Sacerdotes de película: En el principio era Hollywood (1)


El objetivo inmediato de este recorrido por la historia del cine será rastrear la presencia del sacerdote en la gran pantalla. Sin embargo, otro objetivo que esperamos cumplir nos permitirá valorar la imagen de la Iglesia a través de sus ministros en el mundo cinematográfico y poder inferir algunos patrones de la imagen pública, las tendencias de los públicos y las preocupaciones de productores y directores.

El procesos de secularización de las sociedades occidentales, de las que forma parte el cine que mayoritariamente analizaremos, tiene sin duda una fuerte incidencia en la evolución de la figura del sacerdote. Pero, como tendremos ocasión de ver, no es un proceso ni homogéneo ni lineal sino que hay excepciones, cambios de tendencia y descubrimientos de nuevas formas que abren posibilidades de futuro. Pensamos que esta es una de las utilidades de este tipo de recorrido por la historia del cine.

Nuestro punto de partida será el cine clásico de Hollywood y después de una digresión sobre el cine español de posguerra nos detendremos en las tendencias desde los años 60 al final del siglo XX. Para recalar más adelante en tres tendencias que se consolidan a partir del año 2000: las películas biográficas, las películas críticas y deformadoras y los sacerdotes que en papeles secundarios significativos.

1. En el principio estaba Hollywood

En el período del cine clásico norteamericano, que se extiende hasta el año 1960, podemos destacar un grupo importante de películas que tiene a sacerdotes católicos como protagonistas. La calidad de las mismas así como su repercusión social y comercial será muy importante y definen una época donde el sacerdote es referente moral en medio de las convulsiones históricas. El hecho de la censura en torno al Código de Producción de William H. Hays potencia la aparición de estas figuras que además no pueden ser denigradas como indica el texto del código: “los ministros del culto en sus funciones de ministros de culto no serán mostrados nunca bajo un aspecto cómico o crapuloso. Los sacerdotes, los pastores y las religiosas nunca se podrán mostrar capaces de un crimen”.


Comencemos con el director Norman Taurog que realiza con éxito dos películas - Forja de hombres (1938) y La ciudad de los muchachos (1941)- que narran las aventuras del padre Flanagan, memorablemente interpretado por Specer Tracy, que acoge en una experiencia educativa a chicos sin hogar. Sus intentos para recuperar para la vida social a los jóvenes nos presentan a un Michey Rooney haciendo de rebelde marginal. En un parámetro similar se mueve el padre Connelly (Pat O'Brien) que entra en conflicto con su antiguo amigo de infancia Rocky Sullivan (James Cagney) para que este gangster reconocido no influya sobre un grupo de jóvenes en Ángeles de caras sucias (1938) de Michel Curtiz. También prolongando esta línea de sacerdotes que ayudan a jóvenes en situación de riesgo podemos recordar Refugio de criminales (1960) donde en esta ocasión el padre Clark y su amigo el abogado Louis Rosen montan un hogar destinado a la rehabilitación de jóvenes penados.


En un tono más de comedia tenemos las oscarizadas aventuras del padre O'Malley dirigidas por Leo McCarey. En Siguiendo mi camino (1944) este joven y dinámico sacerdote llega a una parroquia en dificultades, cuyo anciano párroco (Barry Fitzgerald) al principio se resiste a los cambios pero termina por aceptar los nuevos métodos pastorales de su vicario, entablando una entrañable amistad. Tras siete oscars en 1944 surge su continuación Las campañas de Santa María (1945) donde en esta ocasión el sacerdote es destinado a un colegio en Nueva York donde la hermana Benedicta, la mismísima Ingrid Bregman, intenta sacar adelante a un grupo de chicos de la calle. Nuevamente música y buenas intenciones para un público que comienza a ver el final de la Segunda Guerra Mundial.

Gregory Peck interpretará con gran éxito, nominado para el Oscar, a un sacerdote escocés misionero en China donde vive grandes dificultades acompañado por una religiosa y dos médicos que le ayudarán en su tarea de promoción humana y espiritual. Con Las llaves del reino (19944) de John M. Stahl son adentramos en este interesante subgénero de misiones que nos ofrecerá interesantes realizaciones.


El gran John Ford, director que se reconoce como católico, ha querido plasmar en dos de sus películas la figura del sacerdote. En primer lugar en su obra maestra y homenaje a su Irlanda natal El hombre tranquilo (1952). Las dificultades para casarse de Sean Thornton (John Wayne) y Mary Kate Danaher (espléndida Maureen O’Hara) serán resueltas por un acuerdo del sacerdote católico y el pastor protestante que verán por una vez dirimidas sus desavenencias para favorecer el enlace. La segunda es una obra menor pero emotiva y profunda, El fugitivo (1947) , en ella nos cuenta la fidelidad de un sacerdote que en plena persecución religiosa en un país imaginario, que podemos suponer que se identifica con México, y ayudado por los feligreses permanece como único referente en el servicio ministerial hasta llegar al sacrificio.


Con La ley del silencio (1954) llegamos a una de las figuras más significativas del sacerdote en la pantalla. En padre Barry, interpretado verazmente por Karl Malden, se nos presenta como el hombre íntegro que en medio de la manipulación de las mafias de estibadores lucha contra la injusticia en el nombre de la palabra de Dios. Lástima que la película tenga como fondo una cierta justificación de la delación que Elia Kazan realiza de algunos compañeros ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Interesante es también el falso sacerdote católico interpretado por Humphrey Bogart en La mano izquierda de Dios (1955). Allí el impostor es poco a poco transformado por la misión y conducido al territorio de la bondad.


Aunque del otro lado del Atlántico pero dentro de esta tendencia cinematográfica que resalta la presencia del sacerdote hemos de hacer notar dos películas. Yo confieso (1953) de Alfred Hitchcock y protagonizada por Montgomery Clift en el papel de un sacerdote que fiel al secreto de confesión es acusado de cometer un crimen. En esta intriga, del maestro del género y también significado como director católico, nos ofrece un buen ejemplo de fidelidad al sacramento y al servicio a las personas que culmina con la absolución del verdadero culpable. De esta misma época es la película francesa El renegado (1953) de Léo Joannon Morand. Un sacerdote católico renegado se ve obligado a descubrir su verdadera identidad ante sus compañeros militares y prisioneros como él, cuando tiene que asistir espiritualmente al capellán del regimiento que está agonizando. Este gesto llena de admiración a Gerard, otro oficial, que se convierte a la vez que siente la llamada a la vocación sacerdotal. En esa cadena de comunicación de la fe se implica Morand, un eterno buscador, que encontrará a Dios con el testimonio hasta de muerte del joven Gerard.

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