Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) Enrique y Francisco...SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

Hoy traigo a vuestra consideración, con gozo, este testimonio vital de un creyente como Enrique que a mí me interpela y que me ha ayudado a ver y sentir el sínodo convocado por el papa Francisco de una manera viva y esperanzada. Enrique de la Frater me confiesa que “la cercanía a Francisco, a su pensamiento y a su persona, ha marcado un hito en mi vida”. Y lo explica:
| Enrique Alarcón de Frater - José Moreno

Mateo 16,13-19
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Dichoso tú Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre, que está en el cielo! Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo»,
Atar y desatar
Bello oficio de pastor, a veces, atando y otras desatando, pero siempre al servicio de la comunión, de la humanidad en la esperanza de la bondad última que da sentido a todo. Atar a lo que da firmeza y autoridad verdadera en la praxis del amor que verifica la fe y genera esperanza. Desatar para la libertad auténtica, la que proviene del espíritu que no se guarda nada para sí, porque sabe que eso es perderse. Libres para entregarse y sembrarse en los surcos de una humanidad que necesita de la semilla que es como el grano de mostaza y que Dios la hace crecer para que sea sostén y descanso de los que desean volar y construir el reino en la historia. La Iglesia, hogar y taller de salvación, esa barca que surca los mares con horizontes de verdad, justicia y amor, sabiendo que existe y camina para el Reino de Dios. Para eso hay que desatarse y elevar anclas, para que nada mundano nos agarre, poniendo la mirada y atándose sólo al corazón del Padre que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Francisco y Enrique, apóstoles hoy
Nos cuenta Enrique:
“Por una parte, ha contribuido decisivamente para deshacer esa neblina de desánimo y sospecha sobre la Iglesia que anidaba en mi vida. Un lastre de cierta desesperanza y sentido de derrota que me interroga acerca de si nuestra Iglesia era la comunidad de fraternidad y alegría anunciada por Jesús durante su vida, así como la liberación manifestada a través de sus Bienaventuranzas.
Realizar mi compromiso de fe y eclesial en un movimiento de apostolado seglar, la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad (FRATER), insertado en la Acción Católica Especializada, puso ante mí el reto que Francisco lanzó al mundo mediante el proceso sinodal, algo que, desde el primer momento, suscitó mi curiosidad eclesial y mi interés por la iniciativa de un Papa empeñado en sacar a la Iglesia de un sopor de siglos y encastillada en una enfermiza auto referencialidad dopada de clericalismo rancio.
La simple lectura y meditación de los documentos del papado de Francisco ya suponían, en mi vida, un estímulo que me animaba a la esperanza, además, intuía la presencia de un rayo de luz incontenible y capaz de iluminar las sombras que, en los últimos siglos, se iban apoderando de la Iglesia hasta desfigurarla. Como Jesús con Lázaro, Francisco levantó de la forzada tumba el grito que el Espíritu Santo derramó en aquel particular Pentecostés que fue el Concilio Vaticano II.
Liberado el Espíritu, este habló por las voces acalladas de toda la Iglesia Universal, en todo pueblo y cultura. Ser escuchado, primero en la fase de escucha, y después como un miembro de pleno derecho, con voz y voto, en el Sínodo, siendo laico y con gran discapacidad es una experiencia humana y espiritual difícil de narrar pero que riega incontenible el oasis donde reposa el alma y la vida cobra sentido pleno.
Hoy, navegando entre las olas del proceso sinodal, ya tengo clara mi pertenencia plena a una Iglesia que, ante todo, es pueblo de Dios y que se esfuerza por ser un hogar de puertas abiertas para todo ser humano. Por supuesto que son muchos los vientos en contra: recelos e indiferencia, aferrarse al poder y dejarse nublar por miedos. Así mismo, sintonizo con esa extraordinaria fortaleza que reside en la fragilidad de Francisco y que, hoy, es faro para una Humanidad herida que necesita ser acogida con ternura y sanada.
Me siento profundamente agradecido a Francisco. La Iglesia y el mundo están necesitados de profetas guiados por el Espíritu Santo como él, humilde, pero contundente con la verdad y el Evangelio. Haber podido estar en su cercanía en varias ocasiones, poder hablar libremente con él, haber vivido en la Residencia Santa Marta durante un mes y escuchar su risa infantil y limpia, observar al hombre al que Nuestro Padre Bueno ha encargado el timón de una barca tan sobrecargada y con tantos vientos en contra… todo eso me edifica y no puedo menos que darle gracias a nuestro Dios por este inmenso regalo. Gracias querido hermano Francisco.”

