No lloréis entre los muertos a los que viven... Liturgia de la vida en un duelo sin entierro

Ante los familiares que no han podido estar junto a sus seres queridos en los momentos últimos y que no han podido enterrar a sus muertos como hubieran querido.Qué difícil es bajar del calvario, sin haber podido subir al él y contemplar la muerte real del ser amado. Qué difícil es saber estar en la lejanía cuando muere el más cercano, como hizo María. Qué importante es saber entrar en el cenáculo de la propia vida y de la familia, aunque sea con las puertas cerradas, para elaborar el duelo y que el espíritu pueda abrir las ventanas de la esperanza y del amor consumado.

LITURGIA  Y VIDA ANTE UN DUELO SIN ENTIERRO

“Ya nada nos podrá separar en Cristo Resucitado”

Una situación no esperada y desbordante: ¿Cómo hacer duelo?

Arrancada la pandemia y arribada a nuestras fronteras, se ha incrustado allí donde nos produce dolor y desconcierto, cuando no angustia y ansiedad. Nos ha dado el marco de un huerto de olivos permanente para esta semana santa, en que no nos queda otra oración que la de Jesús: “Si es posible que pase de mí este cáliz…”. Ahora ya el cáliz ha sido bebido por muchos de nuestros hermanos cercanos y la hiel nos duele a los que los amamos, al sentir la impotencia y la debilidad en un grado insospechado, de su muerte en soledad aparente y de su ausencia. Ojalá que también podamos sentir la esperanza y el consuelo de un horizonte de vida y de amor más fuerte que la misma muerte, una resurrección que se plante con vida sin límites ante la pandemia.

Recibo en estos días llamadas de conocidos, feligreses y amigos, que están sintiendo dolor, angustia, soledad, miedo…ante la situación que estamos viviendo. Otros muchos por el deseo de saber de mí y animarme sabiendo que estoy en el confinamiento en soledad, y quieren que me cuide y protegerme con cariño y cuidados. Pero me llaman la atención especialmente la llamada de aquellos que están viviendo el final de seres muy queridos, incluso su muerte, en una situación que se hace muy difícil, no sólo por la desgracia de que les haya toca la malignidad del virus en grado fuerte, sino también por las condiciones en la que se tiene que vivir este momento último de personas queridas, incluso la forma de enterrarlos y de hacer ese duelo primero que siempre construimos con las exequias de nuestros hermanos difunto.

Me hablan de la impotencia de no poder estar cerca de los padres y mayores en estos momentos, de cómo se quedan en soledad, aunque incluso les llegue el alimento, estén en una residencia, o no les falta el cuidado médico en el hospital. Y después el sufrimiento de no poder estar juntos, no visibilizar la muerte, no hacer la despedida en la clave de lo humano y en lo espiritual y religioso los creyentes, más agravado aun cuando el que fallece es una persona profundamente religiosa. Me piden que yo haga algo, que les acompañe, que rece, les ayude, ofrezca la eucaristía. Toda esta situación me hace recordar las obras de misericordia y en especial la de enterrar a los muertos, que parece material pero es de un calado humano y espiritual de una profundidad tremenda, estos días no están descubriendo esa dimensión tan importante en el ser humano que es la vivencia de la muerte, y de que no es un acontecimiento individual, sino en cuanto humano lo es social, comunitario y necesita ser elaborado por las comunidad, en la familia, en los cercanos, en la iglesia. Enterrar a los muertos no es sólo una cuestión de sepultura, ya lo decía León Felipe, que para enterrar a un muerto cualquiera vale, cualquiera, menos un sepulturero. No se trata de un acto rutinario de adentrar un féretro en un nicho o cremar un cuerpo, sino de un acto profundo y humano, ante una vida que culmina, que acaba y entra en el misterio de la muerte. Cuando eso ocurre hay muerte en el nosotros, pero también debe haber duelo, vida, aceptación, consuelo, esperanza, reconstrucción. Por eso me atrevo en este momento a ofrecer esta reflexión guion que nos pueda servir de elaboración de un enterramiento espiritual y religioso de nuestros seres queridos en los que somos creyentes y alumbramos la esperanza en Cristo.

