Katyn, la masacre de un pueblo y la resistencia de la fe


El padre Josep Mascaró, salesiano y profesor de teología moral, nos pasa este profundo análisis de la película para poder realizar diálogos en grupos y cineforums en torno a ella. Creemos que vale la pena profundizar en ella.

Nominada al Oscar a la mejor Película extranjera en 2007, Katyn, dirigida por el veterano y laureado director polaco Andrzej Wazda, recupera para la memoria histórica la matanza de 22.000 polacos llevada a cabo por el estado soviético en 1940. Y lo hace desde una mirada impecable y no revanchista a través de las historias de unos militares y sus familiares, con una notable presencia del punto de vista femenino, narrando los momentos previos a la masacre y la dureza del posterior silencio al que fueron sometidos los familiares y Polonia bajo el Telón de Acero. Sin caer en el melodrama fácil, el film invita a una reflexión dentro de una lección histórica que posee un final estremecedor.

Durante medio siglo el pueblo polaco se vio obligado bajo la opresión del régimen comunista soviético a aceptar la versión falsificada de uno de los hechos más trágicos y funestos de la historia reciente del continente europeo. La rápida derrota de Polonia ante la invasión del ejército alemán en septiembre de 1939 se saldó con el reparto acordado entre nazis y soviéticos del suelo polaco. Siete meses más tarde, el ejército rojo llevó a cabo la matanza indiscriminada de 22.000 polacos, la mayoría de ellos oficiales hechos prisioneros durante la ocupación, los cuales fueron enterrados en fosas comunales en la región de Katyn en Ucrania. Pertenecían a los campos de Kozielsk, Starobielsk y Ostashkov. El método utilizado para quitarles la vida fue un tiro en la nuca. Los hechos se conocieron tras la invasión de la URSS por el ejército nazi, pero finalizada la guerra en 1945, el estado soviético estableció una diferente versión oficial, adjudicando la matanza a los alemanes. El silencio fue implantado en Polonia a base de hacer desaparecer a quienes hubieran tenido contacto con la primera exhumación de los cadáveres o discutieran la versión oficial, incluidos los familiares de las víctimas.


17 años han tenido que transcurrir para que desde la caída de la Unión Soviética, (momento en que Rusia reconociera en 1990 la autoría de los hechos), el director A. Wajda, hijo de una de las víctimas de Katyn, llevase la historia de la matanza al cine. Es uno de los más reconocidos cinematógrafos polacos (ganador de un Oscar honorífico de la Academia de Hollywood), que ya ha tratado el tema de la guerra en otros films suyos, y que siempre ha estado comprometido con la historia de su país. Aquí, a sus 81 años (no sólo Eastwood es capaz de hacerlo) nos ofrece un film plenamente respetuoso con los hechos, sin caer en la sensiblería o las concesiones melodramáticas de un cine más comercial.
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Presenta lo sucedido a través de la mirada de los oficiales y sus familias, caracterizados éstos por un gran sentido del honor y los principios, así como del sacrificio, cualidades que en el film van intrínsecamente acompañadas. Katyn intercala imágenes de archivo, fundamentalmente las correspondientes a las exhumaciones practicadas por nazis primero y soviéticos después. El reparto resulta excelente.
El film se inicia con una imagen muy simbólica. Una marea de refugiados cruza un puente huyendo de los alemanes, pero desde el otro lado se les anuncia que desde el Este llegan los soviéticos. Es el 17 de septiembre de 1939 y el ejército rojo, en virtud del pacto Ribentrop-Molotov, el acuerdo secreto firmado entre nazis y comunistas, toma posesión de la parte de Polonia que le corresponde. El 1 de septiembre Alemania ha comenzado la invasión de Polonia, arrollando por completo al ejército defensor, que ve desaparecer sus últimas esperanzas cuando es traicionado por su otro vecino, la Unión Soviética.
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Asistimos a la tragedia de familiares, entre los que encontramos hijas, hermanas, esposas y madres, pues también lo fue para ellas. Primero al ser separadas de sus maridos, hechos prisioneros, luego angustiadas por el misterio de la falta de noticias, más tarde en 1943 recibiendo la noticia de su exterminio pero conservando en muchos casos todavía la esperanza de su regreso, y por último sometidas a tener que comulgar con la falsedad que supuso la imposición de la versión oficial soviética, atribuyendo el crimen a los alemanes.


