Reflexiones en viernes santo de la mano de René Girard y Richard Rohr Adicción a los chivos expiatorios

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Vemos a Jesús, el inocente, condenado a la muerte en cruz.

Qué fácil es acusar a otro, y cómo nos hace sentir bien, cuando hallamos motivo para culpar a los demás nos sentimos mejores que ellos, nos da una sensación de superioridad, nos produce alivio. Nos gustan los chivos expiatorios, señalarlos y culparlos nos da una sensación de control, de orden.

En Israel había una práctica religiosa que Jesús detestaba y era precisamente la de los chivos expiatorios; en la fiesta de la expiación, cuando la gente pedía a Dios perdón y quería deshacerse de sus culpas, escogían un chivo y lo traían al templo; el sacerdote ponía las manos sobre el animal y lo cargaba con los pecados de todos; cuando la ceremonia concluía, el sacerdote soltaba el chivo, y  la multitud, a punto de maltratos, de golpes y de insultos, lo empujaba al desierto y lo dejaba por allá, abandonado a su suerte, muriéndose de hambre y sed.

Jesús detestaba esta práctica de los chivos expiatorios que echaba culpas a los otros, que los excluía y hasta los asesinaba.

La adicción a buscar chivos expiatorios para encontrar alivio a las propias faltas, es origen de violencia; porque nos echamos la culpa los unos a los otros nos excluimos, nos tratamos mal, nos matamos. La guerra que vivimos en nuestra patria tiene que ver mucho con esta adicción; siempre estamos buscando los culpables, los que merecen castigo, los que tienen que ser excluidos...

Vemos a Jesús, el inocente, condenado a la muerte en cruz; el mismo Poncio Pilatos que lo juzgaba no veía en él delito alguno y hasta buscó la forma de soltarlo, y no pudo, la multitud violenta gritaba y pedía la crucifixión, “crucifícale”, “crucifícale”; cuando el gobernador les deja a Jesús para que hagan lo que quieran con él, la multitud se alboroza, los sacerdotes se relamen de satisfacción, la autoridades se deleitan morbosamente.    Qué fácil es acusar a otro, y cómo nos hace sentir bien, cuando hallamos motivo para culpar a los demás nos sentimos mejores que ellos, nos da una sensación de superioridad, nos produce alivio.

Nos gustan los chivos expiatorios, señalarlos y culparlos nos da una sensación de control, de orden.  En Israel había una práctica religiosa que Jesús detestaba y era precisamente la de los chivos expiatorios; en la fiesta de la expiación, cuando la gente pedía a Dios perdón y quería deshacerse de sus culpas, escogían un chivo y lo traían al templo; el sacerdote ponía las manos sobre el animal y lo cargaba con los pecados de todos; cuando la ceremonia concluía, el sacerdote soltaba el chivo, y  la multitud, a punto de maltratos, de golpes y de insultos, lo empujaba al desierto y lo dejaba por allá, abandonado a su suerte, muriéndose de hambre y sed.  Y entonces volvían al templo y a sus casas y se sentían aliviados, ya sin culpas, libres de sus males y sentían a Dios muy a gusto con ellos… pero era un puro efecto del ritual macabro, una ilusión, al poco tiempo, después de unos días, se sentían otra vez avergonzados, bajo el peso de sus errores… y era entonces que sentían la necesidad de encontrar otro chivo y aliviar su dolor, eran adictos a buscar chivos expiatorios.

Pero esto no sucedía sólo en el ritual religioso con un chivo, pasaba también en la vida diaria, con las personas; para librarse de las propias maldades, había que buscar a otro para acusarlo y hacerlo culpable. Ya al principio, después de fallar y caer, Adán le echó la culpa a Eva y los dos juntos le echaron la culpa a la serpiente y la serpiente, desde esa vez, la siguió  echando a todo el que puede, quiere que vivamos en la vergüenza; la gente se acostumbró a disimular sus culpas castigando a los más vulnerables; a la mujer la hacían sentir de segunda clase y causa de pecado, a los leprosos y enfermos les achacaban impureza y los excluían de la sociedad; a los extranjeros y los que venían de fuera los consideraban impíos y su mera sombra contagiaba el pecado; a los pobres se les despreciaba y explicaban que su miseria era señal de que algo malo habían hecho… Así, la adicción a crear chivos expiatorios iba ligada a la exclusión, al estigma, al desprecio; los pecadores públicos, a los que se les notaba el pecado, eran excomulgados y nadie los podía tratar… y la gente haciendo todo esto se sentía muy religiosa. 

