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El oficio de partir el pan, convocar a la mesa, sentarse juntos es divino. Jesús de Nazaret nos ha invitado a hacer memoria viva de ese gesto que alumbra la vida y la gesta en el camino de lo diario y se convierte en la esencia del existir y del ser. Si vivimos no lo hacemos para nosotros mismos, sino para el Señor, en la vida y en la muerte estamos llamados a la comunidad, a la mesa compartida, al camino sinodal que nos lleva a la gloria de lo definitivo, donde el reino se hará banquete de alegría y de felicidad sin límites. Dios se nos dará totalmente y no faltará nadie para que la unidad sea plena. Somos una familia y comemos el mismo pan de la vida.
Llamados a ser en común. La Eucaristía nos alimenta y nos empuja para construir y animar nuestra comunidad cristiana. No hay Eucaristía sin comunidad, ni comunidad cristiana si no es eucarística. La comunidad es el espacio donde creemos que podemos acompañar y ser acompañados, generar presencia, anuncio, denuncia y otro estilo de vida. En el detalle pequeño y oculto se despliega la fuerza radical del resucitado que se hace presencia real y oculta más allá de lo que tú contemplas.
Queremos crear, desde el amor de Cristo que se nos da como pan, espacios liberados donde el que sufre, encuentra consuelo; donde el sediento, encuentra fuentes de vida y ánimo para saciarse y seguir caminando; donde el que necesita cuidado, acogida y cariño, encuentra la cercanía del otro que le dignifica y le reconoce en su dignidad de humano y de hijo de Dios. La dimensión socio caritativa de nuestra fe y de nuestras comunidades, alimentada con el pan del altar, ha de ser priorizada en nuestras parroquias, asociaciones, movimientos, congregaciones, en toda la Iglesia. Cáritas es un instrumento de concienciación y animación en este sentido, que nos invita a construir la casa de todos.
Desde la comunidad cristiana, sabiendo que gente pequeña con cosas pequeñas y en pequeños lugares, vamos transformando como levadura y sal el mundo. El horizonte de pan partido y repartido de la Iglesia está claro: habitados y alimentados por la presencia real de Cristo en la Eucaristía, estamos llamados a ser ese pan partido y comido por los hermanos, especialmente por los que tienen hambre y sed de justicia. Así seremos los cristianos, prolongación de esta presencia real de Cristo en medio del mundo, entre los hermanos, y seguiremos caminando hacia la Vida Eterna.
"Que siempre que estamos unidos me corre la sangre en las venas... "(Siloé)
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