Juventud española en Roma No han ido de turismo... sino a ser redimidos

Me alegra el grito de los jóvenes que me llega desde Roma: “No hemos venido de turismo, hemos venido a redimirnos”. Y me imagino a treinta mil jóvenes redimidos por gracia que vuelven con los aires de la redención para adentrarse en la sociedad española, en medio del mundo y que, roto lo que les ata y paraliza, comienzan procesos de redención personales, comunitarios y comprometidos con el dolor y la cautividad que se está produciendo en estos momentos en la historia.
| José Moreno Losada
Una celebración nacional en el corazón de la Iglesia: 30.000 jóvenes

Redimidos para redimir cautivos
Esperamos con los brazos abiertos a jóvenes despiertos que no quieren dormirse en sus laureles del bienestar y auto-centramiento, que no son turistas sino peregrinos y comienzan a pensar sus vidas en la donación para la redención de los que sufren. Jóvenes que desean ser protagonistas de la historia y que asumen la opción de participar para adentrarse allí donde se les necesita como personas, ciudadanos y creyentes de Jesús. Ojalá allí mismo hayan sido tocados por los testimonios de los jóvenes que más sufren en el mundo, aunque seguro que la mayoría de ellos no habrán podido estar allí aunque hubieran querido.
¿Quiénes los esperan en silencio dolorido?
Deseamos que redimidos por la experiencia, quieran ser jóvenes que comienzan a preguntarse acerca de quiénes son los cautivos hoy entre nosotros y de qué somos cautivos. Y vislumbren que allí donde las personas pierden su libertad y sus libertades más fundamentales, se vive la experiencia de ser cautivos, que son todos los que viven oprimidos, excluidos, manipulados, perseguidos, amenazados, violentados y atacados. Y todo ello de un modo personal o colectivo, interna o externamente, desde la proximidad o desde la lejanía, desde las redes familiares o desde las estructuras de nuestro mundo, y a veces, incluso, desde la propia cultura, economía, política o religión pervertidas. Jóvenes que toman conciencia de que cuando se dan estas situaciones de esclavitud, bajo cualquiera de sus formas, nos encontramos con situaciones infernales y dolorosas de miedo, ansiedad, fatiga, desánimo, silencio humillante y deseo de huida.
Con sus acompañantes redimidos: obispos, sacerdotes, animadores...
Sería bueno que en los ámbitos eclesiales, estos jóvenes -junto a los acompañantes- pudieran poner nombres y rostros a las muchas las personas que se ven cautivas en situaciones infernales de las que les gustaría salir, liberarse, para poder tener libertad y paz, para vivir con dignidad, pero sienten que su situación es de dolor y que es muy difícil salir de ella. Comprender que a eso es a lo que le llamamos «descender al infierno», «estar abajo», «ser cautivos». La lista es interminable y se hace a pie de noticia diaria y de calle: presos, migrantes, adicciones –droga, sexo, alcohol, juego, éxito, dinero-, pobreza, maltrato de género e infantil, trabajos precarios e indignos, prostitución, refugiados, sin papeles, comercio de órganos… Todo ello, sin contar a personas con enfermedades y sufrimientos psicológicos que se sienten cautivos de la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia… O de los que quedan heridos por la pérdida de un ser querido, por experiencias duras vividas y se encierran en un dolor sin esperanza y sin consuelo, como quien ya no tiene derecho a vivir en libertad y alegría. ¿Y Dios?, ¿y su misericordia?, ¿dónde está Él en este dolor?
Dios en cautividad: otra imagen divina
La mirada bíblica es directa en la respuesta cuando nos dice de Jesús que “Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote…los hombres que lo tenían preso se burlaban de él y le golpeaban” (Lc 22,54 y 63). Y no es menos clara cuando en boca de Jesús se habla de este modo del juicio universal: “Venid vosotros, benditos de mi Padre, id al Reino preparado para vosotros porque…Estuve preso, enfermo, forastero, hambriento, violentado y vinisteis a verme…cada vez que lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,36)
El jubileo está invitando a ir a todas las periferias del mundo, donde se encuentran las situaciones infernales, allá donde hay que descender. Y lo primero que nos dice es que hay que ir con la humildad y sencillez más grande, para poder entrar en esas periferias. Se trata de reconocernos tan pecadores y necesitados como todos los seres humanos, por destrozados que puedan estar o sufrimientos que puedan cargar. De reconocer que Dios nos salva desde ellos, que en ellos está nuestra salvación y nuestro perdón.
