El evangelio según Flor Ángela, una mamá comunitaria Ella era un mar y su agua era Dios

Flor Ángela Chaverra
Flor Ángela Chaverra

Se nos murió Flor Ángela después de una larga y dolorosa enfermedad; ahora descansa y goza de Dios.  Era una mamá comunitaria, de las 66,000 que hay en Colombia, y que reciben y ayudan a crecer a 1 millón 77 mil niños y niñas; pequeños que se han quedado sin hogar.

Una paisana que la recordaba decía que “parecía una gallina con los pollitos”.  Y yo, cuando dijo eso, me acordé de Dios, así es Dios, lo dice la Escritura y lo testimonia Jesús, nos reúne y nos pone bajo sus alas como la gallina a sus pollitos.  

Flor Ángela, sin proponérselo y sin siquiera sospechar que lo hacía, nos enseñó a bautizar. Ella era un mar y que su agua era Dios, y los pequeños y pequeñas que llegaban, así desvalidos, unos rechazados, otros huérfanos, otros extraviados, todos ellos y ellas, se hundían en su ternura como en una fuente bautismal.

Se nos murió Flor Ángela después de una larga y dolorosa enfermedad; ahora descansa y goza de Dios.  Era una mamá comunitaria, de las 66,000 que hay en Colombia, y que reciben y ayudan a crecer a 1 millón 77 mil niños y niñas; pequeños que se han quedado sin hogar, porque murieron sus papás y mamás, por que fueron abandonados, porque estaban maltratadas, o porque en el conflicto perdieron a los suyos. Flor Ángela, con todas esas mamás, trabajaba para que nadie, en su primera infancia, se quedara sin calor de hogar.

Flor Ángela no estaba sola; junto a ella, su esposo Gabriel Darío, se volvía papá de todos los pequeños que ella acogía; también sus hijos Rubén Darío, Jorge Iván y Lida Eugenia, se hacían hermanos y hermana de los que llegaban a la casa. Un día que fui a llevarle comunión a la enferma, le pregunté a su esposo que cuántos niños y niñas había recibido y criado en su casa, y él me respondió que muchos, tantos que los dos habían perdido la cuenta. Es que el amor no cuenta, el amor ama.

En el velorio, poco antes del entierro, una paisana, dueña de un negocio de helados, recordaba a Flor Ángela entrando a su local para comprarles golosinas a todos esos niños y niñas que la rodeaban y que la llamaban “mamá”.  La señora, con sus palabras que eran más bien colores hablados, nos pintaba un cuadro muy lindo de la difunta: “parecía una gallina con los pollitos”.  Y yo, cuando dijo eso, me acordé de Dios, así es Dios, lo dice la Escritura y lo testimonia Jesús, nos reúne y nos pone bajo sus alas como la gallina a sus pollitos.  Flor Ángela sacramento de Dios que nos da siempre bienvenida, que no nos deja a la intemperie, que nos rodea de su ternura.  La belleza del sol se ve en el ocaso, cuando se va perdiendo detrás de la montaña, y la belleza de Flor Ángela, nos inundó cuando su tarde había caído y llegó su muerte como la noche; la vimos muy parecida a Dios.

El Papa Francisco bautizando
El Papa Francisco bautizando

Flor Ángela, sin proponérselo y sin siquiera sospechar que lo hacía, nos enseñó a bautizar. Cuando la veíamos recibir a todos esos niños y niñas que se habían quedado solos en la vida, nos parecía que ella era un mar y que su agua era Dios, y los pequeños y pequeñas que llegaban, así desvalidos, unos rechazados, otros huérfanos, otros extraviados, todos ellos y ellas, se hundían en su ternura como en una fuente bautismal.  Y eso es bautizar, hundir a todos y todas en el amor, Dios es amor.  Bautizar no es sólo fórmulas precisas y agua, es la vida toda de la Iglesia; ella existe para bautizar, más allá del rito y las partidas que se asientan en los despachos parroquiales, para hundir a todos en el amor, para no dejar a nadie excluido, para que todos sean parte de la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.  Un bautismo nunca termina y esto porque el amor es sin fondo y porque las aguas de Dios son infinitas.

Doy gracias por el evangelio según Flor Ángela y las mamás comunitarias; la buena noticia en la intimidad acogedora de esta familia.

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