Porque estuve desnudo y me envolvieron en pañales... “Dios envuelto en pañales, vulnerable y cuidado”

Lo que permanece... Los modos de celebración de las fiestas navideñas van cambiando a lo largo de los siglos, según las épocas y las culturas, pero hay algo que permanece y que tiene sesgo de ser lo auténtico en ellas. Hoy he tenido la fortuna de acompañar un gesto simbólico que se realiza en la diócesis de Badajoz desde 1948.

Entre lo pasajero y lo permanente: Navidad

Las canastillas de don Luis

Luis Zambrano

En Olivenza (Badajoz), un sacerdote que se había rodeado de un equipo apostólico de mujeres, del “hogar de Nazaret”, laicas consagradas, que intentaban vivir con la sencillez y humildad de aquella casa de la esclava del Señor, Santa María, ante la penuria de los más pobres buscaba modos de ejercer las obras de misericordia. Uno de los gestos del párroco fue con ocasión de su cumpleaños en diciembre, que pidió que, en lugar de hacerle regalos a él, le obsequiaran con medios para los niños pobres que iban a nacer, para que tuvieran acogida, pañales y cuna cuando llegaran a este mundo. Con este gesto inició una vereda que continúa hasta hoy, que nos hemos reunido cientos de personas de la ciudad y de más de veinte pueblos rurales para traer simbólicamente un arsenal de materiales dirigidos a los cuidados y necesidades de los más pequeños en situación de debilidad y pobreza.

Señal de Dios en la verdad de la vida

altar

Con este gesto simbólico aquel sacerdote subrayó dos claves fundamentales de la evangelización en medio del mundo que consideramos claves en el misterio de la encarnación que celebramos en la navidad. Una poner en el centro del misterio celebrado la vulnerabilidad de lo humano y, junto a ella, la necesidad y el valor de los cuidados. Por otro lado, reconocer a los otros como fuente de alegría de lo propio, manifestar que la mayor alegría del hombre de Dios es que los demás hermanos, pobres y necesitados, gocen y se alegren de la gloria del Dios humanado, sintiéndose amados y cuidados. Estas claves del misterio de la encarnación han de ser permanentes para que la Navidad sea verdadera, y no lo son porque lo dijera Don Luis, o porque lo dijera el escrito del evangelio de Lucas, sino que lo son porque así es Dios y así es en la vida, en la historia y en el mundo. No hay nada más importante que el amor y éste se cifra y se revela en la “vulnerabilidad amada y cuidada”, sí, el amor se verifica en la gratuidad expresada en la mayor generosidad: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo” (Jn 3,15).

Para salir de un círculo vicioso y destructivo

Cuando analizamos la cultura y la situación real del mundo en el que vivimos hoy, nos damos cuenta que venimos de un proceso tensional en lo que se refiere a la relación del Hombre y Dios. Ha habido un momento histórico en el que el hombre ha querido sacudirse del yugo del poder divino, arrojando la dimensión trascendente de su existencia, confundiendo una posible imagen de Dios con Dios mismo. Buscando equiparse y pertrecharse con su sola razón y su tecnología transformadora y creadora de progreso. Los avances en esos campos han sido determinantes y grandiosos en lo que se refiere a un nivel posible de bienestar. El hombre se ha sentido dueño del éxito y del progreso. Pero la aceleración del mismo sin atención a lo trascendente, a lo que se refiere a lo humano, a los otros, a la naturaleza no ha sido todo lo exitoso que se esperaba.  Se olvidó la condición de creatura y el ser vulnerable de todo lo que somos. Actualmente oímos desde todas las esferas culturales, económicas, religiosas, sociales que la realidad de naturaleza está siendo esquilmada y comenzamos a sentir consecuencias muy graves para todos, especialmente los seres vivos entre los que nos contamos también toda la humanidad. En lo que se refiere a los otros vivimos con unas desigualdades, donde el bienestar es propio de muy pocos y el malestar le pertenece a la mayoría de los humanos, no por falta de bienes sino de fraternidad y organización social. Actualmente nos movemos con guerras conocidas como la de Ucrania y otras decenas silenciadas y ocultas, pero todas girando en torno a una economía que mata. Y por si fuera poco nos damos cuenta, que estamos todos, incluidos nosotros los ricos, en la enfermedad de la rapidación, del individualismo, del consumismo. El sentimiento de agotamiento y soledad forma parte de nuestra cultura, aunque queremos huir de ello, nuestro mayor consumo de medicinas es para este tipo de mal agobiante. Nuestros niños son menos que los perros adoptados y cuidados, los mayores tienen cuidados técnicos y profesionales, pero con lejanía de lo cercano y de la ternura.

belen

Es verdad que hay signos de esperanza también en dirección contraria a los que nos agarramos para no perder la esperanza, pero en el conjunto no podemos hablar de un verdadero éxito y progreso si miramos lo natural y lo humano. Nuestra humanidad necesita hacer una revolución que no ha de ir tanto por lo tecnológico y racional instrumental, sino de la inteligencia sentiente, de la capacidad de una relación humanizadora y natural, una cultura que se centre en el verdadero cuidado. Estamos a tiempo para la salud, para la salvación. La Navidad nos invita a ello, a nacer de nuevo, a creer con firmeza que el corazón tiene razones y porqués que hemos de atender.

Volver a Dios para humanizarnos y sanarnos

eucaristia

Hemos de asumir el reto al que nos invita el momento presente, recuperar nuestra dimensión trascendente en la búsqueda del sentido, volver al Dios que se manifiesta en la vulnerabilidad cuidada, en el niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre. El camino pasa por asumir verdades fundamentales y sencillas como reconocer que todos somos creaturas, todos somos vulnerables, todos necesitamos de todos. Es por la vía de la humildad por donde hemos de caminar para generar relaciones de comunión con la naturaleza, con nosotros mismos en nuestro interior, con los demás y con el fundamento de nuestro ser, con el Dios que siendo creador se hace criatura para entrar en nuestros cuidados y cuidar de nosotros, desde su propia debilidad. Hoy estamos llamados al evangelio, a la buena noticia del cuidado: hemos de cuidarnos a nosotros mismos abriéndonos a una espiritualidad profunda y encarnada, cuidar a los otros entendiendo nuestra vida en la alegría del servicio y la entrega como la mayor realización de lo humano, y en la defensa de una naturaleza que es puro don y regalo, que está dispuesta a ser para nosotros, en cuanto la cuidemos mínimamente. Este ha de ser el poder de la iglesia y de los cristianos en el mundo, el del “hogar de Nazaret”. Volver al cuidado de lo humano.

Un interrogante de valentía

¿Quién es tan valiente que esté dispuesto a cambiar su modo de pensar, sentir y actuar según Jesús de Nazaret –atendiendo a su señal en Belén, a sus pañales- para cuidar y amar a los más vulnerables de la historia y a la naturaleza esquilmada que cae sobre los pobres?

joven

En Belén fueron los más sencillos los que descubrieron la señal y creyeron en ella, sin más discusiones. Tampoco faltaron los que siendo señores de la razón y reyes del mundo tuvieron la valentía de volver por otro camino, para evitar la destrucción y el engaño de una sociedad falsa como la de Herodes y sus palacios, se dejaron llevar por la humildad de Dios de los pequeños.

No hay duda de que estas canastillas son sacramentales de este reto que el mundo y la iglesia tienen hoy planteados, no hay otro camino de salvación y de sanación que el cuidado y la fraternidad. Porque pasará todo –todo es pasajero- y solo permanecerá el AMOR.

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