Sacerdotes de película: el cine religioso español de posguerra (2)


La eclosión del cine religioso en la posguerra española tiene su origen en una clara finalidad política, que se convierte en mediadora del contenido, con lo que la figura del sacerdote aparece resaltada a la vez que contaminada con la ideología franquista.

Prácticamente todos los directores en activo de la época dedican alguna película a esta vertiente religiosa. Así el ensayista, crítico de cine y director después Rafael Gil con más de setenta películas rodará La fe (1947) con las aventuras del padre Luis; la reconocida por el festival de Cine de San Sebastián La guerra de Dios (1953), en la que colabora uno de los más fieles ideólogos del cine religioso al uso Vicente Escrivá, y narra, desde la perspectiva social, las vicisitudes pastorales de un sacerdote en la zona minera de Asturias; y El canto del gallo(1955) donde en clave marcadamente anticomunista se muestra a un sacerdote apresado en Hungría y obligado a renegar de su fe.


El abogado metido a director Luis Lucía realiza películas populares de tono sentimental con amplia aceptación del público. Entre los dramas religiosos debe señalarse Cerca de la ciudad (1952) donde Adolfo Marsillach convertido en el padre José transforma social y espiritualmente la parroquia de un suburbio madrileño. Entre las más significativas de esta generación de películas hemos de señalar “Balarrasa” (1950) en la que se cuentan las aventuras de un joven esquiador metido a sacerdote (Fernando Fernán-Gómez) que influenciado por la muerte prematura de su hermana acude en misión a Alaska para entregar su vida a Dios. Aquí José Antonio Nieves Conde nos ofrece una película muy digna con una dirección de actores rigurosa.

Antonio del Amo después de pasar por la cárcel por su pasado vinculado a la República se ha de incorporar al cine de moda. Así realiza Dia tras día (1951) donde en clave de realismo presenta un sacerdote que ejerce su misión en pleno rastro madrileño. José Luis Saénz de Heredia, el director de Raza (1942), la película más representativa del franquismo, filmó el drama La mies es mucha (1948) donde el misionero Santiago (Fernando Fernán Gómez) llega a la localidad de Kattinga, en la India, para sustituir a un compañero que ha sido asesinado. Allí se enfrenta a Sandem (Enrique Guitart), un traficante que suele esclavizar a los indígenas para que trabajen en su mina. Juan de Orduña que se especializa en el cine histórico de legitimación política realizará La misión blanca (1946) que se inscribe en el cine de misioneros españoles, en este caso en Guinea.

Podemos completar este recorrido por cuatro películas que también revisten interés aunque sea en trayectorias menos significativas. La manigua sin Dios (1948) de Arturo Ruiz-Castillo, que en tono decididamente colonialista, presenta la intervención de misioneros jesuitas en la región del El Chaco. Aquellas palabras (1949) de Luis Arroyo sobre un misionero vasco en Filipinas que contó con el asesoramiento de Domingo S. Gracia y Enrique María Rodríguez ambos padres dominicos. Cerca del cielo (1951) sobre el padre Polanco dirigida por Domingo Valdelomat y con el ínclito padre Venancio Marcos como actor. Y, por último, Piedras vivas (1956) del cubano Raúl Alonso donde Alfredo Mayo hace del padre Carlos en los barrios marginales de Madrid según un argumento del sacerdote José Ignacio Núñez de Prado.


No cabe duda que este cine que abarca prácticamente dos décadas tiene una sombra alargada en el cine español actual donde raras veces la figura del sacerdote sale bien parada. El efecto péndulo en la cultura cinematográfica lleva ahora a que aparezcan sacerdotes autoritarios, inmaduros, ambiciosos y sin humanidadEl sacerdote (1978)de Eloy de la Iglesia Padre nuestro (1985) de Francisco Regueiro, Los girasoles ciegos (2008) José Luis Cuerda- donde incluso los mejores acaban por salirse -La buena nueva (2008) de Helena Taberna-. Si tuviéramos que citar alguna excepción tendríamos que señalar: el párroco amigo de Rafael, el carnicero, en La buena estrella (1997) de Ricardo Franco y el padre Tomás personaje secundario de Héctor (2004) de Gracia Querejeta que con su carácter acogedor y discreto ayuda a los personajes con su mediación a resolver sus conflictos.


Únicamente por el camino de los santos podemos encontrar alguna posibilidad de que en el cine español la figura del sacerdote sea apreciada. Así en la poco reconocida El hombre que supo amar (1979) de Miguel Picazo se presentar la vida de San Juan de Dios, Juan Ciudad, adaptando la novela del barcelonés José Cruset. A pesar del tono panfletario, ahistórico y simplista se mantiene respetuoso con la figura del santo. Lo que también ocurre con la más lograda La noche oscura (1989) escrita y dirigida por Carlos Saura que realiza un acercamiento limitado, al excluir la dimensión espiritual y trascendente, pero con intención de autenticidad al acercarse al fenómeno místico, a través de la vida y la obra de San Juan de la Cruz.

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