Jesús detestaba esta práctica de los chivos expiatorios que echaba culpas a los otros, que los excluía y hasta los asesinaba.  Recordemos, para mencionar sólo un hecho, la escena de la mujer sorprendida en adulterio; los hombres que la arrastraban y la tiraban a los pies de Jesús, estaban ellos mismos llenos de lujuria, y se alegraban de poder culpar a la mujer y ver fuera de ellos la culpa que tenían dentro; la querían matar a piedra para sentirse menos avergonzados; así podían, por un momento sentirse libres de culpa, sentirse mejores que esa pecadora que ponían en escarnio público.  Jesús no se deja envolver en la red de acusaciones, no se engrana en el mecanismo de echarle la culpa a otros; con mucho tacto hace saber a los hombres acusadores que si condenaban el pecado en la mujer era porque lo tenían por dentro, que odiaban a la mujer porque se odiaban a sí mismos, que para los sucios todo es sucio.   Y Jesús mira a la mujer, y él porque es que limpio, la ve limpia a pesar de sus pecados y no la condena, la deja ir en paz.

Sí, Jesús detestaba la práctica de los chivos expiatorios, de echarle la culpa a otros y excluir y hasta matar. Él no quiso dividir los seres humanos entre puros e impuros, entre dignos e indignos, entre buenos y malos, entre justos y pecadores. Él incluía a todos y todas; él amaba a los pecadores y entraba a sus casas y no tenía miedo de contagiarse de nada. Él se juntaba con malas compañías y comía y bebía con ellos. Él tocaba a los intocables, sanaba a los leprosos y se acercaba a los enfermos, no tenía escrúpulos. Él acogía a los extranjeros y aunque estos no iban al templo ni hacían sacrificios ni cumplían los mandamientos, él los recibía y hasta los felicitaba por su fe, “que grande es tu fe”, les decía. Él eligió también a Judas y lo amaba como a los otros, y aunque supo de su traición, en la cena, no tuvo reparo en partir el pan para él y mojarlo en el mismo plato los dos. Y la gente religiosa, los que tenían la adicción de culpar a otros para sentirse mejores, se escandalizaba de estas cosas.   

Jesús detestaba la práctica de los chivos expiatorios y no andaba echándole culpas a nadie ni haciéndoles sentir vergüenza; él nos enseñó a amar a los enemigos, a bendecir a los que nos maldicen, y que si alguien nos quita algo es mejor darle el resto.   Jesús sabe que es mejor sufrir el mal que ocasionarlo a los otros, sufrir la injusticia que ser injusto, morir que quitarle la vida a otro. 

Jesús detestaba la práctica de los chivos expiatorios y aquí lo vemos, en este día, convertido en uno de ellos; todos lo acusan, siendo él inocente le achacan  las culpas de todos, dicen que él es el malo y que merece morir; y él no quiso defenderse, no quiso acusar a nadie, no culpó a nadie, prefirió ser víctima a ser victimario; es un cordero llevado al matadero.  Él cargo con nuestros pecados, no nos los echó en cara, no nos condenó.

La adicción a buscar chivos expiatorios para encontrar alivio a las propias faltas, es origen de violencia; porque nos echamos la culpa los unos a los otros nos excluimos, nos tratamos mal, nos matamos. La guerra que vivimos en nuestra patria tiene que ver mucho con esta adicción; siempre estamos buscando los culpables, los que merecen castigo, los que tienen que ser excluidos; y nos produce satisfacción encontrarlos en los otros, en los del otro grupo, en los de la otra religión, en los del otro partido, en los que piensan distinto, en los del otro color de piel, en los de otra orientación sexual, en los de la otra clase social; nos avergüenzan nuestros propios males y nos da respiro ver que el foco se pone en los otros y no en nosotros. No nos miramos como seres humanos, nos miramos como chivos expiatorios y hemos hecho de este país un matadero, nos hemos creado la necesidad de odiar a los demás y hasta llegamos a pensar que Dios también los odia, porque supuestamente nosotros somos los buenos, los otros son los malos.

En este viernes santo, viendo a Jesús que prefiere ser condenado a condenar, pidamos la paz para Colombia, que digamos no a la práctica de chivos expiatorios, que nos curemos de la adicción de echar las culpas a los otros para que no descubran las nuestras; que nuestra religión sea la de Jesús, la del perdón a los enemigos, la de poner la otra mejilla, la de acoger al que se equivoca, la de dar nuevas oportunidades; que busquemos comprender y no acusar.

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