Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Dios es amor en la historia de cada día. Abre los ojos. VI Domingo de Pascua

Dios es amor en la historia de cada día. Abre los ojos.  VI Domingo de Pascua
Dios es amor en la historia de cada día. Abre los ojos. VI Domingo de Pascua José

Donde menos lo esperas el amor del Padre se derrama y te sobrepasa en la ternura de los humanos. Cuando eso ocurre lo más importante es contemplar y dejarte abrumar por esa mirada de compasión viva y felicitante que los demás te ofrecen... silencio y contemplación.

La teología de la caridad

Dios es amor, no hay otro modo de entenderlo. La historia es fruto de ese amor, cada uno de nosotros en ella somos signos de su amor gratuito y libre. Abrirse a esa historia con esta mirada es hacer camino teologal para el encuentro con lo divino, también con lo humano, o más bien, para encontrar lo divino en lo más humano. Sólo desde esta contemplación caritativa de la existencia se puede cumplir el mandamiento del amor, sólo puede amar quien se siente fruto del Amor absoluto.

Evangelio: Juan 15,9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

Naturaleza y amor

Me encuentro en un lugar de naturaleza desbordante, donde la belleza, la luz, la paz, la armonía sobrecogen y seducen. He venido a este valle de la Vera con el ánimo de entrar en su silencio y acompañado por los textos evangélicos de los domingos que intento masticar para compartir con vosotros. He llegado a una sencilla residencia universitaria en Losar.

Hay un grupo de personas con límites intelectuales y físicos, vienen de Madrid y vamos a estar juntos por casualidad. Me sorprende lo que veo. Son muy diferentes entre ellos mismos y en sus niveles de discapacidad, en su físico, habilidades, movimientos físicos, en sus modos de comunicación. Algunos muy jaleosos, gritan y expresan así sus sentimientos, otros muy callados, algunos corriendo como locos, otros apenas se mueven acompañados por un monitor. El grupo es de unos veinte más o menos, les acompañan cinco monitores.

Todos son una red familiar, con un conocimiento y adaptación entre ellos increíble. Respiran un ambiente de alegría y realización sorprendente, se expresan con una libertad total, tienen un cuidado entre ellos digno de admiración. Con ritmos muy distintos van a una, se esperan y no pierden su ánimo. Cada uno tiene su lugar, su espacio, su reconocimiento. Inquietos y creativos, desenvueltos en marcos de limitación muy fuertes. Es un milagro que para ellos debe ser algo muy cotidiano y normal, se les ve que lo tienen muy incorporado como algo muy natural. Subi, la encargada del hospedaje, me dice que, si quiero, que vaya a otras horas al comedor para no coincidir con el jaleo, no se imagina lo que está suponiendo para mí la contemplación de esta escena, en este contexto de estudio del evangelio.

Me quedo extasiado ante los monitores. No tiene explicación. No he visto amor tan grande en tanta sencillez y delicadeza como el que ellos desprenden. Son jóvenes, algunos se les ve profesionales, otros deben haberse incorporado hace menos, no lo sé. Pero se les ve muy distintos con un solo carisma común: la delicadeza en el trato, hasta el punto de ser pura ternura, dentro del orden y la red que están formando. Me pregunto cómo se puede llegar a ser así, expresar con tanta naturalidad tanto amor. Les observo en el hablar, dialogar, ofrecer, exigir, darles protagonismo, escucharles, entrar en su alegría, ir a su ritmo, dejarlos marcar sus pasos, celebrar a su manera, ayudarles a comer, llevarlos al servicio, comer después de ellos, no empujarles nunca, acompañarles siempre, dedicación total a los que más le necesitan, campo libre para los que pueden correr, cantar, bailar. Qué testimonio de amor ante mí, tan inesperado, fuerte, seductor, impresionante. Y todo cuando me encuentro con este texto evangélico en torno al amor y el mandamiento nuevo.

No sé qué puede moverles por dentro, a mí me han despertado el deseo del amor que muestra Jesús en este evangelio. Yo quiero permanecer en el amor como lo hacen estos chavales y cómo lo viven estos monitores. Son un reflejo de amor tan limpio, no hay duda de que son amigos de Dios, o si queréis, que Dios quiere ser amigo suyo, está en ese amor tan divino para lo humano. No volveré a verlos posiblemente, no olvidaré nunca esta estampa de resurrección tan regalada a un solitario como yo en la Vera.

Invitados a amar en Cristo

Nada nos separará del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo Jesús. No es extraña la respuesta de Pedro ante el interrogante del maestro: “a dónde vamos a ir si tú tienes palabras de vida eterna”. El evangelio ha seducido a esos hombres sencillos del pueblo, ante la evidencia del modo de relación y propuesta de Jesús nada es comparable, cuando se entra en ella no puede obviarse, es como el enamoramiento.

El reino que es como esa semilla, como la levadura, se adentra en los resquicios de lo humano para fecundar las existencias y dotarlas de sentido incluso en el dolor. No hay situación personal y comunitaria que no pueda ser lugar de amor. Cuando entramos en la experiencia del amor por los caminos de lo real y lo diario quedamos enlazados a una corriente de armonía que nos invita a amar, a desear lo bueno, a acompañar para el bien común. Deseamos permanecer en el tesoro encontrado y compartido.

Cuando se encuentra este amor cristiano ya nadie lo puede quitar del corazón, del sentimiento profundo. Las personas que ven este evangelio se sienten llamados y se incorporan por seducción como los primeros cristianos, levantaban la admiración de los paganos con su amor.

Cuando el evangelio invita a estar vigilantes, no dormirse y estar despierto, se refiere a los signos de amor y de bondad que se van dando por la fuerza del resucitado en medio de todas las historias y lugares. Dichosos los limpios de corazón que ven a Dios en las miradas de lo más cotidiano y sencillo.

El testimonio de la resurrección pasa por el grito constante de la visión de esos signos, porque no se enciende una vela para ocultarla. La luz de los que aman ha de estar siempre en el candelero y no para presumir sino para que todos puedan ver bien y encontrar ese tesoro de sentido, puedan descubrir que han sido elegidos para ser queridos y poder ellos comunicar esa bondad en medio del mundo. Para entender que el Espíritu va a hacer posible el único mandamiento: “amar como él nos ha amado”.

Dios se está derramando y revelando en millones de signos anónimos de armonía y ternura regalada y no exigida, en mandamientos que se cumplen por la seducción de lo que enamora y llena el corazón de vida y de alegría. Caminemos unidos por los senderos de la compasión hasta que podamos decir con los testigos de la resurrección que nosotros mismos lo hemos visto y palpado allí donde no lo esperábamos.

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