Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros... Un libro de evangelio y vida... yo testigo afortunado
Pronto llegará el adviento y comenzaremos un nuevo recorrido para adentrarnos con más profundidad en el evangelio de Cristo y poder amarle y seguirle con más intensidad, para gozo de una vida llena de sentido. Cada Domingo y fiesta la comunidad se reunirá en torno a la Palabra para celebrar la vida. En este pequeño libro ofrezco lo que puede ser un cuaderno de vida al hilo del evangelio, fundiendo los trazos del evangelio con trozos de vida real y diaria. Son hechos de vida de cientos de personas, que son los verdaderos autores del testimonio, yo testigo. Desde mi ministerio yo he sido afortunado de poder ir viendo y oyendo estos signos de reino tan regalados. Espero que pueda ser iluminador para muchos,
¿Desde dónde y por qué?
“El cuaderno de vida, la revisión de vida, el estudio de Evangelio, la lectura creyente de la realidad…Descubrir los pasos de Dios por la historia de lo que nos pasa…” El amigo prologuista sabe de lo que hablamos, por eso no le afecta en este caso lo que dice Wittgenstein. No estaba en mis aspiraciones juveniles y vocacionales escribir libros, sí leerlos y usarlos para mi misión.
Un amigo ilustrado me hace llegar una inscripción que se encuentra en el scriptorium de Fulda donde se afirma “Fodere quam vites melius est scribere libros” - es mejor escribir libros que cavar viñas-, pero yo deseaba un ministerio encarnado a pie de pueblo y de evangelio. Curiosamente eso mismo es lo que me ha traído hasta aquí, por ser fiel al envío podría decir, con humildad, que he hecho lo que tenía que hacer y ahí en esa obediencia filial y mediatizada me ha correspondido el don y la tarea de poner por escrito algo de lo vivido. Presiento que en este libro bastante de este camino vital de Emaús, sobre todo de vueltas con Jesús. Ojalá sea para sembrar semillas de la Palabra de vida en muchos surcos con aquello que he cavado en la vid de mi propia existencia.
Evangelio y pueblo
A lo largo de mi vida ministerial he sido enriquecido por la Palabra de Dios y la vida de la gente de una manera que nunca podría haber imaginado, de tal manera que ahora en mi vivir hay dos polos fundamentales que son el Evangelio, la palabra divina, y la vida de la comunidad humana con la que camino realizando mi propia historia. Palabra y vida de un modo inseparable, la primera se me da y revela en multitud de trazos y líneas fundamentales del Evangelio de Jesús de Nazaret, la segunda la recibo a trozos diarios en personas, rostros, lugares, circunstancias… Ya no sé vivir sin la una y sin los otros, por eso llamo a este trabajo compartido “trazos de Evangelio, trozos de vida”. Es un sacramento de esa realidad bondadosa, comprometida y entregada en la que me desenvuelvo en el quehacer de mi vida ministerial.
Desde la debilidad y la compasión
Todo esto lo hago desde una debilidad y vulnerabilidad compartida con todos, llevo un tesoro en mi propia vasija de barro. Bebo agua de la misma que transporto, como pobre acequia, desde Dios para los otros, ahí él me da a beber el agua de la vida. Curo y sano mis heridas en los dolores y las cicatrices de los otros, sobre todo cuando me atrevo a tocarlas en el nombre de Jesús. Recuerdo un día en el que yo comentaba en ámbito comunitario que me sentía el cura más feliz del mundo, alguno me apuntó que eso podría afectar a mis compañeros, en ese momento desde una sinceridad profunda manifesté que yo deseaba que todos mis compañeros pudieran tener el mismo sentimiento que a mí me habitaba, ojalá todos pudieran estar sintiéndose sacerdotes felices al máximo. Soy un afortunado porque sé que esta vivencia es puro regalo y don de la Luz y la bondad del Padre.
Yo le pedía a Cristo en mi juventud con todas mis fuerzas y deseos que quería ser como él, iluso de mí, ahora cuando ya amainan esos vientos, reconociendo la cruz propia que he de cargar, y me he adentrado en el último tercio de mi vida, siendo más realista –no menos ilusionado- lo que le pido es que quiero “estar con él”, a su lado, pues ya no dudo de que él está conmigo en la vida sin descanso y para siempre. Quiero saber verlo y oírlo en todos los pasos de mi historia personal y en los pasos de las personas que me rodean, con las que comparto camino y comunidad, a los que he sido enviado.