Wajda muestra en diversas escenas la buena relación existente en esos momentos de la invasión entre rivales tan opuestos como nazis y comunistas, decidiendo entre sí el destino de una Polonia que a lo largo de su historia ha padecido numerosas ocupaciones y que ha tenido difícil el sobrevivir como nación independiente. Y nos habla de la barbarie ejercida por ambos regímenes totalitarios. Resulta novedoso e impactante el momento tan poco conocido en que el 6 de noviembre de 1939 el Claustro de profesores de la Universidad de Cracovia, que ha continuado impartiendo su labor académica a pesar de la ocupación nazi, es reunido para comunicársele los planes de educación de los ocupantes. Pero en su lugar, el Obersturmbannführer Bruno Müller le explica al Claustro que su actitud es considerada por Alemania un acto hostil y a continuación todos los profesores son arrestados y metidos sin más dilación en camiones. Fueron enviados a los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau, en los que algunos no sobrevivirían ni llegarían a ver su liberación por la presión internacional.


Es aquí donde la película hace especial incidencia, en la intelectualidad que todo país necesita para construir su presente y futuro independiente como nación. Y como en Polonia fue cercenada por completo de forma premeditada. Es el caso de los oficiales cautivos, como su General les recuerda “Hay aquí estudiantes, profesores, ingenieros y también un pintor. Deben perseverar. Porque sin ustedes, la Polonia libre no existe”. En un momento de cautiverio el capitán Andrzej y su amigo comentan como los alemanes se quedan con los soldados y los soviéticos con los oficiales.

La película salta de 1940, no mostrándonos la masacre y sumiéndonos en la ignorancia del destino sufrido por los familiares para trasladarnos a 1943. Es el segundo año de la invasión alemana de Polonia, y las fosas de Katyn en Ucrania son descubiertas, siendo utilizadas propagandísticamente por los alemanes en su lucha contra el ahora convertido en enemigo ejército rojo. Las listas de encontrados en las fosas son publicadas por la prensa y comunicadas por la radio y los altavoces situados en las calles.


Los aliados ceden a La URSS en Yalta todo el Este de Europa y Polonia es uno de los países que, finalizada la guerra, queda bajo el manto del comunismo. Ahora, Stalin, diseña toda una campaña para enmascarar lo sucedido, y con documentos gráficos,muestra a los polacos y al mundo como la masacre fue cometida por los alemanes en 1941, (y no en 1940 como realmente fue, pues en ese año Alemania todavía no había invadido la URSS y por tanto no había llegado a la región de Ucrania donde yacen los cadáveres en fosas). Así, se elimina todo aquel que ha tenido contacto directo con la exhumación practicada por los alemanes en 1943, hasta propio párroco que ofició la ceremonia por los muertos en Katyn.

La película hasta al final muestra el dolor de unos familiares que se debaten entre aceptar la versión oficial soviética, porque lo que se impone es seguir viviendo y quienes se niegan a aceptar semejante ultraje, incapaces de no honrar y hacer descansar en paz debidamente a sus muertos, conocedores como son de la verdad.


La escena final es estremecedora y la única frase que rompiendo el silencio alcanza a pronunciar uno de los oficiales entonando el Padre Nuestro “…Perdona nuestras culpas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” revela el perdón que junto a la recuperación de este pasaje trágico de la historia ha querido acompañar su director, de acuerdo con la histórica fe cristiana del pueblo polaco, muy presente en el film, como consuelo del alma y esperanza en el futuro, de sus personajes.(Realizado por Josep Mascaró SDB)

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