Muros contra los emigrantes

Hay políticos que reclaman nuevos muros, aislamiento y deportaciones. Y hay gente que cree que esa es la solución a aplicar al problema de los emigrantes.

 África o América Latina son continentes ricos en recursos, pero muchos de sus habitantes no pueden consumir los productos que trabajan. Son continentes llenos de hambre, porque los recursos están muy mal repartidos y gestionados, y al hambre no se le pueden poner fronteras.

 Una mirada al mundo nos permite predecir que las condiciones que llevan a la gente a huir de su tierra natal van a persistir. Porque muchos de los miembros de la Unión Europea (UE) tienen los mejores sistemas de bienestar social del mundo. Eso ejerce un gran poder de atracción sobre personas de países sacudidos por la guerra, la tiranía, la pobreza y la desigualdad.

 Lo triste es que esas gentes sufren grandes penalidades para salir de sus países de origen, con la esperanza de llegar al mundo de los ricos, y lo que se encuentran es desprecio y miseria.

 Las mafias que trafican con seres humanos se aprovechan de ello. Y la UE, incapaz de ponerse de acuerdo ni en temas económicos, ni en asuntos migratorios, ni en cuestiones de política exterior reacciona tarde, mal o nunca.

 Éticamente es reprobable. Europa no quiere recordar que siglos de su historia están plagados de guerras y pobreza; que millones de europeos se vieron obligados a emigrar; que hace 70 años 50 millones de europeos se exiliaron voluntaria o forzosamente. La parálisis con la que la UE afronta esta situación pone al descubierto sus vergüenzas, incapaz de gestionar los desafíos planteados por la migración.

 La solución eficaz está en actuar en sus lugares de origen para que allí puedan tener una vida digna. Pero mientras eso no ocurra habrá que acogerlos y ayudarles a salir adelante.

 Esa solución no llegará mientras persista la estrechez de miras de unos políticos que anteponen el egoísmo nacional y los intereses electoralistas al compromiso solidario. En conciencia deberemos reclamárselo.

 Si apelar a la conciencia de nuestros políticos no les remueve hay, también, un argumento de conveniencia. Esos políticos son tan miopes que no son capaces de aceptar que ante una población europea envejecida (en la que los pensionistas representan una carga cada vez mayor para la población activa) el actual nivel de prestaciones sociales es insostenible. Y que la solución pasa por considerar a los inmigrantes no como una amenaza sino como una oportunidad.

 Es lamentable que los políticos actuales tengan esa cortedad de miras. Pero no podemos dejar de reivindicar una visión más amplia y solidaria, como la que otros políticos ejercieron al término de la segunda guerra mundial.

 En este nuestro mundo atormentado y herido deberíamos unir nuestras voces a la misma generosidad concreta que siguió al segundo conflicto mundial. Actualizando la idea de una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo integrador.

 Los muros y las medidas represoras condenan a una pobreza cruel y que más que aportar grandeza, riqueza y belleza provocan bajeza, pobreza y fealdad. Y más que dar nobleza de espíritu, aportan mezquindad.

 La solución humanista pasa por promover una integración que encuentre en la solidaridad el modo de hacer las cosas y el modo de construir la historia. Una solidaridad que nunca puede ser confundida con la limosna, sino como generación de oportunidades para que todas las personas puedan desarrollar su vida con dignidad.

Volver arriba