En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Santa Trinidad, misterio de VIDA

Santa Trinidad, misterio de VIDA
Santa Trinidad, misterio de VIDA Jose Moreno Losada

"Numquam satis..." Adentrarse en el misterio de la Trinidad es un quehacer siempre inacabado, se trata de la profundidad del absoluto que se nos da en trazos del vivir y del ser en la historia de lo humano. Sedientos de absoluto el misterio de lo divino se nos va dando en sorbos reveladores de un Dios que es tan donante como  donado en el amor sin vueltas ni precio. Sentirse amados por el Absoluto es posibilidad de sentirse hijos en el corazón del Padre, por el Hijo. 

Trinidad, misterio de VIDA

Tras la celebración de Pentecostés, la liturgia nos propone adentrarnos en el misterio de la Trinidad divina, esa formulación sencilla que unimos a la cruz en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Misterio que ha dado para escribir lo que no podría contarse ni decirse a lo largo de la historia de la Iglesia y de la Teología, que ha llevado a discusiones, herejías y divisiones de primer orden, que nos ha ofrecido conceptos y términos de una riqueza tremenda como el de "persona, relación, comunión", a la vez que a algunos crípticos e indescifrables pretendiendo decir lo que de ningún modo se podía expresar, sino solo sentir en la relación entre ellos.

Hoy necesitamos entrar en la contemplación de este misterio desde la vida, sabiendo que en la vida es como Dios nos ha ido revelando quién es él, así le respondió a Moisés cuando este le pidió que le diera su seña de identidad para poder decirle al pueblo quién era ese Dios: "Yo soy el que soy- actúo-", o sea, por mis obrar me conoceréis. Y así ha sido.

El misterio de la Trinidad

En el sexto concilio de Toledo hablando sobre el credo cristiano y haciendo referencia a la Trinidad, se decía "creemos en un solo Dios, pero no en un Dios solitario". Un modo sencillo y existencial de entender el concepto teológico. Dios se nos ha revelado como el Dios que ni es solitario ni quiere la soledad. Así lo ha ido descubriendo Israel a lo largo de los siglos y así lo hemos desarrollado los cristianos en una comprensión teológica de la historia, como historia de la salvación en la que Dios ha actuado y se ha dado a conocer como comunidad entrañable en el absoluto de lo divino.

El Padre

Cada atardecer y cada amanecer es una proclamación del misterio de la creación en la perspectiva de la paternidad amorosa y creativa. Lo dice el libro de la Sabiduría: todo lo que has creado lo has hecho porque lo "has querido", sino no lo hubieras creado. En Pascua estamos bautizando a nuestros hijos pequeños, que han sido creado por el amor del Padre. Israel ha ido entendiendo no sólo que un Dios poderoso ha hecho el cielo y la tierra, sino que lo ha hecho con un corazón de Padre eligiendo como hijo a un pueblo muy pequeño, con un corazón de salvación. Y nos ha hecho a su imagen, por eso "no es bueno que el hombre esté solo", y el primero que ha actuado contra la soledad estructura de lo humano y de su pecado ha sido el propio Dios, haciéndose Dios de su pueblo y en especial de los pequeños y de los más humildes: niños, pobres, viudas, extranjeros, enfermos. Y hemos conocido totalmente al Padre cuando nos ha dado al Hijo.

El Hijo

Y en esa relación de amor ha llegado al extremo como nos dice el evangelio de Juan: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único". Ahí hemos conocido al Hijo, en ese hombre obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, para que nosotros tuviéramos vida. En la humanidad de Jesús de Nazaret hemos descubierto al hijo que nos descubre al Padre: "nadie conoce al Padre, sino el Hijo y todo aquél a quien Él se lo quiera dar a conocer". Sí, ha sido Jesús quien nos ha mostrado el corazón del Padre: "Todo lo que hago se lo he visto hacer a mi Padre”,”su voluntad es mi alimento”, “os digo lo que le he escuchado”,” quien me ha visto a mí ha visto al Padre". Él es la imagen de Dios invisible -nos dice Pablo- y Él quiere vivir en nosotros y darnos sus sentimientos de Hijo del Padre, para que no sintamos amados como El: "como el Padre me ama así os he amado yo", "El padre está en mí y yo en él". Este Jesús es el de la buena noticia: "nunca os dejaré solos, siempre, todos los días estaré con vosotros". Y el que invita y desea esta unidad para nosotros, la de la Trinidad: "Que sean uno, como Tú y yo somos uno, para que el mundo crea". Para esta experiencia de absoluto y de amor nos ha prometido su Espíritu. Hemos conocido realmente al Hijo porque nos ha dado al Padre.

