Insatisfacción permanente

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La verdadera miseria no es tener poco, sino necesitar más, más y más. Lo dijo Séneca hace muchos siglos y está más de actualidad que nunca.

 Nuestra vida cotidiana está envuelta en multitud de cosas que eran impensables hasta hace solo unos pocos años. De hecho aún lo son para millones de personas, pero las hemos integrado de tal modo en nuestra vida que nos parece imposible vivir sin ellas.

 El énfasis exagerado que se ha puesto en expectativas desmesuradas forma parte de la cultura dominante. Y el resultado no es más felicidad sino una insatisfacción permanente.

 Me refiero a la obsesión por crecer, por tener más y más sin plantearnos cómo y para qué. Sin tener en cuenta los costes colaterales que conlleva o los impactos negativos que puede tener.

 Ese altísimo nivel de exigencia lo hemos trasmitido a nuestros hijos. Y el resultado es que los hemos educado con muy poca tolerancia a la frustración.

 El mencionado Séneca sostenía que aumentar nuestras demandas y expectativas cuando tenemos más éxito da lugar a una insatisfacción vital permanente. Porque de ese modo, consigas lo que consigas, siempre te sentirás pobre e infeliz.

 Sin necesidad de renunciar al progreso, aquello a lo que debemos aspirar es a sentirnos satisfechos con lo que tenemos y a valorar lo que vale de verdad y que no tienen por qué ser cosas materiales.

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