Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) La cruz y su gloria en el centro de la LUZ

La cruz y su gloria en el centro de la LUZ
La cruz y su gloria en el centro de la LUZ José

¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?... mirad la LUZ en el centro y corred la voz, que entre vosotros está el Señor. No está aquí ha resucitado y su fuerza se mueve donde quiere haciendo que los crucificados sean glorificados y liberados. La fuerza de la cruz es salvadora.

colegio

                EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Juan 3,13-17

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».

Condenar o salvar

La suerte está echada y no hay ninguna duda de que la balanza se ha inclinado por la salvación, no podía ser de otra manera dado el corazón del que juzga, pura misericordia y compasión. Solo hay una historia y lo es de salvación, por lo mismo sólo hay un final y es el de la pura gracia en el amor. La sentencia está a favor de la vida, somos afortunados, fuimos creados por amor y a él somos llamados. Vivimos esta verdad en la contradicción de una realidad que se muestra, a veces, adversa y conflictiva. El reino de Dios despierta violencias en los que pretenden la seguridad del mundo, la fuerza del poder y de la riqueza, frente a la fraternidad y la mesa compartida. Los mecanismos y armas de los contrarios son fuertes, pero no tienen la última palabra. Siempre estará la tentación de darse por vencidos, de querer retirarse y huir de la cruz y del aparente fracaso, acomodarse a otras claves que no supongan compromiso, minorías, inseguridad, riesgo. Pero tales actitudes no llevan a la vida, esa bandera acaba adormeciendo y cegando lo más auténtico de la historia en lo que tiene de salvación y de vida. Agarrarse a la cruz de la verdad, la justicia y la dignidad es un riesgo por el que Dios apuesta y que no quedará defraudado, aunque parezcamos vencidos.

La cruz y su gloria en el centro de la LUZ

Recibo una llamada de teléfono de Segunda, la consagrada del hogar de Nazaret que bien se podría llamar Luz, por su identidad con el centro del que vamos a hablar. Sus palabras son sinuosas como siempre, de las que mandan con la dulzura de una petición cuidada y tierna: "¿Has recibido la invitación?, este año estamos locos con la celebración de los cincuenta años de la fundación del centro. Ah¡ que no te ha llegado, pues bueno ya sabes, es mañana, la misa a las diez, ¿vas a venir? Si puedes.

Recuerdo que hace unos días bailé con algunos de ellos, los residentes, en nuestra parroquia la canción de la "bicicleta" y el "despacito"; pienso en las veces que he estado con los trabajadores de ese centro reflexionando sobre el evangelio y su quehacer, en las consagradas que han hecho de ese lugar la fecundidad de su virginidad, la libertad de su obediencia y la riqueza de su pobreza. Y me digo, mañana tengo que estar allí, no puedo faltar, aparte de que los churros y el chocolate -no por el frío que hace- me encantan. Necesito ir, porque siempre que voy me siento iluminado y salgo agradecido, por la corriente de amor y alegría que allí el Padre Dios derrocha para todos, más allá de los límites, de la debilidad, de la pobreza, del abandono o de la soledad. Allí hay luz verdadera.

Pienso en el contexto de la celebración. Todo comenzó con pobreza y humildad hace 50 años, con un cura -Don Luis Zambrano- que predicaba el evangelio y hablaba de las obras de misericordia. Mujeres creyentes y fuertes que hicieron de esas claves evangélicas un lugar de enamoramiento y de entrega superando todas las dificultades, siendo creativas y creadoras, yendo mucho más allá de lo que podían, porque tenían en sus manos la "antorcha" del Dios de la providencia, que no abandonó el hogar de Nazaret y tampoco las iba a abandonar a ellas. Mucho menos si se dedicaban a los preferidos de Dios, a los crucificados de la historia en muchos casos. Así comenzó, como Dios mismo en Belén, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. En pequeños sitios, con pocos medios, con gente muy rota y muy necesitada, lo más pequeño elegido por Dios para confundir a los fuertes. Para llegar al Calvario abrazados a la esperanza del amor y la resurrección, para descubrir la gloria de la cruz.

Y después de cincuenta años, ahí está, multiplicado como los panes y los peces, con mayor debilidad, con mucha más gente necesitada, pero desde un concepto de las capacidades que tiene bastante de divino. En los que parecen débiles, en la cruz, está la verdadera fuerza y el verdadero amor, de ellos y de todos nosotros. Son imprescindibles como fuente para hacer nacer la verdadera ternura y la auténtica humanidad. Esto lo confiesan las mujeres de la institución, pero junto a ellas, todos los profesionales de corazón, desde el director a la portera y las limpiadoras -tienen su alma en este centro y ahí reciben su luz, algo más grande que un sueldo-, los padres y madres de todos los chavales, los voluntarios, los que son colaboradores y facilitan el proceso y las ayudas.

