Extraído de "Sinfonía divina, acordes encarnados" Edit. PPC
Adviento y políticos (IV Domingo)
Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" Ed. PPC
“…nadie las arrebatará de mi mano”
El nuevo papa y las manos de Dios (discurso)
En aquel tiempo dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el padre somos uno». (Juan 10,27-30)
Qué misterio de generosidad y de amor tan grande, nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nadie nos arrebatará de sus manos. Si tuviéramos fe como un granito de mostaza nos decía Jesús, cómo sería nuestra vida si estuviéramos convencidos mínimamente del amor que Dios no tiene a cada uno y supiéramos leerlo en el vivir de cada día.
En estos días en que la Iglesia ora y discierne para encontrar al pastor universal, que, en nombre de Cristo, apaciente al rebaño, nosotros pedimos que el elegido se ponga en las manos de Dios y sea sacramento de ellas para la humanidad. Que entienda su ministerio en la perspectiva salvífica de Jesús de Nazaret que fue encarnación viva y amorosa de las manos del Padre para todos los que se encontraron con él.
Pedimos al Espíritu que ilumine al nuevo pastor y lo enriquezca con la clave de la salvación en el pentagrama que nos posibilita la lectura de nuestra propia existencia. Que lleguemos a entender, junto a él, en este momento de la historia, que no hay nada en nuestra vida y en la de los demás que no sirva para el bien. No hay nada en lo que Dios no esté a nuestro lado y nos suelte de su mano. Deseamos que las manos de Dios lo cubran, lo protejan, lo animen y fortalezcan. Que el nuevo papa ponga sus manos en las manos de Dios y colabore con él.
Las manos de Dios se manifiestan creadoras, nos hacen y configuran como las del alfarero. Cada día las sentimos al despertar y agradecer la luz que nos permite vivir y respirar, sin ellas no somos nada y cada amanecer somos acariciados con la ternura de lo nuevo.
Las manos de Dios nos visten y revisten de dignidad y nos hacen capaces de lo bueno y lo grande desde la mayor pequeñez. Estamos revestidos de comunión en lo social y lo fraterno, somos todos huesos de nuestros huesos y carne de nuestra carne. La mano de Dios está en el nosotros y se revela en cada abrazo de acogida y bondad entre los hombres.
Las manos de Dios curan y sanan, consuelan y acompañan. La realidad se viste de cuidados llenos de verdad y de vida, sería imposible la vida sin la salud de lo bueno, sin la bondad del creador que se manifiesta como padre. Descubrir este poder diario en la humanidad es ejercicio de creyentes tocados por la gracia y la misericordia. Dichosos aquellos que saben contar y cantar la historia desde la ternura y la curación.
Las manos de Dios acompañan y guían en el mayor silencio y con la mayor energía. El discernimiento personal y comunitario, la capacidad de decidir, proyectar, compartir, avanzar, construir o destruir no dejan de ser espacios de esa mano de lo divino que confía y empuja a lo mejor.
Los manos de Dios se hacen carne y se dan como pan y vino en la historia de ese hermano eterno y definitivo que ha hecho una alianza eterna y definitiva con toda la humanidad, principio y fin de la creación, que no deja que nada se pierda, sino que todo se salve y llegue al conocimiento de la verdad del amor definitivo de Dios. Manos crucificadas, que resucitan y nos abrazan en la esperanza de una tierra y unos cielos nuevos, cubierto por la luz del amor en la eternidad de lo divino.
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