El Espíritu Santo

Del Espíritu no deberíamos hablar, sólo sentir. Es el Don de Cristo, quien lo tiene le pertenece. ¿Se puede definir lo que es amar, enamorarse, ser hijo, ser padre, amigo, hermano? no, sólo el que ama y lo es, lo sabe. El Espíritu de Cristo es el que potencia en nosotros los sentimientos de Cristo, el que nos descubre habitados por el amor del Padre y del Hijo, empujándonos en un horizonte de futuro y de sentido que nada ni nadie nos podrá quitar jamás: "nadie nos podrá separar jamás del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, porque el que tiene el Espíritu de Cristo le pertenece". El Espíritu es la fuerza de la relación amorosa que nos identifica y nos une, sacándonos de toda soledad. Por eso Jesús lo tenía claro, "os conviene que yo me vaya”.  Cuando me vaya os enviaré mi Espíritu y “vosotros haréis cosas mayores que yo?". Es en el Espíritu donde el Padre y el Hijo se dan totalmente sin reservas: "El Espíritu está sobre mí, ”Este es mi hijo amado, el predilecto” Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu". Recibir el Espíritu es entrar en estar relación amorosa de la que tanto nos han hablado nuestros místicos Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Es desde esta clave de amor como pedimos con el himno: "Ven espíritu divino, entra hasta el fondo del alma divina luz y enriquécenos". El Padre y el Hijo nos han dado el Espíritu de su amor.

El absoluto

En el misterio de la historia y de la economía de la salvación hemos ido descubriendo la personalidad de nuestro Dios Padre, Hijo y Espíritu, y en ellos hemos descubierto el horizonte absoluto de la naturaleza divina, en su unidad amorosa. Un horizonte de vida y de esperanza en el que se resuelve el enigma de lo humano y la cuestión de nuestro sentido.

Hemos sido creados a imagen de Dios, no somos individuos, somos personas que sólo se entienden en la comunidad de lo humano y en la relación con lo divino. Dios no ha creado individuos, ha creado la humanidad y todo su mundo, a toda ella ama y se dirige desde su corazón. El hombre en la soledad se destruye, ella es signo del pecado, Dios no ha creado un hombre solitario, sino llamado a ser imagen de Dios en su ser comunidad, sólo puede realizarse en la relación amorosa que lo completa y lo engrandece. Por eso no es bueno que nadie esté solo. Los cristianos para ser imagen de nuestro Dios estamos llamados a vivir en el horizonte de "nadie en soledad". Nos divinizamos cuando construimos lazos de comunión en cualquiera de los ambientes que nos movemos: matrimonio, familia, trabajo, calle, política, y la Parroquia, que como Iglesia, está llamada ser sacramento de la unidad de los hombres entre sí y de éstos con Dios.

Cristo, siendo la imagen viva y visible, es nuestro referente de humanización en el amor trinitario, Él no ha hecho otra cosa que construir la unidad con el corazón del Padre. Unidad que se ha centrado en la reconstrucción del hombre herido y caído, el excluido, separado de la comunidad. Su buena noticia ha prometido el reino de la fraternidad. En él se nos ha aclarado que como no hay creación particular, ni humanidad individual en el origen, tampoco la habrá en el horizonte. Todos estamos llamados a la nueva creación, todo el hombre, todos los hombres, toda la historia, con toda la creación. No hay salvaciones, ni resurrecciones individuales, en el corazón del Padre se acoge y se transforma toda la historia y toda la creación serán” cristificadas”.

El Espíritu nos hace testigos del amor trinitario de Dios. La señal de Espíritu en medio de la historia somos los bautizados, en nosotros él se hace vivo y actuante en medio de la historia, aunque para él no hay límites ni fronteras pudiendo soplar donde quiere y como quiere. Nosotros somos testigos de su fuerza cuando nos dejamos habitar por él. Hemos sentido en nuestro corazón el amor del Padre y lo hemos llamado de corazón a corazón, hemos conocido las entrañas de Cristo y nos hemos sentido seducidos por él, y todo esto ha sido posible porque el Espíritu nos habita y nos llama a la unidad.

El camino para el misterio

El camino hacia el absoluto es todo para nosotros, es nuestro sentido, por eso en la historia nuestro horizonte no está en el pasado, sino en la esperanza de un futuro en el que el absoluto del amor nos consagrará, nos hará definitivos y eternos en el amor de hermanos, en la casa del padre, abrazados por el Hijo y en el gozo del Espíritu. Y entonces, sólo entonces, ¡estaremos contentos!

Ahora sólo nos quedar buscar y vivir ese sentido de absoluto en nuestras propias historias de cada día, dejarnos invadir por el amor de Dios para que vaya ganándonos en el terreno de lo humano, porque nosotros no creemos en un dios solitario, sino en un solo Dios que es comunidad y amor, y hacia Él vamos con todos los hermanos, con toda la historia y con toda la creación. Es nuestro credo y nuestra fe en la Trinidad comunitaria de Dios la que nos empuja a gritar y comprometernos: "Para que nadie nunca en ningún lugar esté solo".

Nuestra comunidad parroquial hoy se hace sacramento de este misterio trinitario en esta celebración de la Eucaristía, en la que Trinidad se nos da como comida en un trozo de pan lleno de justicia y dignidad, en un altar que es trono de la humanidad y de la creación, y en una asamblea que está llena del Espíritu y de su vida, porque es nuestra gloria por los siglos de los siglos.

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