Cerrados por resurrección Desde la iglesia de Santa Ana de Barcelona

Las iglesias hospital de campaña en tiempo de pandemia
Las iglesias hospital de campaña en tiempo de pandemia

Iglesia Hospital de Campaña en tiempo de pandemia

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Las iglesias hospital de campaña seguimos adelante

No imaginábamos que la metáfora del papa Francisco del hospital de campaña iba a contemplar una Europa donde ya se levantan hospitales de campaña. La iglesia de Santa Ana en el corazón de Barcelona sigue siendo un pequeñísimo hospital de campaña para las personas sin hogar.

A la vulnerabilidad de la pobreza de no tener techo,  ni recursos económicos para el alimento, con dificultades de comunicación por mil problemas y dependencias así como con enfermedades físicas y mentales. La emergencia sanitaria golpea fuerte al colectivo de personas sin hogar. Una vulnerabilidad multiplicada.

En el edificio de la parroquia estamos confinadas doce personas. La mayoría del grupo lo forman personas sin hogar que ahora han encontrado un nuevo rumbo. Los que hace poco dormían en la calle hoy cocinan, preparan bolsas de alimentos para otras personas, ayudan en la higiene y mantenimiento del espacio. Convivir con ellos, en las distancias y con las medidas de protección necesarias me ha vuelto a enseñar que los que menos tienen son los más generosos. Jóvenes de Marruecos o de Senegal ahora ayudan a otros compañeros suyos. Con la ayuda de Cáritas y en coordinación con el Ayuntamiento de Barcelona repartimos desayuno comida y cena para 150 personas. Lo que hace uno días eran las colas para entrar en los teatros del centro Barcelona ahora son las colas de la pobreza.

Ya detectamos que tendremos más gente en la calle. El último recuento oficial señalaba 1200 personas aunque nuestras estimaciones eran mayores. Ahora tenemos un grupo de personas que estaban al borde de la pobreza extrema (realquilados en pisos patera, trabajadores sin contrato, sin papeles y sin seguro médico) y que ahora ya se suman a la cola de la escasez de alimentos.

Algo bueno del desastre es una mayor coordinación con las administraciones públicas y el esfuerzo realizado por los ayuntamientos. Espacios de acogida para los que están dispuestos a confinarse, apoyos a familias de refugiados y sin papeles. Los grandes dispositivos y la habilitación de algunos hoteles han sido una medida acertada. Aunque se quedan escasas para lo que hay y lo que viene.

La cola de las personas sin hogar

Una pandemia avisada que prologa una grave emergencia social Inesperada pero avisada. Un crecimiento que ha tenido como único sentido el interés económico ha roto los equilibrios mucho más débiles de los que nos suponíamos, el equilibrio del ser humano con la naturaleza y entre los propios seres humanos. La ciencia que nos aseguraba larga vida ha topado también con sus propias cortapisas de recortes injustos, de intereses crematísticos y de retos imprevistos. Hoy como siempre la salvan los que poner su ciencia con coraje al servicio del bien de las personas.

La emergencia sanitaria le seguirá una grave emergencia social.  Las sociedades de después de la crisis del 2007 han descartado a una parte importante personas. Y esta nueva crisis en la que estamos comenzando a situarnos hará que las incertidumbres de los que estábamos en una situación estable se conviertan en desastre en los que ya estaban en los márgenes.

Vamos a tener más infancia vulnerada, aumentarán las familias sin recursos de supervivencia, tendremos más personas sin hogar. Estos no es una profecía, quienes más pagan las crisis siempre son los últimos.

Cerrados por resurrección

Las campanas no solo han de tocar a la hora del Ángelus, que también. Han de tocar a una llamada urgente para cambiar, lo que nos urge a una nueva respuesta en una nueva situación. Contemplar el Santísimo en el confinamiento es prepararnos a un tiempo en que se van a romper las costuras de los acostumbrado. Celebrar esta Semana Santa ha de ser una ocasión para ponernos con los pies descalzos, lavados por el Buen Pastor, en la dirección del Evangelio de los últimos.

¿Pondremos nuestros bienes en la prioridad de los últimos? ¿Reconvertiremos nuestras viejas estructuras para acoger y acompañar material y espiritualmente? Volveremos a celebrar misas públicas pero, ¿pondremos todas nuestras potencialidades espirituales y sociales al servicio de los más vulnerables? ¿Nuestra generosa, tupida y bendecida red de entidades como Cáritas, centros educativos y universidades, parroquias y obras sociales asumirá que el día después del encierro no se podrá abrir la puerta igual? ¿Estamos preparados para el cambio de puestos que sugiere el Evangelio, los primeros vayan a los últimos...?

Es cierto que cuando nos olvidamos de Dios acabamos fracasando como seres humanos. Pero decir de Dios y a Dios en esta hora nos invita a un nuevo coraje. Hoy aplaudimos a las 20 horas el valor de los sanitarios que se la juegan en la atención a los enfermos. Pero tras el aplauso, ¿hay un compromiso de situarse al mismo nivel de generosidad de quienes aplaudimos? ¿O acaso no se esconde una cierta comodidad de garantizar la propia vida, la propia seguridad económica o social? Cuando pase la parte fuerte de este brote, se va a exigir un nuevo coraje a todos. Esperemos que no nos quedemos en una iglesia confinada después del 1 de diciembre de 2019. Que la normalidad que anhelamos nos haga diferentes, al viento del Espíritu.

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