Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Y se hizo carne y nombre...pueblo y humanidad, como Cataleya

Cataleya
Cataleya Jose Moreno Losada

Las celebraciones, los pasajes bíblicos de este tiempo litúrgico pretenden renovarnos en la verdadera alegría de nuestra fe, es momento de volver a la contemplación desnuda de lo humano como revelación de lo divino. Nada nos podrá separar de este amor que se ha hecho carne en Belén, “Vino a los suyos”, somos el pueblo de la encarnación, señales de un misterio de amor revelado en lo pequeño e insignificante, de lo envuelto en pañales.

25 diciembre.  Natividad del Señor

Navidad

La Navidad nos invita a vivir en el gozo de la fe como punto de partida, alegría de un Dios encarnado que nos hace posible el encuentro comunional con él.

Principio del santo Evangelio según san Juan     1, 1-5. 9-14

Al principio existía la Palabra,

y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra

y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida,

y la vida era la luz de los hombres.

La luz brilla en las tinieblas,

y las tinieblas no la percibieron.

La Palabra era la luz verdadera

que, al venir a este mundo,

ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo,

y el mundo fue hecho por medio de ella,

y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos,

y los suyos no la recibieron.

Pero a todos los que la recibieron,

a los que creen en su Nombre,

les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre,

ni por obra de la carne,

ni de la voluntad del hombre,

sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne

y habitó entre nosotros.

Y nosotros hemos visto su gloria,

la gloria que recibe del Padre como Hijo único,

lleno de gracia y de verdad.

En ella estaba la vida

Al comienzo fue la Palabra fecunda y creadora de Dios la que fundamentó la realidad para llegar a ser. Ahora es esa misma Palabra encarnada la que sostiene como piedra angular la estructura de todo lo que existe y siendo rechazada se convierte en el quicio de una esperanza que no tiene fronteras ni límites. Una Palabra de Amor que se muestra como el punto Omega de todo lo creado. Por ella todo fue creado, en ella todo se sostiene, y con ella todo y todos llegaremos a la Luz de la plenitud, la de los hijos de Dios.

Cataleya será su nombre

Tendremos que acostumbrarnos a su nombre los abuelos y los tíos abuelos. Somos de otra generación, pero entendemos el misterio. Hace unos meses fuimos invitados a una comida por Sara y Jose, que llevan un tiempo ya conviviendo, junto a Lidia. Allí nos encontramos ambas familias y nos explicaron el motivo de la fiesta, por un lado, la festividad de san José, onomástica de él, y por otro que iban a ser padres. Doble razón, santo y paternidad. A partir de ese momento se abría para todos, el misterio compartido de lo esperado, un nuevo ser. Aún sin nombre, sin palabra, sin emociones, pero ya con vida, buscando la luz. No ha llegado a esta orilla y ya se está convirtiendo en esperanza y motivo de unión para personas antes desconocidas, aún no ha nacido y ya tiene nombre de hija querida. No hemos visto su rostro y ya es amada y soñada en la belleza del amor y la generosidad. Ahora todo se conjuga para sus padres y hermana con su nombre y su ser. Los calendarios ya se marcan con una fecha que está por llegar, todo está abierto y orientado hacia ese ser minúsculo que atisbamos a imaginar con los adelantos tecnológicos que nos marcan el ritmo de su corazón. Después ya nos hemos enterado de que será niña y que su nombre será Cataleya, como la orquídea más bonita de Colombia. Todo está por decir en ella y ya es palabra que da luz y vida. Misterio de lo humano, donde se transfigura hasta lo divino. La madre según va viendo su proceso en su matriz y en su corazón ya va diciendo: “Esto es un milagro”. Los demás esperamos la señal: “una niña envuelta en pañales y acogida en un cuna de amor y familia”. Este año la pondremos en el belén que más que nunca será viviente.

La Palabra se hizo carne

Hoy como nunca hemos de volver a la humanidad de Jesucristo donde se nos revela la Palabra definitiva y única del Padre Dios sobre nosotros y toda la creación. Estamos llamados a creer e invitar a creer en Jesucristo tal cual él se nos manifiesta y se revela en su propia persona, en su nacimiento, vida, muerte y resurrección. Es apasionante el preguntarnos con verdad cómo vivir nuestra fe en Cristo y así poder proponerla a otros.

Nos reconocemos profundamente agraciados por el don de la fe en Jesucristo. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 126,3). La fe en Jesucristo es el gran don que el Padre y el Espíritu Santo nos han regalado. El conocimiento de Jesucristo es la piedra preciosa por la que se puede vender todo lo demás (cf Mt 13,45-46). “Lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Es más, pienso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7-8). El ángel a los pastores se lo anuncia con fuerza y gracia: “Alegraos… hoy os ha nacido un Salvador”.

A partir de este acontecimiento cristológico somos conscientes de que “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en él, que no hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón” (EG 266). Hemos sido engendrados en El.

Celebrar la Navidad es reconocer con alegría nuestro encuentro con Jesucristo, como Palabra única del Padre, y entender que este misterio es el que nos une a toda la humanidad y a toda la creación. Somos afortunados, porque hemos recibido algo que nadie nos podrá quitar, como es la alegría del Evangelio. Pero la alegría de este nacimiento, de este encuentro de Dios con la humanidad en la carne del niño de Belén no es propiedad privada, es el pueblo el que vive y encuentra a Jesús en su nacimiento, el pueblo pequeño y minoritario, pero pueblo.

El encuentro con Jesucristo nos remite siempre a la comunidad de hermanos, la Iglesia, en torno a la única Palabra que nos da la luz y la vida. La fe en Jesucristo es, a la vez, un acto personal y un acto comunitario; es una persona concreta la que se encuentra con Jesucristo y se fía de Él, pero ese encuentro acontece en el corazón de la comunidad eclesial y nos vincula a ella.

De la Iglesia, además, proceden los elementos que van nutriendo la fe: la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y la praxis del amor. Todos los testigos de aquel nacimiento lo fueron en un sentido de lo comunitario y de lo compartido, nadie se pudo apropiar del espíritu libre de la pobreza de Dios, que se deshacía en luz para toda la humanidad, pero con los medios más sencillos y pobres de aquel lugar y en aquel momento.

Estamos llamados eclesialmente a desnudarnos de todo aquello que obstaculiza la presentación de un misterio tan pequeño y débil en la comprensión del mundo y tan fuerte y profundo en la mirada teológica del amor de Dios. La navidad invita a despojarnos –desmundanizarnos– de los poderes y las estructuras que no nacen del espíritu y que deforman y disfrazan el verdadero anuncio a los pastores sencillos y al pueblo que espera un mensaje de salvación en la historia actual. Hemos de convertirnos a lo pequeño y a lo minoritario si no queremos pecar contra la encarnación de nuestro Dios.

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