Bautizados para ser reconocidos. Se puso en la fila de los pecadores para adentrarse en un bautismo de penitencia, solidario y compasivo con la debilidad de todos los hombres, vaciándose de sí mismo para ser uno de tantos, llegando incluso a la muerte y a la injusticia de los crucificados de la historia.

Todo un bautismo para desarrollar en la existencia con clave testimonial y martirial. El camino no era fácil, el reto doloroso, las fuerzas justas… sin el Espíritu no era viable mojarse en dicho compromiso, por eso el Padre grita enviando su Espíritu para reconocerlo y reforzarlo: “Tú, eres mi hijo amado”.

Nosotros bautizados en Cristo, sentimos la fuerza de su Espíritu resucitado que nos mueve a caminar buscando el reino de Dios y su justicia, y a ir sintiendo como el Padre se complace en nosotros, en todos los gestos bautismales de entrega en la solidaridad, en la compasión profunda y en la misericordia entrañable. Somos Hijos de Dios en el Hijo amado.

N.B.- Foto: Las víctimas -cristianos de Nigeria- de la limpieza étnica de los fulanis son enterradas en fosas comunes