Nada me podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor, ¿de qué me conoces? (42 aniversario sacerdotal, 21 Junio)

Señor, ¿de qué me conoces?
Señor, ¿de qué me conoces?

LLega la noche, el día ha sido de encuentro con tu Palabra, de sentirme discípulo junto al maestro, de querer recuperar el espíritu de la comunidad apostólica, de la única misión. Ese deseo, a veces ya cansado, de querer estar cerca de Ti y conocerte más. Hoy me he sorprendido preguntándote yo a tí, como Natanael, de qué me conoces... y mi vida me ha respondido. Me ha confirmado que nadie me conoce como Tú, ni me ama como lo haces tú. Y lo escribo ahora cuando voy a entrar el 42 aniversario de mi ordenación sacerdotal, junto a mis compañeros. Mañana estaremos un rato juntos, Tú no faltarás, ni  el hermano glorioso Manolo.

Nadie me conoce como Tú

Muchas veces me he preguntado acerca de mi conocimiento sobre ti, Jesús. Casi siempre me enzarzo en que he hablado mucho de tu persona,de tu mensaje y acciones, pero te he abrazado poco. Me he tomado más en serio lo de la misión que lo de estar contigo, lo cual no es muy buena cosa, ni para mí, ni para el envío de lo que tú quieres. Pero casi nunca me he detenido a pensar cómo tú me conoces a mí. Hoy me he parado y me he contemplado desde tu conocimiento y me ha alegrado el alma. He ocupado gustosamente el lugar de Natanael y me he visto conocido, mirado y amado por tu presencia real en mi vida.

Por amor y fidelidad

hermano
hermano

Descubro que tú, sin duda alguna, me has elegido desde siempre, lo has hecho por puro amor y fidelidad contigo mismo y con la humanidad a la que amas. Nada personal mío ha podido ser razón para tu mirada única y singular sobre mí, pero no ha habido momento, ahora que me contemplo, en el que tú no hayas estado de fondo, normalmente en silencio, acogiéndome, aceptándome y sabiendo serenamente de mi persona y de mi historia.

Cuando nadie me conocía

Me siento mirado por ti en mis primeros pasos balbucientes por la existencia, cuando recién llegué de la matriz de esa mujer tan sencilla como extraordinaria que era mi madre. Arribé a esta orilla de una familia rural, en esa casa que lo fue de la infancia, protegido por mi padre y junto a mis hermanos. Me has mirado comenzando a ser algo, cuando quería ser alguien, andar, comer, reír, llorar, aprender, sentir, rezar, querer y amar. Tú  siemrpe presente y aprendiz de este pequeño testarudo y alegre, descuidado y algo caprichoso.

En el deseo de lo absoluto desde mi niñez

Y percibo tu mirada esperanzada y segura, confiada sobre mí, en esos albores de una personalidad en pura búsqueda. Me observaste rodeado de tantas posibilidades, algunas las abrí y otras quedaron atrás, pero tú me empujaste a muchas de ella y yo sin darme cuenta. Guardo momentos sobrenaturales de infancia en el mayor secreto de mi corazón, donde está el tesoro de lo más importante. Me emociono hoy al recordarlos delante de ti y sentir que estabas tú más dentro de mí que yo mismo. Todo eso en el marco vital de lo más sencillo y normal del mundo, en lo más oculto y en lo más vívido de mi propio ser en ciernes, apuntando deseos de sabiduría y enamoramiento de absoluto.

En aquella casa grande de los discípulos y la misión

seminario
seminario

Deseoso de saber mucho más de mí en mi posible encuentro contigo, por ti se me abrió la posibilidad de iniciarme en el seminario, te contemplo con tu mirada ese día que traspasé ese patio de las columnas y me recibió aquel cura grande con sotana dando instrucciones con rigor, pero que a mí más que miedo o respeto me produjo alegría, como aquel que ya había conseguido una meta por el simple hecho de estar allí en unos cursillos para el ingreso. Te sonreirías con mis rezos aquellos días, en lo que yo te pedía aprobar para poder entrar en aquél caserón que me parecía un palacio de vida y luz, de sueños y algarabía, de campana y recreo.

Un proceso de sueños y salvación

Te contemplo niño conmigo en aquellos pasillos y rincones para no perderte nada de lo que yo creía que estaba viviendo sólo por mí mismo, e intentaba convencerte de que lo iba a hacer bien, te lo prometía. Ahí la alianza por tu parte se selló de una manera indivisa y tu abrazo de compañero y discípulo de mi vida se consagró para siempre. Estoy seguro que me has acompañado siempre. La historia fue lineal y cíclica, mi vida intensa y normal, con sentimientos profundos y pasos torpes, con decisiones abiertas y deseos confundidos, con rezos y oraciones, sacramentos y silencios, con vinculación real y mirada larga definida sin dudar mucho porque la pasión era más grande que la incertidumbre.

No todo fue fácil, nadie lo sabe mejor que tú

seminario

Así me estudiabas y me proponías pasos que yo creía solamente míos. Por eso tuve más sobresaltos de los debidos, impaciencias y algún dolor que a ti te hubiera gustado evitar, pero que yo me permití el lujo de sufrirlos, creyéndome fuerte sin darme cuenta de tu mirada fija en mi debilidad para sanarme y protegerme. De este modo me viste con alba blanca y estola muy elaborada en sencillez en aquel abril de diaconado y con esa casulla prestada, el traje regalado, en ese junio sacerdotal. Aquellos días nos miraste con ojos eclesiales y de pueblo, de presbiterio y familia, jóvenes amados y alegres que se lanzaban a una aventura confiados en que tú eras quien llamabas e invitabas a la misión. Tú sin perder detalles, que ahora en más de una ocasión me los recuerdas y me los traes a colación cuando yo más los necesito….

Un camino de discípulo lleno de signos

via

Desde entonces siempre he notado que me miras descubriendo aquello en lo que me puedo parecer a ti e invitándome a no perder la pinta y avanzar en esa imagen. Sí noto que me miras y conoces como maestro y guía, como compañero de Emaús, a veces anónimo. Lo que más me sorprende es tu pedagogía porque me muestras que me conoces curiosamente en la mirada de muchos que se acercan y me hacen reconocer lo que tú me quieres decir anónimamente. Te haces señal, palabra, signo, poder, lucha, llanto, risa, silencios, soledades y fiestas, y así me vas diciendo que me conoces, me miras, que me sigues, que te alegras, que me sufres, que me abrazas, que me dejas solo, aunque siempre te quedas en la puerta y nunca cierras la mirilla de la compasión amorosa y de la misericordia.

Te seguiré... preguntando

Prometo …seguir preguntándome y preguntándote que dices tú, Señor de mi… me apasiona mucho más de lo que pueda yo pensar de mí mismo, o los demás. No voy a dejar esta senda de descubrirme contigo, con tu mirada, con tu conocimiento. Más me vale…

Por ahora, al atardecer,  ya casi medianoche, siento que me ves como discípulo, me muestras tu fuerza en la debilidad, te alegra cuando lo soy en comunidad y en misión compartida, metido en la masa como tú y tocado de evangelio, de sentir del Padre en la cercanía a los sufrientes.

mayores

Nunca me ha faltado la mirada fija de tus ojos compasivos en mis tantas caídas y cerrazones, y tampoco tu enseñanza en mis errores, con la discreción del mejor maestro y del amigo fiel. Por eso no tengo miedo a la noche, porque sé que me conoces y me amas más que nadie en el mundo, más que yo mismo.

Volver arriba