Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) La alegría confiada de los humildes y los sencillos. III Domingo de Pascua.

La alegría confiada de los humildes y los sencillos. III Domingo de Pascua.
La alegría confiada de los humildes y los sencillos. III Domingo de Pascua. Jose Moreno Losada

Ojalá nuestras comunidades cristianas vivan entusiasmadas, que sepan cantar a la vida, vibrar ante la belleza, estremecerse ante el misterio y anunciar y construir el Reino del Cristo vivo y Resucitado. Para ello será neceario darle el protagonismo a los más humildes y sencillos que saben ver señales de vida y alegría, donde otros se confunden y tropiezan. Gracias Padre, porque estas cosas...

14 de abril – Domingo, III PASCUA

La fe en Jesús Resucitado llevó a los primeros cristianos a vivir alegres a pesar de las dificultades tan fuertes que encontraban. Era tal la alegría que tenían, que contagiaron a toda la ciudad. Experimentaban la alegría que ya les prometió Jesús: “Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20).

Evangelio: Lucas 24,35-48

En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y ni huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y, como no acababan de creer por la alegría y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros; que todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Alegría y resurrección

Las personas más sencillas descubren el evangelio por caminos que no sospechamos los entendidos y más racionales en torno al misterio de la salvación. Suelen ser bautizados muy humildes, en ocasiones iletrados, que ahondan en la vida y nunca se dan por vencidos en el deseo de luz y esperanza que los habita, aunque todo les vaya en contra. Estar abiertos cada día a la revelación del resucitado en las señales y los pieds de los más humildes de la historia es condicion básica para poder encontarnos con él de verdad.

La residente ejemplar

María, tiene más de noventa años, asiste al grupo de vida ascendente de una residencia pública. En la reunión da un testimonio que se nos graba a fuego a todos. Se hablaba de cómo Dios es gratuito con nosotros y nos cuida, se preguntó si ellos habían sentido esa gratuidad de Dios de alguna manera.  Cada uno va comentando momentos vitales donde han sentido la presencia y la bondad de Dios.

Al final María pide la palabra para relatar su historia: comenzó a trabajar a edad infantil, de casa en casa, nunca se sintió valorada ni bien tratada, construyó con mucho sacrificio su familia, su casita sencilla en un barrio pobre, nada fue fácil. Ha sufrido la muerte de dos de sus hijos. Pero en todo el trayecto, confiesa, que nunca perdió la confianza en Dios, sintió su presencia, aunque no sabe leer ni escribir, nunca le faltó la fe.

Ella sospechaba que Dios le iba a hacer un buen regalo, que lo vería. Ahora ya sabía cuál era el regalo que Dios le tenía reservado: una vejez muy feliz. Ella veía la gratuidad de Dios en sus noventa años, en su agilidad, en la residencia, en el cariño de los que le rodean, en poder hacer cosas por los demás, en aliviar…se siente reina y pide a Dios que le dé todo el tiempo que él quiera, que está muy feliz. Los residentes ancianos la habían elegido residente ejemplar este año porque transmite alegría y bondad. Es una verdadera testigo del Evangelio desnudo en la ancianidad, una transparencia y un entendimiento de lo que ha ocurrido en su vida que a todos nos seduce y nos llama la atención.

De la tristeza a la alegría del resucitado

La tristeza nos hunde y nos repliega sobre nosotros mismos. El Papa Francisco nos advierte del gran riesgo de la tristeza individualista: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2).

La alegría cristiana es algo muy distinto de un contentamiento fácil y no tiene nada que ver con una satisfacción ingenua de sí mismo y de los demás. Se trata nada menos que de una tristeza superada, porque nuestra religión no es la religión de la ausencia, haciendo guardia ante la tumba vacía, viviendo con rostros severos, sombríos, amargados, testigos de la ausencia de Dios.

Nuestra religión es la religión de la presencia del Cristo vivo.  Podemos palparlo y sentarnos con él a la mesa de cada día para comer lo diario. Necesitamos ir al encuentro y dejar que nos invada con su luz y su paz, con su verdad y sentido. La alegría cristiana nace del encuentro con Cristo resucitado, como la de aquellos dos de Emaús (Lc 24, 13-35), es fruto de una experiencia de fe en Él y de comunión con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), que me muestra cuál es el sentido de mi vida en el mundo, la grandeza de mi destino. Sólo el Señor Jesús puede ofrecer la alegría que nadie nos podrá arrebatar (Jn16, 22). Hemos de hablar de estas cosas entre nosotros, nuestras conversaciones han de ir por el camino de las señales del resucitado que cada día nos invitan a vivir con novedad y con gracia.

El mismo Espíritu de Jesús Resucitado es el que provoca, como en aquellos discípulos de Emaús y sus compañeros, ese gozo interior. Esa alegría no podemos comprarla ni poseerla, se nos ofrece gratuitamente cuando vamos de camino. La alegría es para vivirla y ofrecerla en el camino. No somos cristianos más que cuando somos testigos del Cristo Resucitado, “hemos visto al Señor”, y Él nos ha enviado a ser testigos de su alegría: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11). Su mensaje es fuente de gozo que hemos de anunciar y testificar con nuestras acciones.

Ojalá nuestras comunidades vivan entusiasmadas, que sepan cantar a la vida, vibrar ante la belleza, estremecerse ante el misterio y anunciar y construir el Reino del Cristo vivo y Resucitado. Que el Maestro nos enseñe a vivir con alegría los hechos cotidianos de nuestra vida: La rutina del trabajo, y el pasar de los días. Que no nos invada el desaliento de estos tiempos.

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