"De qué te sirve ganar el mundo si pierdes la vida" Del sentido cristiano de la política: civil y eclesiástica

Del sentido cristiano de la política: civil y eclesiástica
Del sentido cristiano de la política: civil y eclesiástica Jose Moreno Losada

En estos momentos de elecciones municipales y autonómicas hay candidatos que se manifiestan religiosos y no lo ocultan a la hora de presentarse. Pensar en las claves del servicio de lo común y lo público desde el evangelio es un horizonte que ha de marcar el proceso de los que asumen responsabilidades en la política sea civil o eclesial. Las comunidades cristianas deben reflexionar sobre el verdadero sentido de la política y desde ahí acompañar a los miembros que aceptan el reto de compromerterse con la caridad política en estos espacios de gobierno y representación.

El sentido cristiano de la política

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Estos recibirán una sentencia más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir». (Mc, 12,38-44)

Más que nadie

¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos? El libro del Deuteronomio da cuenta del interrogante que Moisés lanza a su pueblo sobre el modo de ser su Dios frente a los demás dioses. Los demás dan de lo que les sobra, pero su Dios vive con ellos, se hace de ellos, camina con ellos… La cercanía se muestra en la comunión de vida y define la grandeza de su Señor.

Toda la historia de la salvación funciona con el mismo esquema, siempre es Dios el que promete y según va cumpliendo lo prometido, avanza y profundiza en lo que ofrece. De su donación de tierra, pueblo, libertad, bienes, va pasando a prometerse él mismo. Hablará de ser padre para el pueblo y de tratarlo como un hijo, de hacerse de ellos y tratarlos con entrañas de maternidad. La salvación va caminando por la vida de la donación, del don y la gratuidad.

Todo lo que tenía para vivir

Pasar de prometer a comprometerse, a ser el objeto de la promesa es oficio divino. La clave de la donación es el presupuesto y la condición de la salvación y de la plenitud en el Dios de Jesús de Nazaret. El maestro tiene una sensibilidad especial para detectar y celebrar los signos de la gratuidad que se dan a su alrededor: mirad los lirios, los pájaros, la semilla, la pesca, el perdón del padre, el pan de los hijos, la limosna de la vida en el caso de esta mujer sencilla y pobre. Ese sentir no es impostado ni estratégico, le viene de su contemplación de la acción del Padre en el caminar de la historia.

El Dios de Israel no se ha buscado a sí mismo en su relación con la humanidad y su pueblo, sino que ha salido de sí para darse. La creación, la constitución del pueblo de la alianza, el camino por el desierto, la tierra prometida, la voz de los profetas, todo ha salido de un corazón que se identifica en la donación y en el ser para. Según ha ido actuando, creando y liberando, se ha ido religando amorosamente con la realidad y se ha ido ofreciendo para darle vida y cuidarla en la mayor libertad y gratuidad. Nunca nada forzado, ni guardando ases en la manga. Dispuesto a dejarse ganar y vencer, a perder para dar la vida plena.

El Padre y él son una sola cosa. Como el Padre le ha amado así nos ama él y nos invita a la perfección de su padre en la misericordia de aquél que se da sin reservas en total libertad. Jesús nos ha revelado humanamente la clave total de la gracia en la gratuidad de su vida. Su limosna está en su pequeñez, en su pobreza: la señal envuelta en pañales, la vida oculta, el camino a pie descalzo, sin tener donde reclinar la cabeza, ha realizado el oficio propio del Reino que hace ver a los ciegos, andar a los cojos, que anuncia la alegría de la buena nueva a los pobres. Pero lo hace con todo lo que él tiene para vivir, con su existencia humilde y callada, sin poder, solo con la autoridad que le da el espíritu de Dios que le ayuda a ser auténtico. El corazón del mesías late al unísono con aquella pobre mujer, porque se ve identificado con ella.

No hay duda, como dice San Pablo, que Cristo siendo rico se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Existe un modo de ser pobre que genera libertad y plenitud, que da la bienaventuranza. Son pocos los que entran por esta puerta y tienen este conocimiento, están entre los más sencillos. Pedir esta sabiduría de la gracia del don ha de ser oración constante junto a la petición del pan nuestro de cada día.  Los que se han encontrado con Cristo lo sienten y van introduciéndose en su lógica, porque hay más alegría en dar que en recibir.

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