Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC Quién debe a quién... lo que no tiene precio. Domingo XXII

Quién debe a quién... lo que no tiene precio. Domingo XXII
Quién debe a quién... lo que no tiene precio. Domingo XXII Jose Moreno Losada

Cuando el otro es horizonte de nuestro existir, cuando somos por y para los otros, es que hemos entrado en la lógica del don de Dios, es entonces cuando entendemos que los últimos serán los primeros y comenzamos a romper los protocolos de antiguas alianzas que no eran de amor.

XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

cuidado

Un sábado entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».  Cfr., Lucas 14,1.7-14

Dichoso tú, porque no pueden pagarte

¿Cómo te pagaré Señor todo el bien que me has hecho? El salmista nos pone en la situación de criaturas agraciadas y agradecidas. No hay nada que no nos haya sido dado y que no esté fundamentado en la generosidad y el amor de nuestro Dios, que no busca ser pagado, solo desea que lleguemos a su amor para que tengamos vida en abundancia. Todo lo da por bien empleado si nos lleva a la vida, aunque le cueste la suya.  Esta riqueza es la que nunca nos podrán quitar y salta hasta la vida eterna, la que resucita desde la justicia de Dios tan gratuita.

La señora de Honduras y las señoras de la calle Goya

Domingo, ya se siente el verano.  Tras la eucaristía, comparto mesa fraternal con Fernando, siempre generoso conmigo, ofreciéndome una amistad realmente gratuita. De vuelta a casa me detengo en la estación de Principe Pío, deseo contemplarla y pasearla en lo que tiene de emblemática y también de centro comercial, los templos de la actualidad. El calor me suscita el deseo de un helado y me doy el capricho de un batido con frutas del bosque. Me siento en un velador sencillo al que rodean dos sillas. Todas las demás ocupadas.

Una señora se acerca, de modo decidido, y pregunta si no me importa compartir mi mesa con ella. La vi con deseos de charla y no me resistí, aunque no sé si rompí sus expectativas. Me pregunta si soy argentino, por mi acento, y le contesto que soy de Extremadura. A partir de ahí, el hilo del diálogo estaba servido. Ella es de Honduras, reside en España hace quince años. Los últimos seis está trabajando en una casa de la calle Goya, ha cuidado a dos personas mayores sin hijos. Una falleció hace dos años con la pandemia, ahora cuida a la hermana. Está interna y pasa allí todas las horas del día. Esta tarde ha venido un familiar y le ha dicho que podía salir a darse una vuelta. Ha paseado hasta aquí y está tomando un helado. Me habla de sus hijos ya mayores; una chica que está ultimando estudios universitarios y ella le sostiene económicamente. El otro ya la ha hecho abuela. Los dos están en su país de origen, aquí vive una hermana. Esta ha encontrado una pareja y ya hacen menos cosas juntas. Se interesa por mi situación familiar y laboral, extrañándole que no tenga esposa e hijos. Le explico la razón de ser sacerdote y eso lleva la conversación por una deriva nueva. Su fe y su compromiso activo en la Iglesia en su país, pero desde que está aquí vive su fe de un modo muy interior, porque aquí no es lo mismo.

La razón de seguir en España es que, aunque no gane mucho, tiene una situación de cierta seguridad y al vivir en la casa de la señora, eso le permite ahorrar bastante, aunque duda de volver por la situación social y política de su país. Me manifiesta que venía con el sueño del paraíso y que aquí se amainan los deseos con la realidad y su dureza. Ella no está mal considerada, una vez regularizada su situación. Siente lazos familiares con la señora que cuida, le tiene cariño y la siente como alguien propio. Pero me confiesa como otras personas conocidas por ella están en situación todavía irregular, cobran sueldos muy bajos –apenas les llega, me dice-  y trabajan horas sin fin. Son situaciones de dolor y cierta esclavitud, pero no les queda más remedio si quieren seguir hacia adelante y ayudar a los que dejaron en su patria. Vinieron para darle mejor vida a los suyos y están dispuestos a gastar sus vidas aquí, cuidando a los nuestros.

Le hablo que yo estoy interesado en ese tema de los inmigrantes, que en la parroquia de Badajoz tenemos contactos con algunos de ellos, personas de Ecuador, Perú, Colombia. Hablamos de lo importante que es para sus vidas poder cuidar su fe y su religiosidad aquí, pero lo tienen difícil por horarios y modos de trabajo. También porque las parroquias de aquí y su funcionamiento les parece frío y alejado, ellos vienen de otras experiencias y modos de vivir su religiosidad. Es verdad que se juntan y se ayudan entre ellos, pero no acaban de insertarse y agruparse bien en nuestra sociedad. La conversación toma tono de cierta profundidad y me descubro como discípulo escuchando el evangelio desde su relato sentido y vivido.

Ahora llego a casa y veo que necesito el hecho de vida apropiado para este domingo XXII en el que el evangelio nos habla de integrar, incorporar, invitar a los que no pueden pagarnos. Me pregunto si es pagable todo lo que los inmigrantes están haciendo en el cuidado de nuestros mayores y en los trabajos que nosotros, ciudadanos españoles, no queremos hacer por el esfuerzo, sufrimiento y vulnerabilidad que comportan. No sé si tendrá precio lo que realizan por nosotros, pero lo que está claro que se merecen una acogida fraterna y realista, adecuada a su realidad personal y social, teniendo en cuenta de dónde vienen, para qué vienen y lo importante de su tarea y su aportación a nuestro país.  Me interrogo sino tendríamos que dejarnos interpelar por la cuestión de quién debe a quién, si no son ellos los que realmente están aportando una riqueza humana para nuestras pobrezas en lo que se refiere a los cuidados y al futuro de nuestras comunidades sin infancia propia.

La interpelación me la traigo a casa y sigo profundizando en ella, no puedo dejar de pensar: ¿Qué acogida pastoral, personal y comunitaria hemos de ofrecer desde nuestras iglesias diocesanas a las personas que llegan como inmigrantes? ¿Cómo acompañarlos e insertarlos reconociendo el valor de su riqueza personal y su actitud de trabajo y entrega con la que llegan? ¿y su riqueza religiosa?

La señora me hablaba de su ser catequista, animadora y voluntaria en organizaciones católicas en su país, en zonas de pobreza, de su ser participativa y activa como cristiana. Aquí sigue con su Dios, pero está lejos de la vivencia eclesial en la zona en que vive. Me despido con la riqueza de su conversación y con el deseo de dejarme tocar más por esa realidad en el ámbito pastoral. La pregunta está servida: ¿A quiénes invitamos y llamamos en nuestras comunidades para compartir la vida y hacer una familia verdadera? ¿Tienen sitio propio y verdadero en nuestros espacios eclesiales estos hermanos bautizados y católicos como nosotros?

Notas hilvanadas

el don y la patria

“Que nuestra patria existe donde estemos tú y yo”

(La Oreja de Van Gogh- Geografía)

Volver arriba