Lo que tocaron y palparon nuestras manos
Qué alegría poder publicar estos balbuceos, casi anónimos y ocultos para el mundo, acercándome torpemente al texto de la primera carta de san Juan: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó; lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo.” (1,1-4)
Dejarnos hacer por la Palabra encarnada, aceptar que la señal es un niño envuelto en pañales como lo vieron los pastores, o que verdaderamente es hijo de Dios el que muere en la cruz, como confesó el centurión, para poder entender que el crucificado es el resucitado como lo testimonió una mujer que al principio lo confundió con el hortelano. Ahí está el misterio de nuestra fe, el que nos posibilita, en el vivir de cada día, anunciar su muerte, proclamar su resurrección y vivir en la espera de su gloria.
Si me preguntáis qué me ha movido en mi vida personal y sacerdotal a ir por este camino de Emaús y con esta conversación, compartida con otros en más de un cenáculo con el pan y el vino de la eucaristía como mesa común, podría señalar varios puntos de apoyo a los que agradezco esta mirada evangélica.
Raíces y savia de esta obra
En la raíz, la formación en el seminario, allí un sacerdote diocesano lleno de sentido común que nos acompañó como director espiritual, nos insistió mucho en que nuestros horizontes claros tenían que ser el Evangelio y el pueblo. Nuestra misión era servir el mejor pan y el mejor vino en las bodas de las vidas de nuestros pueblos. Para eso nos teníamos que insertar a fondo en medio de ellos, ser uno más del pueblo, comulgar con sus alegrías y sus tristezas de verdad, como propias, porque nosotros éramos de ellos y les pertenecíamos. El lenguaje del Evangelio tenía que ser claro en nuestro vivir y en nuestro hablar, en nuestro celebrar y en nuestro formar y acompañar.
En la metodología, se funden dos fuerzas coincidentes. Desde que recibí el ministerio siempre he participado en grupos de sacerdotes de mi diócesis, más allá de lo institucional, en grupos sacerdotales alrededor de la reflexión pastoral desde la perspectiva evangélica. En ese sentido siempre hemos buscado modos de trabajar con el Evangelio, compartiendo la palabra y e intentando iluminar nuestras vidas y tareas. A esa fuerza propia del presbiterio diocesano se ha ido uniendo a lo largo de muchos años el conocimiento y la cercanía del estudio del evangelio que propone la asociación de los sacerdotes del Padre, que fundó el padre Chevrier. El contacto con esta asociación a través de sesiones de ejercicios espirituales anuales, así como otros espacios de formación propios de ellos, me ha enriquecido para tener como hábito y actitud el deseo de leer en creyente la vida y tener el formato mental del cuaderno de vida.
El principio de realidad del cuaderno y de la lectura creyente, con base en la herramienta de la revisión de vida, lo he ido adquiriendo en el caminar con los movimientos de acción católica especializada. Casi toda mi vida ministerial ha estado cercana a los movimientos de acción católica, en especial como consiliario de la Juventud estudiante católica y de Profesionales cristianos, siempre en contextos parroquiales y diocesanos. Ahí el evangelio ha sido a pie de calle, trabajo, juventud, escuela, profesiones, realidades de pobreza.
Desde el Espíritu
En este tiempo pascual en el que ultimo estos detalles para la publicación, entregado en la fiesta de Pentecostés, día del apostolado seglar y los movimientos de la Acción católica, bendigo al Padre por haber revelado lo más importante de su amor a los pobres y sencillos, de haberlo hecho en plena calle y vida de lo humano, y de haberme dado a mí la gracia de poder verlo, sentirlo y contarlo. Me emociono por la fortuna de este conocimiento que no es comparable a nada. Ahora sólo quiero Señor, estar contigo y poder contar tus cosas a mi amigos y hermanos, en medio de la asamblea. Sólo así Señor, podré pagarte todo el bien que me has hecho.