Es tiempo de dejarse abrumar por las preguntas que no soportan respuestas fáciles Michael Moore: "¿Qué tiene de 'santo' este sábado?"

Michael Moore: "¿Qué tiene de 'santo' este sábado?"
Michael Moore: "¿Qué tiene de 'santo' este sábado?"

El llamado “sábado santo” es un día sin tiempo y de espacio vacío, como un flotar entre el ser y no ser: ya no hay crucificado (y tampoco resucitado)

¿Es la muerte el último acto de este drama que es la vida? ¿tiene ella la última palabra sobre nuestra historia de aciertos y desaciertos? ¿vale la pena amar, sin reservas y hasta el fondo, si todo va a parar a una fosa? ¿qué queda detrás de la lápida? ¿qué queda después para los vivos? ¿volveremos a abrazarnos? ¿tendremos una oportunidad última para decir aquello que nunca pudimos decir?

El viernes, a la par del crucificado, se nos otorgó el derecho a gritar desde nuestras cruces. Y hoy, sábado, reivindico el derecho a callar, a dudar y a suspirar; a romper el silencio sólo para preguntar.

“Se trata de la vida. Se trata de la muerte”… escribía ayer (https://www.religiondigital.org/creer_pensando-_el_blog_de_michael_moore/Michael-Moore-semana-santa-trata_7_2328437134.html)  intentando subrayar la importancia que tienen estos días para releer los nuestros a contraluz de los de Jesús. Los ritos, los mitos y los credos repetidos en las liturgias de semana santa sólo se vuelven significativos y significantes si nos mueven a replantearnos, de un modo especial en estos paréntesis de sosiego, el sentido de nuestro ser creyentes. El sentido de todo. Y también de la nada. Porque el llamado “sábado santo” es un día sin tiempo y de espacio vacío, como un flotar entre el ser y no ser: ya no hay crucificado (y tampoco resucitado). Lo que era, ya no es.

Todos hemos sufrido la experiencia límite de enterrar a algún ser querido y su doloroso ritual: depositarlo en algún hueco frío y negro del suelo, echar un puñado de tierra húmeda, balbucear –quizá– alguna oración, enjugar los ojos de una lágrima disimulada, abrazar al más vulnerado, darnos la media vuelta y abandonar, a paso lento, el silencioso cementerio. Y volver a nuestro hogar, ahora un poco más vacío de calor y más lleno de preguntas.

Preguntas. Muchas preguntas. Preguntas necesarias, verdaderas, insidiosas ¿Es la muerte el último acto de este drama que es la vida? ¿tiene ella la última palabra sobre nuestra historia de aciertos y desaciertos? ¿vale la pena amar, sin reservas y hasta el fondo, si todo va a parar a una fosa? ¿qué queda detrás de la lápida? ¿qué queda después para los vivos? ¿volveremos a abrazarnos? ¿tendremos una oportunidad última para decir aquello que nunca pudimos decir? Preguntas abiertas, preguntas como dagas invisibles.

Es sábado. Es tiempo de respetar la angustia (propia y ajena); de dejarse abrumar por esas preguntas que rechazan las respuestas fáciles (a las cuales nos tienen insoportablemente acostumbrados las religiones). Tiempo de dejarse zamarrear por las vicisitudes de la vida y las contradicciones de nuestra(s) historia(s). Tiempo de no tener respuestas, de temblar con la duda y el desconcierto. Tiempo de rebelarnos desconsoladamente contra todas las injusticias porque “Un manotazo duro, un golpe helado / un hachazo invisible y homicida /un empujón brutal te ha derribado”. Tiempo de masticar bronca. E imaginar, tal vez, que en aquella cruz se resumen y reasumen todas las cruces absurdas de esta historia.

¡Qué paradoja! Ahora mismo, mientras escribo estas líneas (una vez más a las apuradas y una vez más como protesta contra la banalización de la vida y la muerte), me llegan mensajes deseándome “felices pascuas”, contándome que “la losa ha sido corrida”, que “él ya no está allí, que ha resucitado”… Y no querría haberlos leído, porque no es verdad, porque todavía es sábado hoy. Ni viernes ni domingo, ni blanco ni negro: es sábado; es gris. Lo que hay es una enorme piedra que cubre lo que fue. Y no sabemos lo que será. No vemos; no podemos adivinar si hay algo detrás. Pido se me respete el derecho a estar frente a todas las tumbas con todas mis preguntas y todas mis rebeliones. No quiero escuchar predicadores superficiales que no respetan el derecho a estar vivo y el derecho a estar muerto. Hoy prefiero escuchar a los poetas, y por eso grito ante mis muertos y mis muertes con Miguel Hernández en su “Elegía”: “Quiero escarbar la tierra con los dientes /quiero apartar la tierra parte a parte / a dentelladas secas y calientes. / Quiero mirar la tierra hasta encontrarte / Y besarte la noble calavera /Y desamordazarte y regresarte”. Pero ¿será que se puede regresar de la muerte?

 Hoy no me hablen de resurrecciones. El viernes, a la par del crucificado, se nos otorgó el derecho a gritar desde nuestras cruces. Y hoy, sábado, reivindico el derecho a callar, a dudar y a suspirar; a romper el silencio sólo para preguntar. Pero no quiero respuestas rápidas ni fáciles: “En mis manos levanto una tormenta / de piedras, rayos y hachas estridentes / sedienta de catástrofes y hambrienta”. Y, al menos por hoy, aunque sólo ser por hoy, me concedo el rencor: “No perdono a la muerte enamorada / No perdono a la vida desatenta / No perdono a la tierra ni a la nada”.

Es sábado … y no sé qué tiene de “santo”. A menos que le reconozcamos la santidad que tiene la vida toda en su conjunto y que incluye esperanzas y desesperanzas, fiesta y desencuentro, preguntas y puntos suspensivos. Hoy es sábado y “Ando sobre rastrojos de difuntos / y sin calor de nadie y sin consuelo / voy de mi corazón a mis asuntos”. Dejadme deambular.

Soy un hombre creyente. Tengo fe. Y por eso, tengo dudas y preguntas... muchas (certezas, algunas). Pero hoy es sábado. Ya no se trata de la vida ni se trata de la muerte. No hay un vivo al que abrazar, no hay un muerto al que llorar. Una tumba. Y esperar. Si no entendemos el sábado en toda su hondura y dramaticidad, no creo que podamos captar el significado de lo que se proclama el domingo.

Perdón por haber interrumpido el silencio de sus sábados.

Si quieres, mientras tanto, “retírate conmigo hasta que veas / con nuestro llanto dar las piedras grama…”. Quizás, sobre la piedra de la losa, renazca algún verdor. Pero, todavía, hoy es sábado.

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