Lo que no se olvida y se renueva... LA MEMORIA DE TU MIRADA

La casa del pueblo, las raíces y los sentimientos profundos, el rincón y su butaca... la memoria de su mirada, para seguir viendo y sintiendo la vida.

LA MEMORIA DE TU MIRADA


La columna

El verano posibilita la vuelta a la casa materna, la de las raíces, en ella me
silencio y no puedo no recordar madre, tu mirada, aquella de la que yo decía en
su ultimidad: “Tiene luz y brillo especial, entiende y escucha todo lo
que le llega, al mismo tiempo que dice y expresa lo que ella es y sigue
queriendo.” No sé si es canto u oración lo que emerge en mi interior al
recordar.
“Tu mirada, madre, me abarca y me sobrecoge, es sublime. En ella siento la
historia consumada de un ver diario, silencioso, a la vez que tierno, compasivo y
entregado. Se aúnan sentimientos y gritos, que acojo con una intensidad que
sigue fortaleciendo mi debilidad. En tu mirar continuo encontré el
agradecimiento profundo de lo gratuito, dándolo todo, te quedaste radicalmente
sin nada para dar vida.
Vi el reconocimiento de lo interno, que se hizo fuerte en la complicidad de los
que comprendieron el sentido y el signo de la vida, donde el tener y el hacer
quedaron obnubilados por un querer que no tiene más apoyo y fundamento que
las entrañas, las que se funden en únicas y originales como nunca se habían
sentido.
Y, desde las entrañas, mostrabas en tus ojos cansados tu flaqueza gozosa,
consciente de que aún nos enriquecías, y lo hacías con la nada de tu
dependencia y con tu corazón lleno de satisfacción y alegría al ver cómo éramos
contigo; vimos en tus niñas cristalinas el orgullo felicitante que nos hizo hijos
queridos de la buena madre, la que supo sacar lo mejor de su prole sin pedirlo,
mucho menos exigirlo.
Aún hoy, en esta lejanía de silencio, la visión recordada se hace sanante para mí
y me libera de muchos miedos, de muchas culpas, dolores y sentimientos, que se
enroscan en mi poquedad y quieren doblegarme en la dependencia; tú me haces
mucho más libre, a ti no te retuvo la quietud de tu cuerpo y de sus miembros. Tu
prisión fue plataforma de una libertad indescifrable, que solo es entendible en el
lenguaje de la cruz sencilla del carpintero; la de los dos maderos, hacia el cielo y
el nosotros, enraizado en la tierra pura.
Pero ese mirar recordado sería triste, o mi tristeza sería grande, si no te viera
hoy resucitada; nunca dejaste de tener risas, a veces carcajadas, y las tenías
cuando más faltan hacían y cuando menos razones había para tenerlas. Eras un
milagro y yo me sigo convirtiendo como el ciego del camino. Como un tesoro
guardé tus pupilas fijas, pero tuve que gritarlo, encontrando la fuerza del

resucitado en él; mientras más te apagabas, más fijabas tus pequeños ojos en
mí, más me clavabas en la esperanza y en el sentido, más fuerte me sentía, más
ganas tenía de vivirte y de vivir sin miedo.
Ahora en esta vuelta y silencio armonioso de la casa, deseo ser transparente
como tu mirada; con el riesgo asumido porque en ti no había temor y sí fuerza
abundante, cuando ya parecía que no eras nada, en la revolución de darlo todo,
en una trascendencia de la divinidad regalada que, en tu dolor y en tus
dolores, se hacía eternidad amada y gozo contenido. Así nos preparaste para irte
en aquella puesta de sol agradecida y silenciosa, que permanece, cerrando
suavemente tus párpados, sabiendo que te ibas para arribar a la alegría
completa y poder hacer que nosotros la recibamos, de una vez para siempre,
comulgando en tu mirada contemplativa, que ya está transfigurada en la
radicalidad del absoluto.”
José Moreno Losada

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