Tercer Domingo de Cuaresma ¿ Hacia donde...El pessimum o el optimum? Píldora cuaresmal (4)

La historia y su discernimiento. Hacía dónde nos dirigimos, hasta la plenitud de la vida o la destrucción. Al enraizamiento del buen vivir o al arranque de lo humano. La tensión está en el mundo, siempre está, pero a veces nos toca sentir las alarmas con radicalidad. Cuando llega ese momento a la Iglesia en medio del mundo nos toca interpretar, hacer lectura creyente en las claves de la historia de la salvación y tomar posturas para la esperanza en la incardinación de lo humano y de lo universal en la fraternidad. La suerte está echada. 

Higueras
“Discernir” es lo propio de los cristianos, Pablo habla de la importancia del espíritu del discernimiento. El evangelio refiere a la higuera, sus ramas, sus yemas, sus brotes, la clave de la interpretación de los tiempos de la primavera, de la fecundidad. El evangelio del tercer domingo cuaresmal  es también la higuera, la que sirve de signo, pero lo es para hablarnos de la misericordia y de la compasión. No arrancarla, cuidarla y seguir esperando el fruto de ella, creer que brotará de nuevo y será fecunda. Así es el Dios de la historia que no se doblega ante el ciclo de la naturaleza, su determinación.

La historia está abierta, es juego de libertades, la divina que empuja hacia el omega de la plenitud, y la del hombre que, en su ceguera, a veces, se vuelve atrás y no quiere avanzar hacia la plenitud de la luz. Dios no desespera, sigue esperando en activo, cavando y cuidando.

La humanidad amorosa de Cristo y su Espíritu de resucitado, siguen cavando la humanidad, siguen impulsando la savia de brotes y yemas nuevas. No vamos al “pessimum ultimum”, a la destrucción, a la nada…la misericordia de Dios sigue abriendo las puertas del “Optimum ultimum”, de vida eterna, del amor consumado. Los creyentes se unen en esta esperanza y la siembran como grano de mostaza y la van introduciendo como levadura en la masa del mundo, esperando que fermente.

Hoy seguimos comiendo del pan de la vida, porque Cristo es nuestra esperanza sin vuelta atrás. He de volver a esperar y creer en mí y en los demás. La realidad se impone en estos momentos con una crudeza brutal, la guerra se hace espejo de fondos de tensión y conflicto que pertenecen a nuestra época histórica. Hemos de cambiar de paradigma natural, social, político, económico. Nos hace falta volver sobre lo humano y redescubrirnos en la dimensión de la cultura de los cuidados y de la ternura. Se trata de un horizonte nuevo, hemos de volver a cavar, fertilizar, esperar contra toda esperanza que se imponga lo humano y lo natural, sobre lo mecánico y lo artificial.

No podemos ser simplistas en los discernimientos y aplicar a un individuo lo que es una corriente, una cultura, un dinamismo centrado en el tener y en el poder en torno a la riqueza y la supremacía de los más fuertes. Tras esta guerra como tras los otras hay un cúmulo de intereses muy complejos alejados de la rectitud de intención que pone lo humano en el centro y que busca el cuidado de la naturaleza y de la humanidad, salvando a los que más sufren y mueren inútilmente.

Ahora, quizás de un modo más radical, estamos llamados a convertirnos a lo humano, a la cultura del cuidado y la ternura. Defender que es posible vivir de otra manera y construir la paz de la armonía con la naturaleza y de todos los pueblos. Ahora o tendremos que ser arrancados porque no podemos vivir juntos. La indiferencia pasiva lleva al mal de raíz y provoca el arranque, hay que batallar por lo humano, cavar y fertilizar las relaciones auténticas que fecundan y felicitan el vivir en la austeridad de lo amoroso y cuidado.

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