Cuando las víctimas se tienen por porquerías Un metro, así limpio, no lo quiero

Metro de Medellín
Metro de Medellín

La historia que les cuento en estos párrafos de hoy es vieja, sucedió a finales de los años 90,  aunque la acabo de escuchar de labios de Teresita Gaviria, la misma señora que con su lucha y tesón dio origen a las madres de la Candelaria.

Y fue en el metro de Medellín, que por esos tiempos se estrenaba, donde las madres de la Candelaria, experimentaron rechazo y exclusión...

Tengo que decir que un metro así limpio no lo quiero; enorgullecernos de una cultura que desecha seres humanos nos quita dignidad a todos.

Y esto que pasó en el metro es apenas un iceberg de lo que pasa en Antioquia y en toda Colombia, un departamento y un país, donde se habla de “limpieza social” y las personas se clasifican como se clasifica la basura y después de asesinarlas se botan a los basureros.

La historia que les cuento en estos párrafos de hoy es vieja, sucedió a finales de los años 90,  aunque la acabo de escuchar de labios de Teresita Gaviria, la misma señora que con su lucha y tesón dio origen a las madres de la Candelaria; esas mujeres que, contra viento y marea, llenas de tesón y esperanza, buscan a sus hijos, esposos, hermanos y amigos desaparecidos. 

teresita-gaviria
teresita-gaviria

En esos tiempos, Medellín estrenaba su metro y Teresita, apenas con un puñado de mujeres, empezaba a salir a las calles a reclamar a sus seres queridos “vivos se los llevaron, vivos los queremos”.  Y qué difícil fue para ellas encontrar un lugar para sus plantones; ella cuenta, y le hacen coro sus amigas, que de todas partes las sacaban, y que les decían “ahí llegaron esas viejas chillonas” y hasta agua les tiraban; la gente, los que se llaman a sí mismos  “gente de bien” se sentían fastidiados con esas manifestaciones, con todas esas fotos de las víctimas y con la presencia y la voz de las señoras y dicen también que de la gobernación y de la alcaldía las acosaban para que se quedaran en sus casas y callaran sus gritos por la justicia.

Y fue en el metro de Medellín, que por esos tiempos se estrenaba, donde las madres de la Candelaria, experimentaron rechazo y exclusión; y es que quisieron aprovechar esos espacios que dan sombra y se fueron a allá y se plantaron con los retratos de los familiares que buscaban; fue entonces cuando salió el  mismo gerente del metro quien las expulsó diciéndoles “no me van a ensuciar el metro con esas porquerías” y se refería con este término a las fotos de los desaparecidos que llevaban las mujeres y que querían poner, mientras manifestaban, en las gradas para acceder a los trenes.  Sí, estamos en un país, tan degradado por la guerra que las caras de los seres humanos que la han sufrido en carne propia se han visto como algo sucio y dañado.  Y Teresita y sus mujeres no pudieron hacer allí sus plantones, y es que la “cultura metro”, esa que nos enorgullece tanto a los antioqueños, consideró sucios esos rostros que ellas, más de 20 años después, siguen apretando contra sus pechos.

Madres de la Candelaria
Madres de la Candelaria

Y a mí, que admiro tanto el metro, y que como paisa regionalista he alardeado de la “cultura metro”, esta historia me llega al alma y tengo que decir que un metro así limpio no lo quiero; enorgullecernos de una cultura que desecha seres humanos nos quita dignidad a todos.  Una institución vale en la medida en que se ocupa de los más débiles, de los que sufren, de los más vulnerables y si la “cultura metro” se construyó sin pensar en las víctimas y no las pone en el primer lugar y más bien las siente como porquerías, pues no pasa la prueba y su humanidad deja mucho que desear.  Y esto que pasó en el metro, y que protagonizó su mismo gerente, es apenas un iceberg de lo que pasa en Antioquia y en toda Colombia, un departamento y un país, donde se habla de “limpieza social” y las personas se clasifican como se clasifica la basura y después de asesinarlas se botan a los basureros; bástenos pensar en La Escombrera, allá por la Comuna 13, aquí en el occidente de  Medellín, donde la oficialidad que no quiere excavar se empeña en decir que los únicos huesos encontrados son de animales y que no hay que buscar más, así muchos aseguren que allí lo que hay es un cementerio clandestino.

Así que las Madres de la Candelaria no pudieron hacer sus plantones en el metro y las fotos de sus desaparecidos se tuvieron por basura y no las quisieron en las afueras de sus instalaciones; para tener otra vez razón de enorgullecernos de la “cultura metro” sin perder nuestra dignidad,  tendríamos que reparar a las señoras y a las mismas víctimas y poner en todos los vagones y en las estaciones los rostros de estos colombianos que buscamos y dejar claro que no son basura, que son gente, que son nuestros y merecen ser vistos y reconocidos.  Nadie es porquería, nadie es basura.  Pedro, el personaje de la desgarradora novela de Pablo Montoya, La sombra de Orión, oye  los gritos venidos de las profundidades de La Escombrera y  uno de los  asesinados botados y sepultados en la basura le suplica: “trata de nombrarme en tus palabras, así no logres rescatarme”; parafraseemos esta súplica y recibámosla como imperativo categórico: “trata de mirarme con tus ojos, mira mi rostro, la foto que lleva mi madre, mi hermana, mi amiga, así no logres rescatarme”; sí, miremos a esos que el metro recién estrenado no quiso ver en sus gradas y que nuestra misma Medellín y Colombia o no quieren ver o los confunden con desechos.

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