Reflexión personal: “Yo no soy del Papa”
Detrás de este testimonio vivencial de Enrique considero que hay claves ministeriales en el ejercicio del ministerio del Papa, de las que yo me siento lejos, pero deseoso de tenerlas. Y me atrevo a indicar, a vuela pluma, algunas de ellas:
- El papa se inclina ante el pueblo de Dios. Sabe que el poder que tiene no es suyo ni para él, sino que es para ellos. Sabe que es pastor de una Iglesia que tiene poder para expulsar los espíritus inmundos y liberar a los oprimidos, para sanar enfermedades y curar sufrimientos. Por eso tiene claro que ha de fijar la atención en los lugares y pueblos que sufren, en los heridos de la historia, los desgraciados y los excluidos. Sólo desde ellos y para ellos tiene sentido su poder. Es cuestión de fidelidad a Cristo el Señor.
Yo tengo que pedir perdón porque aún me falta bastante para inclinarme de corazón y de verdad ante el pueblo que sufre y espera liberación, sanación y consuelo.
- El papa se abre al Espíritu y siente la necesidad de empujar a la familia eclesial católica a abrir puertas y ventanas, sin miedo, a todos, todos, todos. No es una pose, es el reflejo claro de que la salvación es universal y que Pentecostés sigue vivo y activo en medio de nosotros. El miedo, que produce el deseo de asegurar, conservar y defender, no viene del Espíritu, ni fue el que sostuvo a Cristo en la predicación del reino y la manifestación de sus signos.
Yo tengo que pedir perdón por lo que hay de miedo en mis decisiones y posturas ministeriales y ciudadanas en medio de mi sociedad y mi comunidad cristiana.
- El papa hace un uso del Evangelio iluminador y de discernimiento, lo descubro como un verdadero discípulo de Cristo y un auténtico servidor de la humanidad. El modo de anunciar el mensaje me despierta y provoca en mí un deseo del estudio del Evangelio de modo nuevo. Esta forma de presentar la Buena Noticia, vitalmente, con rectitud de intención y abierto al Espíritu sin miedos ni seguridades, es nueva y renueva a la Iglesia.
Yo sigo aún iniciándome en el deseo de dejarme hacer por el evangelio, todavía la ideología de mi propio pensar y razonar se impone a la frescura del detalle y el gesto de la Escritura que trastoca y despierta a sueños más comunitarios, fraternos, de iguales.
Podría seguir, porque son muchos los apuntes de los que voy tomando nota en su ser y hacer: sus zapatos, sus abrazos, su silla de ruedas, sus risas, sus miradas, sus viajes, sus respuestas, nombramientos, sus visitas y recepción de personas, sus contactos con los problemas y las personalidades implicadas, sus reflexiones antes los sacerdotes y obispos, su cariño con los pobres y su cercanía…
Trato de guardarlos y los contemplo, desde los evangelios que descifra y presenta con ellos. Además, lo hace consciente de sus debilidades y límites, no sólo físicos y de salud, sino de carácter y pensamiento; esa debilidad aceptada y abierta a la acción del Padre que es capaz de sacar la fuerza de lo débil y la compasión de lo que puede ser duro por la historia en cada uno de nosotros.
Ahora, últimamente, ha dicho que sabe que está cercano a la muerte, por la lógica de lo natural y de los achaques que va viviendo, y ha mostrado su pequeño deseo de lugar para ser enterrado, ahí junto a María en el altar al que suele ir a rezarle, antes y después de ser papa, otra muestra más de entender que el ministerio va mucho más allá de nosotros mismos. Que la fuerza del evangelio permanecerá y él quiere ser fiel hasta el último momento, en el hágase de María también está el suyo.
Yo no soy el papa Francisco, pero me gustaría ser de Cristo como percibo que él lo es. Convencido de su amor y su bondad. Con ese criterio, eterno ya, de que ha sido enviado para amar y salvar al mundo, no para juzgarlo. Razón de más para no juzgar al papa que quiere ser fiel a ese Evangelio. Y me encanta la claridad y confianza de su postura para el encuentro y el diálogo, creo que puede hacer suya la frase de Jesús -aunque sé que él no haría este uso del evangelio-: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
Por fortuna siempre vuelves, me sorprendes con ideas nuevas”
(Mikel Izal- La fe)