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El hambre y la sed de absoluto
La cuaresma y el desierto se funden, somos invitados a esa experiencia donde se produce el encuentro en la desnudez de la criatura -lo que realmente somos- que necesita fundamento al sentir el hambre y la sed de lo infinito, del todo.
Somos imagen del absoluto y nuestro corazón no descansará hasta que se adentre en él. Nuestra vida es deseo, radicalmente deseo, nos pasamos la existencia queriendo saciarlo en profundidad, pero sin absoluto estamos desnortados y desorientados.
Somos errantes como el arameo, y nuestros labios se mueven a golpe de corazón, buscando la verdad y el bien. El mundo nos confunde, sentimos ofertas que prometen todo y nos embarcan en la insatisfacción de un ego que puede ser rico, poderoso, exitoso, pero entregando el yo del amor a la vida, la relación de la fraternidad, el gozo de la verdadera libertad.
El absoluto no está en lo exterior ni en nuestras fuerzas, viene por la confianza de aceptar un Padre que nos fundamenta en el amor de la gratuidad y en la entrega.
Es el camino del amor entregado donde se llega a la plenitud, es en el camino del calvario de la entrega donde se llega a la libertad absoluta de la resurrección. Y todo esto es pura gracia.
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