¿Qué pasará con Humanae Vitae?

El próximo Sínodo sobre la familia (octubre de 2014) probablemente tendrá que pronunciarse sobre los métodos artificiales de control de natalidad. La encíclica Humanae vitae (1968) de Pablo VI solo admitió la legitimidad de los métodos naturales. Han pasado muchos años y la inmensa mayoría de los católicos no ha “recibido” esta enseñanza magisterial. El sensus fidelium –la compresión de la fe de los fieles y de las consecuencias para sus vidas- parece desconocer lo que la Iglesia jerárquica le pide observar en materia de procreación. Si una enseñanza como esta no es aceptada a lo largo de los años conviene que las autoridades de la Iglesia, representantes de la fe de los católicos, se replanteen el tema.

¿Qué puede salir del Sínodo? ¿Es posible imaginar algunos modos de abreviar la distancia entre la enseñanza oficial y la práctica creyente de los fieles? Entreveo tres posibilidades.


La primera -insinuada en el documento preparatorio al Sínodo (Instrumentum laboris)-, atribuye la responsabilidad de la no observancia de la doctrina a la ignorancia del Pueblo de Dios. La solución consistiría en educar a los católicos, en explicarles de un mejor modo, de un modo más pedagógico, qué es lo que la encíclica pretende. En la atención pastoral de las personas, por otra parte, se podría insistir en recomendar a los sacerdotes mayor misericordia.

La segunda consiste en innovar en la doctrina en un punto: aceptar el uso de medios artificiales de control de la natalidad, lo cual no obsta a acoger de la encíclica su propuesta antropológica de gran alcance. La Iglesia a lo largo de su historia ha hecho cambios y progresos en asuntos de doctrina moral: aceptó la esclavitud, que hoy rechaza; aceptó el préstamo a interés, que por largo tiempo condenó; consideró la condición homosexual como una perversión, hoy no; negó sepultura cristiana a los suicidas. Pío XII (1951) acogió el control de la natalidad una vez descubierto el período de fertilidad de la mujer.

La tercera estriba en dar más importancia a la libertad de conciencia de las personas. La enseñanza eclesial entrega a las personas el juicio sobre los mejores medios para ejercer responsablemente su sexualidad atendidas las circunstancias y los compromisos concretos con sus prójimos. Este aspecto central de la moral católica tradicional, sin embargo, lamentablemente no ha sido suficientemente explicado a los cristianos de parte de sus pastores y sacerdotes. Un replanteo del tema bien podría ampliar y perfeccionar los criterios de interpretación de la doctrina oficial de modo que las personas encuentren en ella una verdadera orientación para sus vidas.

Dudo que el Sínodo declare inmoral al Pueblo de Dios por usar métodos artificiales de contracepción. Sería un despropósito pastoral de marca mayor descartar la eventual rectitud de juicios prácticos de conciencia.

Muchos sacerdotes y laicos esperamos que el Sínodo ofrezca al Papa ideas nuevas que permitan superar el cisma blanco de los muchos católicos que se han descolgado de la enseñanza moral sexual oficial y frenar el cisma rojo de quienes dejaron la Iglesia para siempre. Esperamos, en cambio, que vuelva a practicarse la creatividad doctrinal-pastoral que tuvo el Concilio Vaticano II.
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