Duelo en la ausencia más brutal

El dolor en este momento para los que pierden un ser querido es grande y elaborar el duelo se hace muy duro por irreal. Sin haber podido estar a su lado, como siempre le prometimos que haríamos, y como ellos quizás nos han pedido a los más íntimos. Sin poder ir ahora a su entierro con los seres más queridos, demás familia, amigos, vecinos… sin poder abrazarse, consolarse, llorar juntos, recordar… vivir la muerte del padre, la madre, el hermano, el hijo… y acogerla en el seno de lo íntimo y lo amoroso, con toda la gente del pueblo, con todos los queridos y conocidos. Sólo tres personas como testigos casi judiciales de un acto último, a escondidas y con miedo. Cuando lo más seguro es que la vida ha sido siempre rodeada de familia y de encuentros, que hayamos celebrado todo en familia y comunidad con los nuestros, tanto la vida, el nacimiento, la juventud, las bodas, pero también el dolor, la enfermedad y las muertes. Ahora parece que el universo se ha parado y que estamos sentenciados. No es la extraña la voz interior que nos dice que no puede ser, no lo puede aceptar, no porque nos falte nada a su alrededor, sino porque hemos perdido un amor fundante, importante, y ahora parece que te quedas sin esos lazos, cimientos, de la noche a la mañana y no puedes razonarlo en las claves de la emoción y el sentimiento, aunque la racionalidad quiera que sea lógico, la inteligencia sentiente se resiste porque ama la vida y la vida de los amados. ¿Qué podrá consolarnos? ¿Quién podrá hacerlo…?  Ciertamente nadie, más que Dios y la mirada a la vida de los que se marchan y nos dejan. Será la misma vida vivida la que nos reconciliará con este momento, a la muerte sólo podemos ganarle con la vida misma, descubriendo que ella no ha acabado con la persona, sino que la ha fijado para siempre y le ha permitido entrar en lo eterno para que desde allí nos ame, nos cuide y nos proteja, y así nos consuele, nos alegre y nos haga sentirnos felices por lo que con él hemos recibido y vivido, que ya nadie nos lo podrá quitar nunca. Aunque ahora sea en el mayor dolor de una herida recién abierta y tierna.

Claves  cristianas de luz divina

Apoyado en las conversaciones de estos días con feligreses y amigos, con enfermos del coronavirus, en el credo de la vida frente a la muerte que tenemos los cristianos y en la experiencia que me han aportado muchas veces la asociación “ellos”, de padres que tienen en común la vivencia de la muerte de algún hijo, que se asocian para vivir juntos los duelos, consolarse y animarse en la vida, me atrevo a reflexionar sobre la obra de misericordia de enterrar a los muertos. Obra en la que Dios no sólo nos pide que atendamos la suerte del difunto, sino también nuestra propia vida y nuestro propio dolor y desconsuelo. Ni que decir tiene, que nuestro consuelo estará siempre referido al Dios Padre que nos ha creado por amor y al amor nos llama, habiendo manifestado en Cristo que su amor es más fuerte que la muerte y que todos los que le pertenecen resucitarán con él a la vida eterna para siempre.

Sin Dios no somos nada y, como decía el Apóstol, si Cristo no ha resucitado somos los más desgraciados de los hombres. Pero estoy convencido, desde nuestro credo cristiano, que Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza. Nosotros a lo largo de la vida lo buscamos y tratamos de relacionarnos con él. En la medida que lo hacemos, esa imagen suya dentro de nosotros se va desarrollando y cada uno de nosotros nos vamos configurando, pareciéndonos a ese padre Dios, lo hacemos mirando a Jesucristo y con el ejemplo de su madre María. Los creyentes nos esforzamos como dicen en el mundo rural para no perder la pinta de los nuestros, de nuestro Dios, nos gusta parecernos a él y que se nos note.

Cada uno vamos haciendo nuestra imagen de Dios, y esta se acaba y se ultima en nosotros cuando morimos. Por eso cuando se va un ser querido, nosotros los creyentes tenemos un trabajo muy bello para hacer que es contemplar y discernir, para agradecer y poder consolarnos, la figura de Dios que ese ser tan cercano, en este caso ese familiar o ser querido cercano, nos ha dado, y que es la que ha resucitado con Cristo para siempre. Imagen que ya nadie ni nada os la podrá quitar nunca porque se ha hecho definitiva en la resurrección, venciendo a la muerte que os la ha querido quitar, robar…, pero no ha podido. Por eso tras el llanto natural y primero, ahora toca reencontrarnos con ellos, los que partieron, y su vida. Escucharla del modo que sepamos y podamos.

Hemos de ser conscientes que el dolor inconsolable, la angustia, la ansiedad, la desesperanza, no vienen del cielo, ni del buen padre Dios, ni de nuestros seres fallecidos. Vienen de la muerte, de la desesperanza, de nuestro aferramiento a lo limitado y a lo controlado, normal en nuestra debilidad y en nuestra orilla de lo terreno y lo temporal, pero no verdadero. Eso es lo que nos hace sufrir el poder de la muerte sobre nosotros si nos falta la esperanza.

