Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC Talegas que no se echen a perder. Parroquia de la Guía. Domingo XIX

Talegas que no se echen a perder. Parroquia  de la Guía.  Domingo XIX
Talegas que no se echen a perder. Parroquia de la Guía. Domingo XIX Jose Moreno Losada

Dios es purdo don y entrega. La talega de la donación no se acaba, ni se consume, darse es vivir en clave de eternidad, invertir en un tesoro en el cielo que es inagotable. Riqueza que requiere la vigilancia de los que viven inquietos para no dormirse en la necedad de la posesión.

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Lucas 12,32-48

parroquia
parroquia Jose Moreno Losada

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que, si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre»... 

Haceos talegas que no se echen a perder

La talega de Dios es de eternidad consumada en la generosidad del don. Hay modos de tener y de ser que generan vida y luz para los otros. La actitud de Dios ante la creación y la humanidad se fundamenta en la lógica del don. Entregarse en la construcción de relaciones de caridad y fraternidad es la clave de la revelación divina; el Señor se manifiesta saliendo de sí mismo en deseos de darse y relacionarse, la pasión de lo creado es pasión de lo amado. Dios es amor y lo que existe lo es porque es querido.

La colecta y las ofrendas en la Guía

Para esta semana las necesidades en la casa de Jorge son: “Pollos, atún, arroz, tomate frito, jengibre, manzanas pequeñas, manzanilla. Con todo ello y más, celebramos y compartimos”. Así es la nota que reciben los parroquianos-comunidad para la ofrenda del Domingo, que además toca hacer mesa y comida compartida después de la eucaristía como cada último domingo del mes.

La estancia en Madrid me ha propiciado poder compartir la liturgia creativa y viva de la comunidad cristiana parroquial de Ntra. Sra. de la Guía, en un barrio antiguo de ferroviarios frente a las cuatro torres gigantes. El contraste entre dichas torres y el pequeño edificio parroquial de este barrio es enorme, manifiesta la lucha de contrarios, entre el poder y la debilidad, el gigante y el enano, el éxito y el mayor anonimato de los últimos.

Las cuatro torres son el signo de la riqueza que otean a lo lejos otras torres, las Kio, que quedaron más atrás habiendo sido de las más grandes y llamativas de la ciudad. Parecen estar diciendo dónde está el éxito y la fuerza de este mundo. Aparentemente tienen la ultimidad y el aire de eternidad y definitividad; pero, ¿es ahí donde está la vida y la talega que no se echa a perder? Seguro que vendrán otras torres más altas y novedosas que las superen, en el afán parece no haber límites.

Me encanta subir las escaleras del metro en la salida de Begoña, respirar el cielo limpio y azul, pasar debajo de esas torres sintiéndome pequeño, y dejarlas atrás buscando otro lugar tan sencillo como olvidado y silencioso, el pequeño templo de esta humilde parroquia. En él, sin torre ni espadaña, caben algo más de cincuenta personas, pero entre los que asisten hay un aire de comunidad cristiana novedosa y fresca, viva y serena, inquieta y despierta. Ya durante la semana por wasap se nos informa de los alimentos que se necesitan en la casa de Jorge, donde vive una comunidad de inmigrantes sin papeles, más de veinte. Los asistentes portan aquello que han comprado junto a sus compras semanales del hogar, para compartir con ellos, lo dejan delante del altar, y después algo de ello se lleva en procesión de ofrendas. Los demás aportan su dinero para otras necesidades. Nunca piden, sólo informan. La gente lo da con alegría y gozo, a la vez que anónimo.

Los que asistimos somos muy variopintos y me encanta el padre nuestro entrelazando las manos, la de los inmigrantes que asisten para compartir la eucaristía y aquellos que vienen de sus casas a celebrar la fe en la misma mesa, con el mismo pan y con un solo espíritu.

La liturgia está muy cuidada en vocabulario, gestos, participación, silencios, cantos… una maravilla de sacramento hecho signo vivo y verdad entre nosotros. Los Domingos finales de mes, se comparte la mesa después de la misa, entre todos y es una verdadera fiesta, ocupando el centro la paella que se hace en la casa de los inmigrantes.

La talega no se rompe, no puede romperse porque está cosida con amor y justicia, es camino compartido, no hay competencia solo un querer que viene de lo alto, de lo más alto, del Espíritu. El encuentro sabe al tesoro celestial.

