Día del docente El leproso agradecido ante la escuela

Hoy el evangelio nos muestra la fe como agradecimiento sanante. Aprender a agradecer es caminar en la generosidad y en el verdadero sentido de la vida. La escuela nos ha de hacer conscientes que somos criaturas y todos necesitamos de todos. Nadie puede ser sin los otros, nos hacemos aprendiendo a ser, y hay muchos que nos ayudan a ser. Este objetivo es uno de los que me propongo en mi materia de Pedagogía y didáctica de la Enseñanza Religiosa Escolar, la toma de conciencia del valor de la escuela en nuestra vida. Me encanta poder compartir con vosotros esta reflexión de esta alumna que hoy ha sido publicada de en el diario regional HOY.

Querida escuela, aprender a ser

querida escuela

Empezaría por darte las gracias a mi adultez, por las puertas que, tras nuestro paso por tu morada, nos abristeis. Sin embargo, voy a comenzar por rendirte un homenaje con esta carta, recordando el olor a comedor, el olor a pintura, los garabatos en tu pared, las caídas en el patío, los revolcones en la arena, la plastilina pegada debajo de la mesa... Por todo ello, te pediría perdón, pero sabias que eso pasaría, fuiste construida para experimentar, enseñar, educar, para formar parte de personas que se dedican a prepararnos para la vida. Fuiste construida para albergar a niños/as curiosos, experimentadores, repletos de energía, para alborotar tu interior. Tus sabias que esto pasaría. Pasaría que cuando esos niños/as salieran de tu techo, aprenderían sobre un mundo diferente al que conocimos sintiendo el calor de tus paredes. Somos anhelos de aquellos tiempos, donde conocimos a nuestros primeros amigos/as, donde agarramos por primera vez un lápiz, donde supimos ligar las letras hasta construir nuestras primeras palabras, somos gritos, cantos y sollozos entre tus paredes, éramos ignorantes, pero estábamos creciendo. Tus sabias que eso pasaría, cuando el olor a hogar de tus paredes decidió acobijarnos en aquella alfombra tan colorida que teníamos en el rincón de clase, donde todos nos uníamos, cantábamos y jugábamos, con olor a gusanitos, pegamento y gomas de borrar.

Ha sido una gran aventura conocerte, ha sido un crecimiento interno que desde el primer día pisando tu suelo debería agradecerte. Todos los niños/as de este mundo deberían tener el derecho y el placer de conocerte, de sentir tu calor de enseñar, de jugar, de experimentar, de amar. Todos los niños/as deberían tener derecho a aprender de ti y de todas las personas que tienen la dicha de transitar por debajo de tus techos.

Quise darte las gracias por todo lo acontecido, una vez me marché de allí, pero no me di cuenta de tu valía, hasta que crecí. Crecí con luz, una luz que decidí repartir entre la infancia, anhelando tus recuerdos, por ello, quise dedicarme a la enseñanza, disfrutando nuevamente de tu armonía interior, teniendo la dicha de enseñar de nuevo bajo tus paredes a los más pequeños/as. Ahora, ambas nos agradecemos nuestro paso por una vida llena de alegría, armonía, enseñanza y espíritu infantil. Ahora comparto contigo, tu sentimiento de hogar, de afecto y de aventura. Ahora, es cuando estoy preparada para agradecerte, todo lo que me distes aquellos años, aquellos años que me enseñaste la importancia de descubrir y de aprender. Ahora, te agradezco con mi profesión, te agradezco tener el placer de enseñar junto a ti, el calor de una buena educación, la cercanía de los abrazos en tu interior, de las canciones que hace años cantaba y que ahora utilizo para amenizar mis clases. Ahora, disfrutemos juntas de la dicha que el pasó por ti me enseño, me está enseñando y me enseñará. Esto es solo una pizca de luz, una pizca que te dedico para que ambas nos recordemos. Gracias por estar aquellos años y gracias por seguir estando, gracias a ti, a los maestros y maestras, tienen un cobijo donde poder ser creativos, soñadores y mantener guardado su alma de niño/a por siempre.

Rocío Calderón Janeiro. Alumna de la facultad de Educación.

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