Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) Orar ante el crucificado que salva

Hoy serán muchos de nuestros pueblos los que procesionarán los crucificados con el sentido glorioso de la cruz. Mi pueblo, Granaja de Torrehermosa, se engalana y colorea sus calles para acoger esa luz y ese color de una imagen que transmite paz y sanación, la del santísimo Cristo del humilladero. En los tiempos que vivimos necesitamos orar ante la cruz y abrazarnos a ella con un corazón vivo y sediento de su amor y su luz.
| Jose Moreno Losada
Condenar o salvar

La suerte está echada y no hay ninguna duda de que la balanza se ha inclinado por la salvación, no podía ser de otra manera dado el corazón del que juzga, pura misericordia y compasión. Solo hay una historia y lo es de salvación, por lo mismo sólo hay un final y es el de la pura gracia en el amor. La sentencia está a favor de la vida, somos afortunados, fuimos creados por amor y a él somos llamados. Vivimos esta verdad en la contradicción de una realidad que se muestra, a veces, adversa y conflictiva. El reino de Dios despierta violencias en los que pretenden la seguridad del mundo, la fuerza del poder y de la riqueza, frente a la fraternidad y la mesa compartida. Los mecanismos y armas de los contrarios son fuertes, pero no tienen la última palabra. Siempre estará la tentación de darse por vencidos, de querer retirarse y huir de la cruz y del aparente fracaso, acomodarse a otras claves que no supongan compromiso, minorías, inseguridad, riesgo. Pero tales actitudes no llevan a la vida, esa bandera acaba adormeciendo y cegando lo más auténtico de la historia en lo que tiene de salvación y de vida. Agarrarse a la cruz de la verdad, la justicia y la dignidad es un riesgo por el que Dios apuesta y que no quedará defraudado, aunque parezcamos vencidos.
Orando ante la cruz gloriosa de Cristo

La reflexión hoy se hace oración amada y sentida desde el himno de la liturgia de los viernes:
"En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza?
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta".
Acabo de prometer no pedirte nada, que mi boca no sería pedigüeña, pero ahora se me escapa el deseo como petición. La mirada de hijo y madre en el calvario, y la ternura a borbotones que se respira en tu corazón crucificado me obligan a la petición de lo sublime: "Dame, Señor, tu ternura y tus entrañas". Misericordia, Señor, misericordia.
Danos tu mirada y tu palabra oportuna para mostrar tu ternura a los que la necesitan. En la cruz te preocupas por el dolor de quien te acompaña en un amor traspasado, con un dolor anunciado y aceptado, como voluntad del Padre a favor de los hermanos. Quiero, como tú, tener entrañas de consuelo y cuidado, de ternura y entrega para que nadie esté solo ni descuidado. Quiero que, en este mundo nuestro, a la madre nunca le falte el amor del hijo, y que al hijo nunca le falte la ternura amorosa de la madre. Que todos lleguemos a tener corazón de hijo como Tú, y entrañas de madre como Ella. Y me sobrecoge tu último suspiro, tu expiración humilde y mi última mirada al aliento postrero de mi madre en su agonía. Y escucho tu sentencia: "Todo se ha cumplido".
El centurión se ha dado cuenta al verte morir, y Pedro pronto te lo va a decir: "Señor, tú sabes que te quiero". La palabra del Padre ha quedado cumplida en tu amor entregado, en tu expiración de radicalidad en el Espíritu. Con tu muerte ha caído todo muro, el cielo y la tierra se han encontrado para la eternidad; ya no pueden permanecer los muertos en la muerte, ya tienen que resucitar. Porque el mártir amado del Padre ha cumplido su palabra, y ahora toda palabra está en el corazón y en las manos del Padre.
Sólo nos queda esperar su fidelidad y misericordia, que se hará luz en el hijo amado rompiendo la atadura de la muerte para siempre. Al cumplimiento y la obediencia amorosa del hijo amado corresponde una vida a la medida del corazón del Padre, una vida eterna, el crucificado ha sido resucitado. Sí, sólo nos queda esperar confiados. ¿Cómo no vamos a querer morir contigo, cómo no vamos a desear ser como tú, tener tu palabra, tu corazón, tus manos, tus pies?, ¿cómo no querer clavarnos en tu mirada para sentir como tú en medio del mundo?
Ahora ya, tú eres nuestro tesoro escondido, que tenemos que gritarlo por la alegría que nos das. Ahora, ¡tú eres nuestra fuerza! Ahora, agarrados y abrazados a ti en la cruz, queremos que también en nosotros se cumpla la voluntad del Padre y, entre todos, sepamos llevar la cruz de nuestra humanidad, limitada y sufriente, hasta las manos del Padre para que la resucite con la fuerza de su corazón que ha explotado en la lanzada del costado del crucificado, y nos ha dado para siempre el agua que nos purifica y la sangre que nos salva.
Por eso, hoy, Cristo bendito, sólo presentamos nuestro deseo al verte y adorarte en la cruz. Hoy y siempre, queremos ser como Tú.