 Ahora cuando estoy escribiendo este hecho de vida, el párroco Jorge, está en Roma acompañando a los de pastoral penitenciaria, porque el Papa quiere conocerlos y él lleva un mensaje vivo de esta experiencia y más de un consejo para el santo Padre, en el deseo de una iglesia sencilla hasta en los detalles más pequeños como pueden ser las vestiduras eclesiásticas, los adornos litúrgicos, la austeridad bella y viva de las celebraciones, la cercanía a los últimos. Qué alegría que el papa esté más cerca de esta pequeña comunidad que de las cuatro torres.

No hay duda que hay más vida en dar que recibir, en compartir que atesorar, en arriesgar que asegurar, en acoger que en defenderse. Ojalá no nos durmamos en el sueño falso de la riqueza, que hoy es y mañana no es, como la hierba del campo. Despertemos en el amor que tiene carácter definitivo de eternidad; el que cree y ama tiene ya la vida eterna. Ese amor que une a los de muy lejos que llegaron, en pateras y en pobreza, con los hermanos de aquí que saben de la misma dignidad y en la voluntad de una justicia universal. Siempre de fondo con la cuestión del verdadero templo y la liturgia verdadera en Cristo que pasa no por el tener sino por la lógica del don.

Corazones para cuidar en la lógica del don

La vida estructurada por racionalidad de tipo económico, laboral, político, técnico y práctico necesita de las razones del corazón. Ahí nos adentramos en la realidad del cuidado mutuo, donde descubrimos que lo fundamental está aquí. Hemos creado un mundo de progreso, riqueza, comunicaciones extraordinarias, información, democracia… pero todo ello no asegura el cuidado mutuo de lo humano y lo personal, más bien debe estar al servicio de ello.  Pero, para eso, se necesitan corazones entrenados, emociones encauzadas para la alteridad, gozo del bien hecho, agradecimiento por lo bueno recibido, deseos de lo común y del bien público. Todo lo que hablamos de valores y de inteligencia emocional, que pasa necesariamente por las aspiraciones de seres con alma, que se motivan para amar.

Llamados y elegidos para cuidar, en medio de crisis de indiferencia y violencia que nos lanza al cambio de paradigma. Nos sentimos convocados a pasar del descuido desalmado, al cuidado en todas las dimensiones humanas y divinas, como nos propone Jesús en el Evangelio y el papa nos recuerda de Fratelli Tutti. Hemos de avanzar en el camino que algunos autores llaman la lógica del don, un modo de entender la realidad y a nosotros mismos desde la gratuidad y la bondad: “Somos don y estamos hechos para el don…Es libre la persona que puede donar lo que es en sus adentros, la que puede expresar en el mundo su riqueza y creatividad interior. Es feliz la persona que da lo que es y observa que, gracias a ese don libremente donado, mejora, ostensiblemente, el mundo que le rodea…Comprender la propia existencia desde la lógica del don significa percatarse de que el fin esencial de vivir consiste en dar lo que uno es, en exteriorizarlo, pues solo de ese modo se enriquece cualitativamente la realidad, se hace más bella, más plural, se continúa el proceso creativo del mundo” (F. Torralba).

 El cuidado de la naturaleza, que se ha puesto en nuestras manos por parte de un Dios amoroso que la ha creado con un perfilado infinito y que nos pide que la guardemos y la cultivemos con la misma atención de su amor.

 El cuidado de nosotros mismos, que nos viene exigido para poder amar a los demás con un referente sano y equilibrado. El trabajo de nuestra persona, de sus sentimientos y emociones, ha de ser un mandamiento principal porque es lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros: cuidarnos para que crezcamos en sabiduría y en gracia delante de Él y de todos los hombres.

El cuidado de los demás, como horizonte de alteridad cumplida. Sólo el que es sensible para atender a los otros, encontrará su propia vida: el cuidado de los otros es lo que nos garantiza ser sus prójimos y ser declarados benditos del Padre de Jesucristo.

En el cuidado de Dios. Pero todo eso sólo es posible si dejamos que el jardinero siembre y plante en nosotros el jardín de la justicia y de la paz. Dejarnos proteger en nuestro interior por Dios es condición fundamental para vivir en el verdadero espíritu. Por eso, hoy, Jesús, en medio de este mundo ajetreado, rico, cansado y descuidado, sigue haciendo una invitación expresa y directa a la humanidad: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar… Allí, Él nos enseñará a confiar en su corazón, a descansar en él, con todos nuestros cansancios, agobios que él nos aliviará… le duele que andemos como ovejas sin pastor”.

 La Iglesia, desde el Papa hasta el fiel más pequeño, está llamada a cuidar el descanso, la interioridad, el encuentro gratuito con Cristo y los hermanos, y todo ello para poder ser corazón en este mundo. Para que otros puedan venir y descansar en nosotros, y sientan que el Señor es su Pastor y que nada les falta.

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