tan frecuente en el cine de Hollywood como ausente en el cine europeo.
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