Se trata de unos de los tesoros mayores que tiene Badajoz, tan importante que ni siquiera se puede enseñar como un museo, porque está lleno de dignidad humana y de respeto a cada uno de los hermanos que lo habitan y que son protagonistas de esta historia. Pero ahí está la lección de lo humano: todos somos válidos, todos nos necesitamos, estamos llenos de riquezas para los otros y los otros están llenos de riqueza para nosotros.

No es fácil entrar en esta dinámica que no es de riqueza material sino humana, espiritual, trascendente, única, profunda, eterna. Sí, es como aquel hombre que un día, cuando menos se lo espera, encuentra un tesoro y por la alegría que le da se abraza a él y no lo abandona nunca. Porque la vida ya no sería como es sin ese brillo, sin esa riqueza de luz inmensa. Es aquí donde se hace realidad aquello de venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré.

Por eso "el colegio de la Luz", que lleva ese nombre mirando a María la madre de Jesús que, desde el hogar de Nazaret y la pobreza radical del pesebre, unido al dolor de la cruz, supo darse cuenta que allí estaba la luz del mundo, se convierte en Luz para todo Badajoz, para toda la ciudadanía. Una luz, que no es de fuego artificial -aunque mañana en la verbena igual salta algún cohete al cielo- sino que se ha ido gestando poco a poco, en la oscuridad y la fe de cincuenta años, de cientos de vidas, de nombres, de gestos de cuidados. Hoy será un día de fiesta por los cincuenta años, la Eucaristía estará en el centro y en ella celebraremos que lo que el mundo considera débil e inútil, es para nosotros -desde el Espíritu del crucificado resucitado- la Luz de la Vida. Así fue. ¡Viva el Colegio de la Luz!

Orando ante la cruz gloriosa de Cristo

 La reflexión hoy se hace oración amada y sentida desde el himno de la liturgia de los viernes:

"En esta tarde, Cristo del Calvario,

vine a rogarte por mi carne enferma;

pero, al verte, mis ojos van y vienen

de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza?

El ímpetu del ruego que traía

se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,

estar aquí, junto a tu imagen muerta,

ir aprendiendo que el dolor es sólo

la llave santa de tu santa puerta".

Acabo de prometer no pedirte nada, que mi boca no sería pedigüeña, pero ahora se me escapa el deseo como petición. La mirada de hijo y madre en el calvario, y la ternura a borbotones que se respira en tu corazón crucificado me obligan a la petición de lo sublime: "Dame, Señor, tu ternura y tus entrañas". Misericordia, Señor, misericordia.

Danos tu mirada y tu palabra oportuna para mostrar tu ternura a los que la necesitan. En la cruz te preocupas por el dolor de quien te acompaña en un amor traspasado, con un dolor anunciado y aceptado, como voluntad del Padre a favor de los hermanos. Quiero, como tú, tener entrañas de consuelo y cuidado, de ternura y entrega para que nadie esté solo ni descuidado. Quiero que, en este mundo nuestro, a la madre nunca le falte el amor del hijo, y que al hijo nunca le falte la ternura amorosa de la madre. Que todos lleguemos a tener corazón de hijo como Tú, y entrañas de madre como Ella. Y me sobrecoge tu último suspiro, tu expiración humilde y mi última mirada al aliento postrero de mi madre en su agonía. Y escucho tu sentencia: "Todo se ha cumplido".

El centurión se ha dado cuenta al verte morir, y Pedro pronto te lo va a decir: "Señor, tú sabes que te quiero". La palabra del Padre ha quedado cumplida en tu amor entregado, en tu expiración de radicalidad en el Espíritu. Con tu muerte ha caído todo muro, el cielo y la tierra se han encontrado para la eternidad; ya no pueden permanecer los muertos en la muerte, ya tienen que resucitar. Porque el mártir amado del Padre ha cumplido su palabra, y ahora toda palabra está en el corazón y en las manos del Padre.

Sólo nos queda esperar su fidelidad y misericordia, que se hará luz en el hijo amado rompiendo la atadura de la muerte para siempre. Al cumplimiento y la obediencia amorosa del hijo amado corresponde una vida a la medida del corazón del Padre, una vida eterna, el crucificado ha sido resucitado. Sí, sólo nos queda esperar confiados. ¿Cómo no vamos a querer morir contigo, cómo no vamos a desear ser como tú, tener tu palabra, tu corazón, tus manos, tus pies?, ¿cómo no querer clavarnos en tu mirada para sentir como tú en medio del mundo?

Ahora ya, tú eres nuestro tesoro escondido, que tenemos que gritarlo por la alegría que nos das.  Ahora, ¡tú eres nuestra fuerza!  Ahora, agarrados y abrazados a ti en la cruz, queremos que también en nosotros se cumpla la voluntad del Padre y, entre todos, sepamos llevar la cruz de nuestra humanidad, limitada y sufriente, hasta las manos del Padre para que la resucite con la fuerza de su corazón que ha explotado en la lanzada del costado del crucificado, y nos ha dado para siempre el agua que nos purifica y la sangre que nos salva.

Por eso, hoy, Cristo bendito, sólo presentamos nuestro deseo al verte y adorarte en la cruz. Hoy y siempre, queremos ser como Tú.

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