The Road. Vuelven los insustituibles relatos de la Promesa



The Road es una película provocadora y profunda. Este film de John Hilcoat está basado en la novela homónima de Cormac McCathy, que recibió el premio Pullitzer en el 2007. Una historia para ahondar en ser padres dando el relevo y aprender a ser hijos de la Promesa en medio de un mundo roto.

La austeridad de la historia descansa en la definición de los ambientes y en la intensidad interpretativa de los protagonistas, espléndido y penetrante Viggo Mortensen y sorprendente y expresivo el jovencísmo Kodi Smit-McPhee. El pasado de esta historia se verifica en nuestro hoy que es presentado como paraíso de gozo y plenitud. Pero el presente de la narración se ubica en un mundo convertido en ceniza tras la destrucción en un misterioso cataclismo ha dejado la tierra convertida en páramo, un cielo color plomo y un mar grisáceo. La descripción se completa con las palabras del profeta Jeremías cuando describe la caída de Jerusalén: “llegarán los días –oráculo del Señor– en que este lugar ya no será llamado "el Tófet" ni "valle de Ben Hinnóm", sino "valle de la matanza" (Jr. 19,6).


El camino de padre e hijo hacia el Sur es presentado como un itinerario de paternidad y filiación en medio de un mundo hostil donde la naturaleza se degrada hasta romperse y donde los hombres se matan hasta el canibalismo. Este mundo agresivo convierte la sociedad en un territorio de contagio de la destrucción: los otros son el enemigo. Pero, ¿dónde están los buenos?

El género apocalíptico en el cine es bastante irregular; así cuenta con películas bastante mediocres como Armageddon, Deep Impact, El quinto elemento o Independence Day. Pero también nos ofrece obras maestras como Metrópolis, El séptimo sello, Blade Runner o Sacrificio; además de películas significativas como Contact, 12 monos, Matrix o la serie Star Wars. En este último grupo tendremos que colocar a Ther Road. Se trata, pues, de una película profunda y sincera, que nos enfrenta, desde la relación fundante de la asimetría del amor padre-hijo, a los miedos y la vulnerabilidad que se cierne sobre nosotros como amenaza.


La búsqueda del sur es la exploración interior y exterior de la bondad. El niño es el hijo de la promesa de la bondad: “si él no es la Palabra de Dios entonces Dios nunca habló”. Algo a lo que ya se refería Hijos de los hombres (2006) de Alfonso Cuarón pero que en este caso se tematiza con mayor profundidad. La bondad está escondida pero en su ocultamiento forma parte de la Creación incluso en la situación de destrucción. Así la película es el comienzo del Génesis dado la vuelta; allí de la creación al pecado, aquí desde la destrucción al cumplimiento de la promesa, como si el final volviera a mostrar el principio. Y entonces, a pesar de todo, podrá decirse: “y vio Dios que todo era bueno”.

Otro de los aciertos de John Hillcoat es que hasta el último momento, la contención de los sentimientos viene marcada por la densidad del mal que contemplamos. En medio de la abominación de la desolación hay bondad pero enfrentada a la dureza de la supervivencia, hay vestigios de serena impotencia que quedan abandonados en el camino, e incluso la maternidad malograda puede llegar a ser reencontrada.

En definitiva, una película para enseñar a dar el relevo y a recibirlo; o lo que es lo mismo, para aprender a ser padres que mueren e hijos que suceden. Y esta radical filiación fundamente tiene una clara fuente teológica. Es un Dios que está tan escondido como la bondad y la luz aparentemente ausente, pero que siempre reaparecen desde dentro en el más pequeño y desde fuera en alguna sorpresa inesperada.

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