Todos vamos a morir, lo importante es cómo lleguemos a la muerte, cómo estemos de maduros y preparados para recibirla, o sea, qué imagen de Dios se ha engendrado en nosotros, en qué medida Cristo se ha generado dentro de nosotros y nos ha dado sus propios sentimientos y la fuerza de su resurrección para vencer toda muerte. Ese es el poder que nos da Dios, en Cristo, vencer a la muerte, y no hay duda de que nuestros seres queridos, desde su confianza en Dios, su unión con Cristo y su amor a la Virgen María, ya la han vencido para siempre y ahora nada ni nadie los separará del amor de Dios que ellos han vivido amando en su vida terrena y centrado especialmente en los que nos consideramos suyos: esposo, esposa,  hijos, nietos, hermanos, sobrinos, amigos, vecinos…

Liturgia desde el corazón para enterrar en el amor verdadero

¿Cómo escapar de ese dolor de la muerte tan humano por la vía de un amor que sea divino y humanizado en estos momentos? ¿Cómo consolarnos interiormente y animarnos mutuamente en la fe? ¿Cómo levantar cabeza y superar la angustia, la ansiedad, la desesperación…?

Desde el reencuentro con la imagen de Dios que los habitaba y se realizó en sus corazones de padre, madre, hermano… en su modo de pensar, sentir, juzgar, actuar, en su modo de ser y de amar, de vivir la vida. No hay otro modo.  Los cristianos enterramos el cadáver, que ya no es ni siquiera cuerpo humano, porque no tiene vida, pero no enterramos a la persona, ni su vida. Sabemos que está en manos de Dios, que es donde la ha vivido, y ahí nos espera para el abrazo definitivo que ellos ya no están dando, pero que a veces nuestras propias lágrimas miopes, aunque auténticas, no nos dejan verlos.

¿Cómo ir recuperando esa verdadera imagen de nuestro padre y esposo, abuelo, hermano, tío, vecino…? Ese es el trabajo de los dolientes, para que el dolor de su ausencia se haga sacramento de su presencia, y nos traiga el consuelo y la alegría que ellos ahora mismo están intentando que nos llegue y nos anime. Además, debéis de hacerlo porque ese es el tesoro que ellos nos han dado, su herencia, su tradición y no sólo nos pertenece a nosotros, sino a niños y jóvenes, y a los que vendrán, somos los depositarios de una corriente de amor que no se puede parar, sino que debe crecer y abundar, como lo hicieron ellos con la corriente recibida de los que los amaron en su pequeñez, infancia, juventud. Por otra parte, ha de consolarnos lo que ellos han disfrutado y sentían ante cada uno de nosotros, antes su esposa o esposo, ante los hijos, etc.

En la comunión de los santos: Diálogos entrañables

Pasado el primer llano es necesario que volvamos a reencuentro interno y profundo con los seres amados, con ejercicios muy sencillos y auténticos. Entrar en la conversación de la vida, hacer lectura creyente de la persona y de lo vivido con ellos. Nos ha de valer la imaginación que incentiva la fe confiada en Dios y si queréis incluso el sueño. Ahora Dios Padre está a la escucha de su historia y de su vida, nuestro ser querido le está hablando contando las cosas de su vida. Ahí entramos nosotros, como le estará hablando a Dios de mí, lo que pensaba y me quería, los momentos tan importantes que hemos vivido juntos, sus enseñanzas de vida, sus detalles de ternura… y los traemos a nuestro corazón agradecido y dejamos que nos vaya consolando su propio discurso celestial donde ha llevado parte de todos nosotros. Por otra parte, poder nosotros hablar con ellos y decirles lo que no le hemos dicho, los sentimientos que tenemos hacia ellos, porque nunca lo olvidaremos, cómo necesitamos que nos sigan apoyando y protegiendo, lo que nunca vamos a olvidar, lo que puede estar tranquilo por vamos a hacer aquello que sabemos que era muy importante para él y que nos transmitió. Y todo esto expresarlo compartirlo con los otros seres queridos, ponernos de acuerdo, para no hablar en pasado, por aceptar su muerte, pero como paso y no darlo por muerto. Hablar de él en presente y en futro, y si es del pasado sólo para celebrarlo y gozarlo por la riqueza de habernos tenido mutuamente. Mantenernos unidos en su recuerdo y esperanzado en el reencuentro. Podemos incluso imaginar que nos escribe una carta desde el cielo…

Carta a Vosotros: “No lloréis al que vive, os abrazo desde la vida”

Queridos míos –ponemos nuestros nombres-:

(Con humor –no negro-  seguro que no os extrañará si comienzo mi comunicación con vosotros con carta, porque no están las cosas como para ir para allá ahora con la que hay liada ahí abajo, aquí se está “divinamente”. Me pregunto por qué nos costará tanto dar el paso. Tampoco os extrañará que comience la carta como si estuviera escribiendo desde la mili… ahí va)

                Espero que, a la llegada de esta, vosotros os encontréis todos bien, yo bien gracias a Dios, por eso os decía lo de divinamente, aquí me tenéis en el paraíso.

