Cada vez que lo hicistéis con un fracasado... El fracaso de todos: Hacen falta milagros

¿La justicia y la caridad fracasada? De la estructura y lo cotidiano. El abismo de lo real. La cuaresma nos invita a traspasar con el abrazo la lepra del descuido. No bastan leyes de inclusión, hacen falta comunidades reales de comunión humana y natural. Ayer los niños de catequesis querían aprender a hacer milagros como Jesús, algunos sólo pueden hacerse con mucha fe y aceptando el fracaso de lo normado, superándolo con el abrazo gratuito del perdón y de la ternura, más allá de leyes. ¿Queremos hacer milagros... hacen mucha falta?

"Cuestión de querer"


evcangelio

"En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés». Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes." Marcos 1,40-45



“Si quieres…quiero” Aquí la esencia de toda la historia de la salvación entre Dios y el hombre. El amén de Dios no tiene vuelta atrás es un hágase continuo, sus juicios son siempre de voluntad salvífica. Creó por amor y al amor llama. Las acciones divinas siempre recorren un camino compasivo y activo: sintió lastima, extiende su mano y toca limpiando y sanando. Tras la creación, el mismo pasaje de la humanidad rota tras el pecado en el génesis es el de un Dios que los viste ante la desnudez y los protege ante la adversidad, desde ahí la lepra pecaminosa ha marcado una situación de enfermedad y suciedad que impide la salud, el gozo, la verdad, la justicia y la vida para la que fuimos creados. Pero junto al leproso nunca ha faltado la acción trascendente que le recuerda su horizonte de origen y de destino en el amor del que lo busca, lo acaricia y toca, sin darlo nunca por perdido, para sanarlo y ponerlo como luz en medio de la asamblea que casi siempre excluye y separa a los rotos. Ante una sociedad y una comunidad eclesial que se ve fracasada ante los últimos, el evangelio nos levanta el ánimo, con la acción de Jesús ante el leproso.

“¿Los Antonio no tienen remedio?”

centro

“Hace unos días la prensa regional daba cuenta de que el obispo de Plasencia había asistido a un funeral de un hombre que había aparecido muerto en las aguas del Jerte en la ciudad. Sentía yo que la presencia en este acto señalaba y reconocía, con humildad, el fracaso de las instituciones civiles y eclesiales, ante este vagabundo sin hogar, que había pasado por nuestros medios, pero no se había recuperado teniendo este triste final. Nuestro servicio, como en muchos casos, había aliviado o acompañado un tramo del dolor humano, pero había sido vencido por él. No hace mucho que me llamaba Antonio, había dejado el centro hermano cuando ya estaba muy recuperado, y ahora estaba encima de un puente desesperado porque así no podía seguir viviendo y me llamaba angustiado. Volvió al centro y ahora ha decidido irse a otro espacio de comunidad terapéutica porque aquí se le había ofrecido ir a una residencia de mayores y él no se ve ahí, piensa que tiene muchos sueños que cumplir. Como es normal su libertad es lo primero, aunque siempre le atenaza el peligro de las adicciones que lo destrozan. Existe otro Antonio, solo en el mundo, adicción de alcohol y fumador compulsivo. Inteligencia límite, pero bondadoso y pacífico. Bebió y lo expulsaron del centro hermano –que era su único hogar- por no guardar las normas, al final estaba en la calle tirado, bebiendo, sucio, pantalones caídos, olor insoportable… destruido con una lepra absoluta. Me contaba que ya no le dejaban ni entrar en el chino a comprar… me reconoció de momentos buenos en el centro y me pedía que intercediera para que lo dejaran volver. Oía ahí, aun en medio del fracaso, la voz de este leproso: “Si quieren… pueden limpiarme”. Otros compañeros que estuvieron con él en el centro intentan ayudarle.”

Tentados de eficacia podemos olvidar la imagen divina de lo fecundo, tenemos el peligro de centrarnos en la lepra, la causa y sus consecuencias, olvidándonos del leproso. El evangelio nos abre la mente al camino real de la sanación y la salvación que pone como centro radical del cuidado a la persona concreta, en su ser y sus emociones. De qué serviría ganarle la batalla a la lepra, si esta es sin los leprosos. Sólo si hay compasión, abrazo con manos extendidas, sanación interior por sentirse tocado y acariciado, recuperación amorosa del otro, estaremos ganando la batalla. Ocurrió con los diez leprosos y sigue ocurriendo, uno volvió tocado por la gracia de lo divino, agradecido, sanado. Los otros nueves sintieron la eficacia, pero no la gracia de la vida, no se encendieron en la clave de la salvación, en el sentir del Reino inaugurado por Jesús.

Hoy nuestro mundo está lleno en sus caminos de personas concretas que, a su manera y como pueden, están buscando un lugar de salvación deseando que alguien con bondad les limpie de ataduras, oscuridades, dolores, tristezas, soledades… Son esas personas las que justifican la existencia de la iglesia en el mundo. La Iglesia ha sido querida y fundada por Jesús de Nazaret para ir por todos los caminos dotada con poder para: sentir lástima, extender sus manos, tocar y sanar esa humanidad herida. Ahí está la clave del anuncio del evangelio, lo que hace verdadera la evangelización. La institución eclesial sólo es válida, fiel a la tradición, si es fecunda más que si es eficaz, si es significativa más que mayoritaria, si es carismática más que normativa. La verificación de la fe pasa por la ortopraxis del amor, ya lo decía Pablo, muéstrame tu fe sin obras y yo por las obras te mostraré mi fe. Así es, el que cree tiene la vida eterna como nos dice el evangelio de Juan, y vive su fe cuando sabe ver a Cristo en el hambriento, en el desnudo, sediento…en el leproso, como nos recuerda el evangelio de Mateo.

Jesús de Nazaret, fiel a la tradición del Padre, del Dios de Israel, por la vía profética sabe que sólo tiene una respuesta verdadera ante el leproso –humanidad entera-  que le suplica humillado de rodillas, por el peso de su situación, “Sí quiero, queda limpio”. Ese es el camino del Reino, ahí cabe el fracaso como en todo lo histórico, pero no por razones de falta de cercanía y voluntad. Había muchos leprosos, pero los que se encontraron con él no hallaron indiferencia y frialdad. La estructura no disolvió lo humano del doliente próximo, la relación personal, afectiva y afectada, de contacto y abrazo, de compasión.

Mirando los dolientes de la historia y especialmente de aquellos que están en  nuestros caminos de proximidad geográfica e histórica sentimos el deseo de lograr el reto de reconocernos leprosos de distancia y compasión verdadera. El reconocimiento de nuestro mal nos ayudará a dirigirnos suplicantes, de rodillas a ser posible, para pedirle al Cristo crucificado –ya resucitado- que si quiere que nos limpie de la lepra que nos ciega, nos aleja, nos enfría, nos paraliza para no abrazar y curar a los que están en nuestros mismos caminos deseando nuestra ayuda. Serán los necesitados los que puedan enriquecernos con tesoros celestiales de los que no son vulnerables ante la carcoma y la polilla.

Ayúdanos Padre a entender que sólo en el abrazo con los leprosos de la historia se curará nuestra lepra, sólo mirando con amor al crucificado sentiremos la alegría de la resurrección. Yo hoy quiero ser el leproso humilde que te implora: “Señor si quieres puedes limpiarme”, necesito con toda la humanidad escucharte: “Sí quiero, queda limpio”.

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