Sin el Espíritu Santo la Iglesia se vuelve reunión de brujos y hechiceras. No es un aquelarre, es la Iglesia

Agua, aceite
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Me llaman la atención algunas prácticas que se están volviendo usuales en las comunidades cristianas,  prácticas muy poco confrontadas y no en pocos casos apoyadas por los sacerdotes y agentes de pastoral; les confieso que muchas veces me hacen sentir en un aquelarre y no en la Iglesia.

Solo quiero poner la cuestión y decir que estas prácticas responden más a la lógica, fuera de toda razón e inspiración, que se usa para la brujería y los hechizos; es como si pensáramos que lo original del evangelio sea el fetichismo y no la encarnación; que sea el “deus ex machina” el que nos salva y no el crucificado; que la fe sea manipular la realidad y no confianza en ella; que la Iglesia sea un aquelarre y no comunión. 

Tenemos que volver a Jesús, él no es un brujo, es Dios mismo que vive su divinidad en los límites y posibilidades de lo humano.

Me llaman la atención algunas prácticas que se están volviendo usuales en las comunidades cristianas,  prácticas muy poco confrontadas y no en pocos casos apoyadas por los sacerdotes y agentes de pastoral; les confieso que muchas veces me hacen sentir en un aquelarre y no en la Iglesia.  Voy a nombrar algunas de ellas con el ánimo de reflexionar y ponerlas en el discernimiento.

Hace poco, un devoto cristiano, me preguntaba si yo era de los sacerdotes que hacían conjuros; le respondí que yo no sabía de que se trataba y que si me podía explicar; me dijo que sí, que había sacerdotes que hacían unos rezos especiales para dar, por ejemplo, con el responsable de un robo; bastaba, según él, que un sacerdote pronunciara el conjuro para que el caso criminal se aclarara.

Otro día fui a celebrar la misa en una parroquia y al final de la celebración llegaron algunos fieles con sal y me pidieron que se las “exorcizara”; traté de explicarles que un exorcismo era una práctica para expulsar el maligno y que no creía que este pudiera existir dentro de ese condimento; ellos insistían en que hiciera el exorcismo y esto porque su párroco les recomendaba tener siempre a la mano sal exorcizada y así librarse de las insidias del mal.

Otra muchacha insistía en que la tenían “rezada”, es decir que alguien le había orado al diablo para que le hiciera mal y que esa era la causa por la que estaba enferma, y que una religiosa a la que le había contado su problema le aseguró que si tomaba agua bendita tres veces al día pues ¡santo remedio! se irían todos sus males; todavía más, me dijo que ella creía tanto en el agua bendita que ni la hervía ni la filtraba porque la bendición de un sacerdote alejaba también toda suciedad y bacteria.

Encontré también un sacerdote que no sólo bendecía, sino que también vendía unos aceites “prodigiosos” y que, según él, servían para todos los males, ¡panacea!; el hombre, muy “carismático” y con muchos seguidores aseguraba que esos aceites tenían la propiedad de infundir el Espíritu Santo en los aquejados de dolores y que si se aplicaban con fe sanaban no sólo el cuerpo sino también el alma.

Una familia me pidió unas medallas de san Benito y como les dije que no las tenía me encargaron que se las ayudara a conseguir y que eran urgentes; indagué sobre la razón y me contaron que era que tenían unos malos vecinos y que las tales medallas servían para hacerlos ir, que bastaba lanzarlas al solar de la casa o esconderlas en alguna grieta para que estos se aburrieran y dejaran a los piadosos en paz.

Un día en medio de la misa, la que estaba celebrando en un templo en el que había una imagen de un “Cristo de Buga” a la que se le atribuía muchos prodigios, vi que entraba de rodillas una señora y así avanzó hasta el lugar donde estaba expuesta la imagen; naturalmente, todos la miraban y causó sensación;  al final de la eucaristía, quise saber un poco sobre este gesto y la señora me dijo que en su grupo de oración le habían aconsejado hacer esta penitencia y “humillarse” delante de todos y de la imagen del Señor para lograr que un hijo suyo dejara las adicciones y pudiera rehabilitarse.

En otra comunidad parroquial, los feligreses, al ver como hacía yo la señal de la cruz, me corrigieron y me dijeron que su párroco les había dicho que si uno se signaba sin llevar la mano hasta el ombligo ese acto pasaba a ser homenaje al anticristo y un desprecio a Jesús crucificado; según ese sacerdote muy pocos en la Iglesia se sabían echar la bendición y hasta el mismo papa Francisco lo hacía de modo equivocado y que por eso la Iglesia estaba mal:  ¡Dios contaba indignado en esos centímetros que faltaban!

Otra vez, oí a un sacerdote en un programa radial que pontificaba sobre la sotana y el cuello clerical; afirmaba que el simple cuello no alcanzaba a atraer la gracia de Dios y que los que lo llevaban como distintivo tenían un poder muy reducido; que, en cambio, la sotana si atraía toda la gracia y que vestirla aseguraba, no sólo al sacerdote sino también a sus fieles, que quedaban libres de posesiones diabólicas y de caer en tentaciones.  Ah, y según el mismo, no se podía esperar protección de un ministro que no usara ni el cuello ni la sotana.

Hasta hace poco, todavía golpeados por la pandemia, era frecuente ver sacerdotes echando agua bendita para alejar el virus y no faltó quien se subió a un helicóptero para rociar las ciudades y pueblos y protegerlos de la enfermedad.

Y el caso más emblemático, fue el de un postulador, venido de Roma, de una causa de canonización muy querida a mi instituto de misiones; el tal postulador muy orondo y diciéndose “teólogo” se ofreció a enseñarnos a producir “reliquias de segunda mano” y nos explicó, que bastaba con comprar rollos de tela, tantos como quisiéramos, y poner sobre ellos la camisa ensangrentada de nuestro mártir y que después recortáramos pedacitos y se los entregáramos a los fieles como muy sagrados y milagrosos.

Si ya tuvieron paciencia hasta aquí no los voy a cansar con más ejemplos… Solo quiero poner la cuestión y decir que estas prácticas responden más a la lógica, fuera de toda razón e inspiración, que se usa para la brujería y los hechizos; es como si pensáramos que lo original del evangelio sea el fetichismo y no la encarnación; que sea el “deus ex machina” el que nos salva y no el crucificado; que la fe sea manipular la realidad y no confianza en ella; que la Iglesia sea un aquelarre y no comunión.  Tenemos que volver a Jesús, él no es un brujo, es Dios mismo que vive su divinidad en los límites y posibilidades de lo humano.  Sin el Espíritu Santo la Iglesia se vuelve reunión de brujos y hechiceras.

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