Al principio un poco preocupado por vosotros, pero tras hablar con el Padre Dios, ya estoy sereno y con una alegría que no me la va a quitar ni el demonio, aquí no puede hacer de las suyas, lo tiene muy controlado san Pedro.

La verdad que fue todo un revuelo, todo tan rápido, inesperado, aunque no porque no lo avisaran que yo tenía mi miedo bien metido en el cuerpo, sobre todo por la incertidumbre que había generado y por tener que estar sin comunicación. Aunque la verdad que lo que más me preocupaba erais vosotros  y que os afectara también, más por mi culpa. Pero bueno, vamos a lo que interesa.

 Entiendo vuestra confusión, vuestro dolor, vuestra pena, pero hay que levantar anclas compañeros, y volver a vuestro cauce que yo ya he arribado a mi orilla de luz y de amor, después de haber remado toda mi vida en esa barca tan querida que ha sido nuestra familia.

Me considero un afortunado, ahora sí que me doy cuenta, al acabar la jornada de la vida que he sido de los más ricos del mundo, algo presentía, pero aquí te quedas transfigurado cuando lo ves todo claro desde el corazón de Dios. No sabéis, ni os podéis imaginar, cómo se ve y se ama desde aquí. El gozo es total, solo le falta que lleguéis vosotros para que el amor sea más completo porque pleno ya es. Miro la vida y le voy contando a Dios que me escucha como yo os he escuchado a vosotros, es impresionante el parecido que tenemos, quién me lo iba a decir a mí, Dios y yo sin perder la pinta.

En los momentos más íntimos me pide que le hable de mi vida y de vosotros, está muy interesado, como si lo oyera o lo viera por primera vez, yo creo que lo hace para que yo me sienta más feliz.  Os preguntaréis qué le digo de vosotros, no paro, es tanto, pero como aquí tenemos toda la eternidad, lo de las prisas, el tiempo, la separación, etc., no existe, te coge la mano y ya no te la suelta nunca y te da una paz. Esto era lo que yo siempre deseaba con vosotros.

Hoy me ha preguntado por mi vida…que cuántos hijos, que cómo es mi esposa-o- y yo le he comenzado a contar. Le he hablado de nuestro proyecto de familia, de cómo hemos podido realizarlo y plenificarlo, que me he venido en plenitud y alegría con la tarea bien hecha, aunque habrá que seguir desde aquí para ultimarla. Le he contado nuestras cosas – aquí es un momento de contemplación y de ir poniendo delante de nuestro corazón la vida y nuestra relación con esas personas… Ante esto Dios me ha abrazado fuertemente, diciéndome que ha disfrutado muchas veces contemplando mi vida y mi relación con todos vosotros. Me ha ido preguntado por cada uno de vosotros no se ha olvidado de ninguno…

Tenía ganas de estar un rato a solas para hablaros. Es verdad que fue todo lioso y complicado, triste para vosotros, que no pudimos despedirnos como nos hubiera gustado, pero tampoco os disgustéis por eso, yo me alegro que me recordéis en plenitud de facultades de amor y de humor, de entrega y de esperanza. Ya sabéis lo que ha sido la fe para mí, la esperanza, ahora lo que me queda es solo el amor. Y en ese amor os espero, pero sabed que estoy a vuestro lado, en vuestro camino junto a Cristo hasta el final de vuestras vidas. Yo no me he sentido solo al final de mi vida, os lo aseguro, el Padre Dios señor de la vida, me ha acompañado en Jesucristo, y su madre la virgen me ha entrado en brazos en este cielo que os espera.  Ahora os quiero más que nunca, eternamente y eso es tan verdad como que vosotros me queréis a mí y vais a continuar con la fe, la esperanza y el amor.

Aceptad mi muerte, porque yo la he vencido y no quiero que ella os venza en la angustia y en la desesperación. Tened paciencia, hasta que os podáis encontrar y abrazar, sentir que ahora yo os tengo abrazados a todos en un mismo abrazo. Ah bueno…que ya es tarde. Solo os pido una cosa, que no habléis de mí en pasado, que no estoy muerto que he resucitado, como decía Jesús, no lloréis entre los muertos al que vive. Hablad de mí en presente y en futuro. Estoy con vosotros y os prepararé sitio en este paraíso, por eso me he venido antes, para coger una estancia en la que podamos estar todos. Aquí todos somos conocidos y queridos.

Un abrazo desde la eternidad, ánimo no temáis, yo he vencido, con la ayuda de Dios, al mundo y a la muerte. Haced vosotros lo mismo.

Vuestro ser querido.

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