"No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer" El Papa, en el domingo de Ramos: "Queridos jóvenes, mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días"

El Papa, en el domingo de Ramos
El Papa, en el domingo de Ramos

En una celebración inédita en la histria contemporánea, Francisco le habló al mundo desde la Basílica de San Pedro, pidió acompañr "al que esta solo y necesitado" y renovó su homenaje al personal médico, "los héroes de hoy"

"El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve"

"Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: 'Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene'"

Al dar inicio a la Semana Santa más particular de la era moderna, que será celebrada sin fieles y seguida por Youtube, el papa Francisco convocó hoy a estar cerca del "que sufre y está solo y necesitado" durante la pandemia, al tiempo que convocó a los jóvenes del mundo a seguir el ejemplo de "los héroes de hoy", como viene denominando el pontífice al personal médico que se juega la vida en tiempos del Covid-19.

"El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve", planteó hoy Jorge Bergoglio al celebrar en la Basílica de San Pedro la misa por el denominado Domingo de Ramos, que este año se celebrará solo por streaming y sin fieles por las medidas que adoptó el Vaticano para frenar la difusión del coronavirus.

"Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene", alentó Francisco, acompañado una vez más por los dos símbolos a los que ha confiado la salida de la pandemia: el crucifijo que salvó a Roma de la peste en el siglo XVI y la imagen de la Salus Populi Romani, a la que le ha confiado cada uno de sus viajes fuera de Italia.

"Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer", convocó Francisco, en su octavo domingo de Ramos como Papa.

El Papa, en Ramos
El Papa, en Ramos

Durante la inédita misa, además de un pequeño grupo de diáconos y religiosas, solo estuvieron junto al Papa el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica, y el obispo Vittorio Lanzani, delegado del a Fábrica de San Pedro. La celebración no tuvo la tradicional procesión desde el obelisco de la Plaza San Pedro hasta el altar de la Basílica, sino que dentro hubo un árbol de olivo que reemplazó al rito de la Conmemoración del Ingreso del señor a Jerusalén.

En ese marco, Francisco se dirigió con especial énfasis a la juventud, a quienes animó a apoyar y seguir el ejemplo del personal médico que en todos los países está dando su vida para afrontar la pandemia.

"Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás", propuso.

En su homilía, Francisco trazó un paralelismo entre "la traición y el abandono" que experimentó Jesús y la situación actual.

"Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido", analizó.

"Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: 'Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene'", planteó.

La misa de hoy marcó el inicio de una Semana Santa que hasta el próximo domingo se celebrará sin fieles y solo transmitida por los canales de streaming del Vaticano por las disposiciones de aislamiento dispuestas en Italia.

Así, según informó la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, la celebración de la Santa Misa en la Cena del Señor, tendrá lugar el Jueves Santo, 9 de abril, a las 18 horas.

El 10 de abril, Viernes Santo, a las 18 horas, tendrá lugar la Celebración de la Pasión del Señor. Ese mismo día, a las 21 horas, el Pontífice presidirá el Via Crucis en el parvis de la Basílica de San Pedro. La Vigilia Pascual en la Noche Santa se celebrará el Sábado Santo, 11 de abril, a las 21 horas.

Finalmente, la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice dio a conocer que la Santa Misa del día, del Domingo de Pascua y de la Resurrección del Señor se celebrará el 12 de abril, a las 11 horas. Al final de la Santa Misa el Santo Padre impartirá la bendición "Urbi et Orbi".

Texto completo de la homilía del Papa

Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7). Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos, donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.

Pero, ¿cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.

El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono.

La traición. Jesús sufrió la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado» (Mt 27,22). Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos. Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.

Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome... Por eso, ¡sigo adelante!”.

El abandono. En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?” más lacerante: “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales: Elí, Elí, lemá sabaqtaní.

¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, para decirte: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”. He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”.

Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer.

Mirad a mi Siervo, a quien sostengo. El Padre, que sostuvo a Jesús en la Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva la vida. Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Como lo hizo Jesús por nosotros.

Ángelus del domingo de Ramos

Al final de la celebración del Domingo de Ramos y la Pasión del Señor, antes de la Bendición Apostólica, el Santo Padre Francisco dirige el rezo del Ángelus.

Palabras del Papa antes del Angelus

Queridos hermanos y hermanas,
antes de concluir esta celebración, me gustaría despedirme de todos los que participaron a través de los medios de comunicación. En particular, mi pensamiento se dirige a los jóvenes de todo el mundo, que viven la Jornada Mundial de la Juventud de hoy de una manera nueva, a nivel diocesano. Hoy se planeó el paso de la Cruz de los jóvenes de Panamá a los de Lisboa. Este evocador gesto se aplaza al domingo de Cristo Rey, el próximo 22 de noviembre. Anticipando ese momento, les insto a ustedes, jóvenes, a cultivar y dar testimonio de la esperanza, la generosidad y la solidaridad que todos necesitamos en este difícil momento.

Mañana, 6 de abril, es el Día Mundial del Deporte para la Paz y el Desarrollo, convocado por las Naciones Unidas. En este momento, muchos eventos están suspendidos, pero los mejores frutos del deporte salen a la luz: resistencia, espíritu de equipo, hermandad, dar lo mejor de uno mismo... Así que relancemos el deporte para la paz y el desarrollo.

Queridos amigos, comencemos con fe en la Semana Santa, en la que Jesús sufre, muere y resucita. Las personas y las familias que no podrán participar en las celebraciones litúrgicas están invitadas a reunirse en oración en casa, ayudadas también por medios tecnológicos. Abracemos espiritualmente a los enfermos, a sus familias y a quienes los cuidan con abnegación; recemos por los muertos a la luz de la fe pascual. Cada uno está presente en nuestros corazones, en nuestro recuerdo, en nuestra oración.

De María aprendemos el silencio interior, la mirada del corazón, la fe amorosa para seguir a Jesús en el camino de la cruz, que lleva a la gloria de la Resurrección. Ella camina con nosotros y sostiene nuestra esperanza.

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