Lágrimas compartidas

Hay ocasiones en las que no hay palabras para describir lo que sentimos. Pero el corazón sí sabe expresarlo. Porque algo extraordinario ocurre en nuestro corazón cuando lloramos.

 Cuesta entenderlo y, más aún aceptarlo, pero las lágrimas han acompañado, muchas veces, a quienes han tenido una vida espiritual intensa.

 Job angustiado por las enfermedades, la pérdida de sus posesiones, el repudio de su mujer e incluso la muerte de sus hijos lloró amargamente delante de Jehová.

 José no pudo contener las lágrimas cuando volvió a encontrarse con sus hermanos.

 Elías huyó al desierto, tan angustiado que deseó la muerte.

 David cuenta en los salmos que las lágrimas fueron su pan de día y de noche y que lloró hasta quedarse sin fuerzas cuando se encontró con la ciudad destrozada.

 El mismo Jesús lloró en varias ocasiones. Y de Pablo se dice que sirvió al Señor con humildad y con muchas lágrimas y pruebas.

 El origen de las lágrimas es muy variado. Emoción, frustración, rabia, impotencia, dolor…Pero las lágrimas también surgen cuando se es sensible a las cosas del Espíritu y se tiene una vida espiritual intensa.

 Al amigo que he visto llorar; a tantas personas que han sido tocadas de cerca por la pandemia les recuerdo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.

 A todas esa personas que lloran, con razón, les pido que me dejen acercarme a lo mas hondo de su corazón para sentir, recordar, agradecer, llorar y suplicar con ellos. Convencido de que, desde ese lugar, se entienden mejor las cosas que desde la cabeza.

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