Eran prisioneros pero se habían traído el infinito a la prisión

Una novela de Emilio Cecchi tiene como protagonistas a unos peces. Se mueven en una pecera de cristal con un gran impulso. Y mueven su cuerpo como si estuviesen libres en un gran espacio. Estando prisioneros se sienten como si llevaran consigo la amplitud del mar.


Al igual que esos peces una persona puede tener sus capacidades muy limitadas. Puede tener profundas discapacidades que condicionan su libertad de movimientos.

En esas circunstancias unas personas se abandonan a un “malvivir” o un “sobrevivir”. Y otras se sienten libres y vuelan con su pensamiento hacia otros horizontes.

Hay personas que afrontan las adversidades como parte de la vida. El dolor se ha convertido, para ellos, en su gran maestro, cuando han tenido dificultades que sortear. Dicen que ahí es donde más han aprendido; que no es lo mismo un regalo que una conquista que se ha ganado con entrega y esfuerzo; y que la felicidad tiene mucho que ver con la superación de una dificultad.

Hay personas para las que su discapacidad no es una atroz resignación ni una pesadilla a la que plegarse, sino una búsqueda activa y un ansia de vida y de libertad.

Digo todo lo anterior desde la lección aprendida de una persona que ha aceptado las circunstancias de su vida sin rencor, ni victimismo, ni rendiciones. Aceptándose, y aceptando a a los que le rodean, se ha hecho un gran artista de la palabra y del espíritu humano. Y con su lema “siempre adelante” forja la felicidad día a día. Consciente de que la felicidad no está en la meta sino en el camino.

Esa persona de la que hablo (Alberto Gil) es ciega y va dejando huellas de luz allí por donde pasa. Explica mucho mejor que yo lo que es el ansia de libertad y de felicidad:

Cuando se mira con el corazón, la ceguera se minimiza y ayuda a perseguir los sueños. El mundo, aunque sea visto a oscuras, tiene mucho por lo que atreverse a superar retos, a creer en que la vida es un regalo precioso que no debemos desaprovechar. Es cierto, cada día hay barreras y exclusiones con las que uno se tropieza pero, más allá del deseo utópico de que ojalá se suprimieran, qué orgullo poder decir que, aunque sólo sea alguna de ellas, has sido capaz de franquearlas. ¡Es algo tan hermoso…!

El padre de Alberto, que esta semana ha vuelto con el Padre, estoy seguro de que se ha ido con el orgullo y la convicción de que su hijo seguirá adelante.

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