Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) Se rompió la noche con su Luz ... el pregón pascual de un joven

Se rompió la noche con su Luz ... el pregón pascual de un joven
Se rompió la noche con su Luz ... el pregón pascual de un joven Jose Moreno Losada

Se rompe la noche y su oscuridad, se abre la luz inmensa que llena de alegría y de esperanza a toda la humanidad y todo el universo creado. La humanidad que estaba herida de muerte, abandonada al borde del camino, siente una fuerza interior que le seduce para la bondad y la fraternidad. Vivientes del éxodo de la muerte a la vida.  Bañados en las aguas de lo divino, nos sentimos curados del egoísmo y nos abrazamos a un nosotros universal que no tiene más frontera ni límite que el amor que es eterno y total.

Todos invitados a romper silencios injustos, abrir puertas cerradas por el miedo, encender todas las lámparas y ponerlas en lo alto de la casa común para que alumbre a todos los que se sienten ciegos y tristes por la pobreza y la exclusión.

Esta noche sólo toca cantar y gritar el aleluya de la esperanza y de la alegría. La tarea se hace bella, la Palabra nos preside, ha resucitado el crucificado y caminamos unidos hacia un nosotros cada vez más grande en armonía con toda la creación, hasta que todos seamos en Cristo glorioso con toda la creación vestida de fiesta y de majestad, sin luto ni llanto, sin dolor ni violencia. Hoy estamos invitados, bañados en la luz del resucitado, a comer el pan glorioso que proclama la vida que ha vencido a la muerte que se había sido anunciada en el amor.

Evangelio: Marcos 16, 1-7

El joven que gritó aleluya

Siempre me ha atraído la figura del discípulo joven y amado como era Juan. La pregunta de su vivencia del encuentro con el amigo del corazón tras su muerte. Hoy traigo una posible respuesta a esa pregunta. Es de un joven, Álvaro, que lo proclamó en la vigilia pascual del encuentro de la JEC – Juventud Estudiante Católica- en la pascua, en Palencia.

Resurrection

Nosotros, que enseguida nos dormimos,

cuántas veces hemos buscado a tientas

en mitad de la noche

una luz vacilante

que nos mantuviera en vela.

Nosotros, que nunca hemos creído,

cuántas veces nos hemos sorprendido prendiendo una vela

a la que confiar, en lo oculto, lo secreto

un perdón, una súplica, un íntimo deseo.

Nosotros, que con facilidad nos rendimos,

cuántas veces (tú lo sabes bien) hemos gastado nuestra alegría

en el tiempo de los intentos.

Cuántas veces, nosotros, que nos cuesta entregarnos,

nos hemos dejado la vida

en cosas y causas imposibles

apostando a todo riesgo.

Pareciera que nuestra oscuridad es siempre la misma.

Pareciera que siempre perdemos la guerra

en la misma batalla frente al enemigo.

Pareciera que nuestro tren

siempre se detiene, abruptamente, en el mismo punto

sin llegar nunca a la estación de destino.

Somos lo que nos falta,

somos lo que anhelamos,

somos lo que perdimos.

Somos las luces que se apagaron

tímidamente

después de indicarnos el camino.

Pero esta luz que hoy sostenemos

inaugura un tiempo nuevo.

Es el candil que alguien enciende

a los pies de nuestras derrotas,

el calor primero

de las manos que se acercan, incrédulas

a todos los costados abiertos.

Es esta noche,

en la que nuestros pies se han gastado caminando

por tierra pedregosa

tras una intuición remota,

en la que saludamos

la llama que no se apaga,

la brújula

que guio

nuestra travesía por el desierto

y hoy nos congrega en torno a esta mesa

sin banderas ni fueros.

Nosotras, que, abatidas por el desánimo,

hemos madrugado ante tantos sepulcros abiertos

para enjugar los llantos,

para perfumar los duelos.

Nosotros,

que declaramos el naufragio

con una mano firme en el timón

y un anhelo de horizonte en el pecho.

Hoy el resucitado

con su presencia tímida e imparable

sigue allanando senderos.

Hoy este faro

nos ha traído a buen puerto.

El sonido de mil lenguas nos reclama.

La música de un mar de Galilea

-el mundo-

con sed de corazones abiertos.

Álvaro Mota Medina -Badajoz-

Su blog: http://devivenciasycadencias.blogspot.com/

Evangelio Marcós  16,1-8

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron

aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana,

al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

—«¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?»

