Planet 51. Todos somos alienígenas



Josan Montull es salesiano y educador, colaborador de la Semana del Cine Espiritual y especializado en cine familiar. Nos ofrece esta interesante reflexión para trabajar educativamente con Planet 51:
Desde hace unos años el cine de animación, antaño reservado a un público infantil, ha llegado a conquistar a los adultos con propuestas que no solamente han resultado divertidas para toda la familia sino que, además, han ofrecido elementos de reflexión y profundización que han llegado a ser leídos por adultos y niños. Films como Ratatouille, Valle-E o las recientes Up e Ice age 3, por ejemplo, nos hablan de un cine serio y maduro que, a través de la ejemplificación lógica que suponen las animaciones, es capaz de transmitir contenidos serios perfectamente asimilables por personas de todas las edades

Lo sorprendente en Planet 51 es que se trate de un film español. Sus directores (Jorge Blanco, Javier Abad y Marcos Martínez) han sido capaces de hacer una película de una factura técnica impecable, con una ilustraciones, una narración y una banda sonora que no tienen nada que envidiar a films realizados por las grandes productoras de la animación (Pixar, Disney…).

Pero lo que de verdad hace de Planet 51 una obra singular es su inteligente argumento que va más allá de una pura aventura para convertirse en una reflexión seria sobre la capacidad del ser humano para acoger al distinto.

En el planeta 51 vive tranquilamente una familia de extraterrestres que comparten la vida sin demasiados problemas. Su interpretación de la cosmología que les rodea es más bien ridícula, si bien recuerda a la que tantas veces en nuestra Historia se nos ha ido explicando: el Universo es muy pequeño, mide 500 kilómetros; el centro del Universo es precisamente el planeta 51, el único lugar donde hay vida inteligente. Todo lo que hay fuera es peligroso porque atenta contra la forma de vida de los habitantes del 51. Las grandes lecciones cosmológicas, con la moral que de ellas dimana, se dan en el Planetarium, un ámbito que recuerda tan pronto un Teatro como un Templo profano con púlpitos para los gurús del Universo. Por otra parte, las películas y la fantasía alimentan los fantasmas tras de los que se atrincheran los extraterrestres para defender su modo de vida como el más singular y sentir repugnancia por todo lo que pueda llegar de fuera.


Pero su vida no es nada original ya que es muy semejante al de los terrestres (a quienes ellos desconocen). Aquí los guionistas nos presentan un planeta cuya forma de vida en nada difiere de la que habitualmente nosotros vivimos. Ellos aman, se enfadan, se ayudan, trabajan, protestan y valoran la familia y los amigos como algo maravilloso.

Un día aparece un ser absolutamente extraño: un ser humano, un astronauta. Inmediatamente el miedo provoca la reacción de todos los extraterrestres que se pertrechan para combatir a un supuesto enemigo cuya imaginación ha dotado de todo un aparato ideológico en donde los estereotipos más malvados se encarnan: son brutales, asesinos, vienen a invadirnos y a acabar con lo que somos,…al final nos comerán el cerebro.

Los habitantes del 51 encarnan de una forma singular y cómica todo lo que supone el miedo al distinto: al inmigrante, al desconocido, a aquel que piensa de otro modo, a quien profesa otro credo religioso. Para proteger ese modo de vida, que ya sabemos no tienen grandes bases culturales, se recurrirá a la violencia y a la fuerza. El ejército desplegará todo su poder para impedir la vida del ser extraplanetario.

Pero he aquí que nuestro astronauta, también cargado de tópicos de superioridad, necesitará de la ayuda de un niño extraterreno y de su familia para poder regresar a la tierra. La amistad entre el niño y el visitante articulará una historia divertida en la que el ritmo no decae y en la que nos encontramos gags ciertamente divertidos.

En la película, que homenajea al cine con numerosas alusiones visuales a films famosos, se irá descubriendo algo muy elemental: la unión de los que somos distintos enriquece nuestra vida y nos ayuda a salir de nuestra propia miseria. Y es que nos necesitamos, sólo la solidaridad y la cercanía de unos cono otros valorando lo que hay de bueno en cada cual puede posibilitar que salgamos de nuestras propias miserias y vayamos avanzando.

El hecho de que sea un niño apoyado por su familia el que ayude al astronauta nos recuerda que sólo los que se parecen a los niños son capaces de entender en Misterio que nos rodea.


El final resulta también prometedor y abierto a múltiples interpretaciones: un perro terráqueo (muy semejante a R2P2 de La Guerra de las Galaxias) y otro criado en el planeta 51 (extraordinariamente parecido al terrible Alien que ideó R. Scott,) cambian de planeta: el extraterreno irá a la tierra con el astronauta y el terráqueo se quedará en el 51. Es ahí donde los directores de esta preciosa obra nos están sugiriendo que la identidad no la da sólo el lugar donde uno ha vivido sino los seres a los que uno quiere.

Al final uno no sabe quién es el alienígena. En realidad todos somos extranjeros; nuestra patria está donde encontramos a quien nos quiere.

No está mal para una película de animación. No está nada mal para unos directores debutantes que han sabido llevar un mensaje de esperanza abierto a todas las edades a través de un producto impecable técnicamente y capaz de divertir durante todo su metraje.
JOSAN MONTULL

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