El secretario del Dicasterio del Clero fue enviado a la diócesis chilena de Chillán Cambios en la Curia: De la Plaza de San Pedro a la Plaza de Chillán

Cambios en la Curia: De la Plaza de San Pedro a la Plaza de Chillán
Cambios en la Curia: De la Plaza de San Pedro a la Plaza de Chillán

Para Chillán el nombramiento es —al menos— recibido con incertidumbre pues, aunque sea pequeña, no es cualquier diócesis.

Para América Latina el mensaje es nítido. León XIV ha hecho saber que la acumulación de poder, incluso bajo la bandera de la reforma, no tendrá espacio en su pontificado. Y que el proceso de reforma parte en la base, de Chiclayo a Roma, y no al revés.

A solo seis meses de la elección que sentó a Robert Prevost en la silla de Pedro como León XIV, comienzan a percibirse las primeras señales de su estilo de gobierno. Y la más elocuente es la designación —o el elegante traslado— de monseñor Andrés Gabriel Ferrada Moreira como obispo de Chillán.

Para comprender mejor, recordemos que Ferrada en el Vaticano del papa Francisco llegó a ser muy importante.

Como en su momento fue el cura chileno que mejor supo leer la crisis de los abusos, firmando con valentía la carta de 2010, aquella que calificó de verosímiles las denuncias contra Fernando Karadima, lo proyectó como símbolo de transparencia y renovación.

Por eso, Francisco lo vio como una especie de anticuerpo frente al clericalismo y lo incorporó al corazón de la maquinaria vaticana nombrándolo secretario del Dicasterio para el Clero y luego, también miembro de los dicasterios para los Obispos y para la Evangelización.

Sin embargo, la curia tiene sus propios códigos y con la reforma implementada no se puede aceptar que el funcionario eclipse al pastor. La Constitución Apostólica “Predicar el Evangelio” es muy clara en poner la pastoral por sobre la burocracia.

En la medida que avanzan el primer año del pontificado de León XIV este va imprimiendo un sello propio a sus acciones. En ese sentido, el nombramiento del arzobispo Ferrada a Chillán puede ser lo que es muy típico en la Iglesia: retirar con elegancia desde el núcleo del gobierno universal y enviar a una diócesis del sur del mundo, caracterizada aún por su economía rural.

Para Chillán el nombramiento es —al menos— recibido con incertidumbre pues, aunque sea pequeña, no es cualquier diócesis. Con la conducción de Sergio Pérez de Arce, hoy arzobispo de Concepción, la iglesia de Chillán avanzó en sinodalidad, responsabilidades laicales y en curar lentamente algunas heridas

Pero ¿qué pasará ahora? La diócesis sigue necesitando de un pastor, quizás con dones de cirujano todavía, pero no de un administrador con asiento frente a la plaza de la ciudad.

Un escenario posible es que el arzobispo-obispo, Andrés Ferrada, reproduzca los hábitos de Roma: gobierno distante, prudencia extrema, decisiones en circuito cerrado. En este caso, la diócesis seguiría esperando una improbable reivindicación.

Pero también puede darse otra posibilidad. Que el Espíritu sople nuevamente y el contacto directo con el dolor y la esperanza de las comunidades podría devolver al sacerdote que un día firmó aquella carta de 2010. Sería como la redención pastoral de una historia marcada por el poder.

Para América Latina el mensaje es nítido. León XIV ha hecho saber que la acumulación de poder, incluso bajo la bandera de la reforma, no tendrá espacio en su pontificado. Y que el proceso de reforma parte en la base, de Chiclayo a Roma, y no al revés.

El golpe de timón del Papa León XIV es contra un modelo, no contra personas. Y lo ha hecho —con el estilo típico de la diplomacia vaticana— utilizando una diócesis chilena como escenario del primer gran movimiento de su pontificado.

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