Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) "Sólo el amor de Dios puede limpiarnos..."

Dios busca continuamente llevarnos a aguas puras, a fuentes tranquilas, nos invita a dejarnos transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne, se ofrece para conducirnos de nuevo a la unidad, a la paz, al amor. Los profetas siempre transmiten estas promesas de purificación y lavado, que pueden liberarnos de todo lo que nos embarra y ensucia, todo lo que nos endurece y nos destruye. Sólo los corazones humildes se abren al agua purificadora y viva.
| Jose Moreno Losada
Sólo El puerde purificarnos con su gracia

La impureza nace de la lejanía del corazón de Dios, de la cerrazón ante su amor fundante. Nos sentimos puro barro, en vulnerabilidad desnortada, sometidos a la muerte sin horizonte, cuando nuestro corazón se cierra ante la luz de lo creado.
Evangelio: Marcos 1,40-45
En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
La pureza divina
El oficio de purificar es propio del ser de Dios. Todo fue creado por el amor limpio y gratuito de Yahvé, que no se buscó a sí mismo, y quiso que el hombre tuviera su imagen y pudiera ser limpio y puro como él. La pureza está en la fuente de la originalidad creativa, sólo Dios es puro y él tiene el poder de purificar y limpiar todo lo creado. La armonía y la paz viene cuando su pureza habita el corazón de todo lo humano y limpia todo su ser. La humanidad añora la transparencia y el amor que hace verdadero el sentido integral de una ecología universal y comunitaria.
El proceso de las criaturas, cuando pierde el horizonte del creador, se enzarza en sí mismo, se ciega, se corrompe y la lepra rompe la unidad interior y la armonía exterior. Por eso hemos de volver continuamente a nuestra fuente cristalina y original de rodillas, arrepentidos, con la imprecación del leproso: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
Limpiar violencias y culpabilidades
El sábado pasado tras la eucaristía una mujer, se acercó para ver cuando le podía escuchar porque lo necesitaba. Entramos en el despacho y comenzó a presentar su momento vital de desconcierto, pedía a Dios que cambiara el corazón de su pareja, que le purificara y sanara, pensaba que tenía enfermedad del alma. Yo no la veía hacía años, la conocí en la despedida de un familiar querido. Después contextualizó el momento de sufrimiento en su historia personal vivida a lo largo de sus años, de su medio siglo, tras haber convivido con más de una pareja y en todas había sufrido. Pensaba que la culpable podía ser ella porque repetía patrón.
Según la iba escuchando el interrogante en mi interior se hacía cada vez más grande sobre qué estamos haciendo eclesialmente por estas situaciones tan graves y sufridas por muchas mujeres. Muchas de ellas piadosas y religiosas, que entienden la religión como bálsamo para sus sufrimientos, pero pidiendo encima perdón y sintiéndose culpables, y creyendo que tienen que sufrir para salvar a los que están enfermos y les infligen dolor.
Ni que decir tiene que una vez más me reafirmé en la necesidad de una formación cristiana que sepa poner las claves de discernimiento en su lugar justo, en la dignidad de la persona como principio de todo y en la defensa frente a toda violencia sea del género que sea. La apuesta firme por una lucha personal para defender la propia persona y no aceptar ni el más mínimo gesto de violencia, y saber que esto es lo que quiere Dios por encima de todo. Hablamos y quedamos para seguir compartiendo, buscamos ayuda psicológica. Ella se ha unido al proceso de reflexión sobre el cuidado que estamos llevando a cabo en nuestra parroquia este curso. Ha sido muy interesante descubrir nuestra vulnerabilidad y la necesidad de un autocuidado como posibilidad de cuidar a otros.
Conocer, sentir y actuar: limpios de corazón
Dichosos los limpios de corazón. La antropología cristiana desde su fundamentación bíblica se desarrolla sobre tres afirmaciones fundamentales e irrenunciables: el hombre es unidad, en cuerpo y alma, es persona y es libre. Unidad, persona y libertad, ahí está el dogma cristiano de lo humano. La referencia es la teología de la imagen de Dios. Lo que atenta contra su unidad, su dignidad de persona y su libertad es rechazo de Dios.

Jesús se acerca a la realidad con el corazón transformado por el espíritu que ilumina y purifica, se presenta como agua viva, como descanso de corazones cansados y agobiados. Lo hace desde la escucha sin límites, con una personalidad de encuentro y abrazo, con la libertad que le da el amor del Padre universal sin exclusión alguna. Nadie que acude y se encuentra con él ve negado el deseo interior de limpieza y novedad.
La actitud del hombre creyente pasa de la petición al agradecimiento, cuando se deja purificar y limpiar por la compasión y la misericordia de Jesucristo. No encuentra en él condena, sino más bien liberación de culpabilidades que no vienen del cielo sino de corazones soberbios y jueces. El leproso, pidió limpieza, y recibió un corazón limpio, entró en comunión con el de Jesús para siempre por eso no podía callarse, tenía que gritarlo.
El ser humano hoy, a diario está de rodillas y gritando su dolor y su contaminación, los gritos están en todos los medios. Necesitan de ese Jesús que va por los caminos y les ayuda con su pecho herido y su corazón traspasado por las dolencias de la humanidad. La Iglesia tiene la vocación suprema de ser sacramento de esta escucha, este abrazo, este perdón que purifica y limpia, que libera de culpabilidades y cambia los corazones de piedra. Hoy la comunidad cristiana esta llamada, desde Cristo, a ser corazón en el mundo con una sangre de alianza que limpie y purifica en fraternidad y en libertad.