El lío de la redención misericordiosa
Si de verdad queremos entrar en la dinámica de nuestro Dios, en su lío de misericordia, los miles de jóvenes, junto a los que los acompañamos, hemos de escuchar su llamada a “descender a los infiernos” con El, como confesamos en nuestro credo, para ascender a la gloria con todos nuestros hermanos en una nueva humanidad y en una nueva creación. No ocultemos el dolor y la necesidad del compromiso para experimentar nuestra propia redención. No estaremos redimidos si no estamos cercanos a los cautivos y sufrientes de hoy. Los dolidos y los cautivos de la historia aguardan la buena noticia de su salud y su libertad, y Dios nos ha elegido a nosotros -ese es el verdadero jubileo- para ir hasta su dolor y su esclavitud para romper cadenas y abrir las puertas de una nueva posibilidad, porque no da a nadie por perdido. Nos envía no desde nuestra perfección, sino desde su misericordia para que nosotros, también pecadores, seamos misericordiosos como El.
ORAR DESDE LOS CAUTIVOS y SUFRIENTES
Yo que no estoy en Roma, junto a otros jóvenes que tampoco lo están, me uno en oración a todos ellos y oro al Padre desde mi propia debilidad y cautividad.
Querido Padre, hoy estoy confundido, mi oración comienza con un sinsabor fuerte. Confiado en ti, he querido entrar en la misericordia por la puerta de la cautividad, atendiendo tu ruego de redimir a los cautivos. El escenario me supera, contemplo el dolor y el sufrimiento, sin sentido aparente, y me doy de bruces con el infierno en medio de la historia y de todos los que han descendido hasta él, encontrándose en lo más bajo, duro e indeseable de lo inhumano.
Mis ojos desean cerrarse, para que mi corazón no zozobre ni tiemble, pero no puedo hacerlo, porque al mismo tiempo, siento la voz de tu Hijo amado que con ternura me anima y me dice: “no temas, yo he vencido ese infierno, yo he descendido hasta él y traigo la liberación para que se pueda abrir toda puerta injusta, se sane todo dolor inhumano, salte todo cerrojo de esclavitud y de perdición, para que se anuncie el año de gracia del Señor”. Al oírle y contemplarle, con sudor de sangre y lágrimas en los ojos en el camino la pasión, con la cruz en sus hombros, alzado y crucificado en el calvario de la vida, me doy cuenta de que mi Dios no es juez, sino hermano, víctima y consuelo, libertad y gracia, sanación y fuerza.
Te descubro compasivo con todos los cautivos de la historia, identificado con ellos, y veo tu rostro en el de ellos, que me espera para ser besado y darme a mí también, la salvación y la libertad que necesito. Sí, hoy siento tu invitación para abrazarme a los cautivos, como tú te abrazaste a todos los cautivos de tu pueblo y tus caminos, llegando hasta la muerte y una muerte de cruz. Siento que tu Espíritu de resucitado, me quiere quitar todos mis miedos para que arriesgue y sea capaz de adentrarme en las periferias, no desde el juicio ni desde la superioridad, sino desde la fraternidad de mi propia cautividad, que necesita ser liberada en el dolor y el sufrimiento de todos los últimos de la historia; todos aquellos que cargan con los infiernos, más desde su ser víctimas que agentes de su propia historia y su condena humana.
Y te pido, tocado por tu gracia de crucificado-resucitado, que me ayudes a saber descender contigo a los infiernos humanos de los que sufren, para poder, también contigo, ser libre y ascender a la gloria de un reino de paz y de justicia verdaderas para todos.