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.

Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco.

Y se asustaron. Él les dijo:

—«No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha

resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.

Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a

Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.»

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

El grito no tiene doblez, la negación y la afirmación son rotundas y claras: “no está aquí, ha resucitado”. El mundo aparentemente sigue igual, parece que no ha pasado nada relevante. La resurrección se gesta también en la sencillez de lo diario y en lo extraordinario de lo ordinario. Las mismas claves de la encarnación, las que estuvieron en su vida y en su pasión, siguen en el acontecimiento último de su resurrección gloriosa.

El grano de trigo, la levadura en la masa, la semilla de la mostaza, la moneda perdida y encontrada, la oveja sobre los hombros, el sembrador, la limosna pequeña de la viuda, los lirios del campo…ahí está la fuerza del viviente del hombre nuevo resucitado, no llega a la fuerza ni obligando, aunque tiene todo el poder, no impone ni quiebra ni rompe, aunque le ha sido dada toda autoridad; continua en medio de nosotros, en la casa, la familia, el pueblo, los caminos, lagos, cunetas de la vida.

Las cuentas están claras, en la sencillez y la humildad extrema, la tumba no puede retener ni acabar con el amor de Dios que se ha manifestado en Jesús de Nazaret. Ya nada podrá separarnos de ese amor, ni la misma muerte que ha sido vencida y ultimada en una vida que nunca acaba porque está llena de plenitud, vida gloriosa y eterna.

No nos llamemos a engaños, se trata del crucificado, Él es el resucitado. Las señales de la resurrección no son distintas de las de la pasión, sino las mismas: los clavos y la lanzada. No hay otro modo de encontrarlo y verificarlo que metiendo los dedos en la señal de sus clavos y la mano en su costado traspasado. Sólo que ahora quien lo ve y lo toca, siente la fuerza que este crucificado resucitado tiene para liberar y curar, para sanar y levantar, para dar vida y vencer la muerte. Sus cicatrices son curativas y sanan a los que lo miran y lo descubren en lo diario de la historia. Se ha operado el milagro de lo último y definitivo, el condenado y el herido, por exceso de amor divino en lo humano, es el que salva y sana definitivamente.

El Tabor se ha impuesto sobre el Calvario y ahora ya puede contarse y gritarse en las señales de gloria y resurrección que se desparraman por toda la historia, todos los lugares, toda la humanidad, desde lo pequeño y lo diario. Sí, el milagro se trata de “personas pequeñas, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas” que transforman el mundo y gritan la esperanza frente a toda desesperanza, a golpe del Espíritu del Resucitado que no tiene vuelta atrás.

Con la tumba vacía y el Cristo glorioso hemos entrado en la gloria de la cruz. El evangelio, que nos presenta la pasión como el camino de la resurrección, nos anuncia que la vida estará llena de destellos de esa gloria esperada, que es necesario detenerse para contemplarlos y para dejarse habitar por su gozo, su quietud, su paz, su gusto. Estamos llamados a comer los destellos de gloria, los trozos de pan resucitado que el Padre nos da para que no decaigamos y nos sirvan en los momentos de desmayo en la vida. Esos destellos no están el relámpago ni en el terremoto, posiblemente estén en las cosas de cada día, en las personas que nos rodean y sobre todo en nosotros mismos y en nuestro interior.

Lo cristianos vivimos porque comulgamos el pan de la gloria, el cuerpo de Cristo resucitado y glorioso, lo veneramos y adoramos en la Eucaristía donde se nos hace realmente presente en el pan, pero lo vislumbramos y lo tocamos en el quehacer de la historia donde su Espíritu de resurrección está actuando permanentemente mucho más allá de nosotros mismos y de todos nuestros controles. La tarea está clara, cada día podemos entrar en los clavos   sanados y sanantes de Cristo en la humanidad, en su lanzada resucitadora y vivificante para los ahogados y excluidos de la historia y de la vida, para los crucificados de hoy.

Por eso ya no podemos buscar entre los muertos al que vive, ni la luz en la oscuridad, ni la salvación desde la condena. Se han roto todos los parámetros que velaban el templo y la ley, ahora están desbordados por la gracia y sólo existen medidas de perdón y de misericordia, para todos y especialmente para los que sufren. Con El crucificado resucitado ha llegado el momento del Encuentro, del Espíritu, de la Comunidad.

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