Reflexiones en la entrega de los restos de Víctor Julio Galvis Orozco, desaparecido desde hacía 20 años Los desaparecidos y el rompecabezas para armar la imagen de Dios

El altar de la misa
El altar de la misa

El CTI (Cuerpo Técnico de investigación) entregó, después de 20 años de desaparición, los restos de Víctor Julio Galvis Orozco; Víctor Julio, para ser precisos, no desapareció, lo desaparecieron los que se arrogaban el poder de borrar gente y tirar al olvido la identidad de los seres humanos.

Como nos lo presenta la antropóloga María Victoria Uribe en su investigación Cuerpos sin nombre, nombres sin cuerpo, aquí, en este país, ha imperado un necro poder y, aún todavía, el silencio de la sociedad es ensordecedor.

Su hermana María del Carmen, contó algo que me impactó y se los comparto a mis lectores, porque en lo que ella dijo me encontré a Dios en esta historia.

Los nuestros que desaparecieron no están perdidos para Dios, Dios se sabe sus huesos de memoria, los que ostentan el necro poder no pueden borrar los tatuajes que Dios se hace con todos los nombres de sus hijos e hijas, él, como dice el profeta Isaías, nos lleva grabados en la palma de su mano.

Hay otro detalle, bien doloroso y lo menciono para acabar esta reflexión en modo esperanza: unos días después de la desaparición de Víctor Julio, su hermano menor, Robeiro, se fue a buscarlo, y nunca volvió, lo desaparecieron también.

Sin los desaparecidos que nos faltan, no tendremos las piezas para armar el rompecabezas de la imagen de Dios; hoy encontramos una pieza de esta imagen, la de Víctor Julio, nos faltan muchas todavía; mientras no los tengamos con nosotros la imagen de Dios estará desfigurada y al rezar, ir a misa, y hablar de la divinidad  arriesgamos a tener un ídolo en la cabeza.  Así que encontrarlos es un problema más religioso de lo que normalmente pensamos.

Hoy vivimos un momento muy especial: el CTI (Cuerpo Técnico de investigación) entregó, después de 20 años de desaparición, los restos de Víctor Julio Galvis Orozco; Víctor Julio, para ser precisos, no desapareció, lo desaparecieron los que se arrogaban el poder de borrar gente y tirar al olvido la identidad de los seres humanos; en este caso los que por entonces combatían en la guerrilla.  Víctor Julio es uno de los miles y miles víctimas de desaparición forzada, en Colombia ya se habla de que pueden ser más de 210.000 personas: toda América Latina, desde Chile y Argentina, pasando por El Salvador y Guatemala, llegando a México, no llega al horror de esa cifra; nuestros desaparecidos son más que los de todos los otros países del Continente.  Como nos lo presenta la antropóloga María Victoria Uribe en su investigación Cuerpos sin nombre, nombres sin cuerpo, aquí, en este país, ha imperado un necro poder y, aún todavía, el silencio de la sociedad es ensordecedor.

Victor Julio Galvis Orozco
Victor Julio Galvis Orozco

La familia Galvis Orozco, originarios de Florencia, Caldas, una familia de campesinos, muy unidos, trabajadores, con la bondad a flor de piel y en el alma, tuvo en este día la oportunidad, como ellos mismos lo dicen, de dar “cristiana sepultura” a su ser querido.   Y mientras lo hacíamos, en el Cementerio Universal de Medellín, ellos y ellas empezaron a tejer recuerdos del muchacho, decían que era todo simpatía, de carcajada que se hacía oír y estremecía la casa, de ánimos para trabajar y ayudar, que no se metía en líos y que era hombre de paz y que le gustaba la cerveza; por esto último, al salir del cementerio, nos tomamos una y hasta más en su memoria.

Florencia Caldas
Florencia Caldas

Su hermana María del Carmen, contó algo que me impactó y se los comparto a mis lectores, porque en lo que ella dijo me encontré a Dios en esta historia; ella explicó que el CTI les había entregado una urna, no sólo con los huesos, ya quebrados e incompletos, sino también con algunas prendas que llevaba Víctor Julio el día que lo mataron; y cuando vio esas prendas, ella supo que esos restos eran los de su hermano, porque allí estaba la camiseta, con una “bolita” de color,  y estaba el poncho que nunca le faltaba y estaba la correa de hebilla grande que tanto le gustaba: eran las prendas “domingueras”, las que se ponía el muchacho cada vez que bajaba de la montaña y que ella, que vivía en el pueblo, le mantenía lavadas y aplanchadas; ella tiene hoy memoria de todo porque amaba a su hermano con toda su ropa y se ocupaba de que al volver del campo pudiera vestirse bonito.  No veía esas prendas desde hacía más de 20 años y aún así las recordó en sus detalles.  Y me encontré que el amor de María del Carmen era el de Dios, Dios no tiene otra forma de amarnos que con el amor de los otros, y si los otros, una mamá, una hermana, un hermano, un amigo, no nos olvidan es certeza de que Dios anda por ahí;” Dios -decía fray Bartolomé de las Casas- del más chiquito y del más olvidado tiene la memoria muy reciente y viva”.

Los nuestros que desaparecieron, es una certeza con la que me quedo después de esta entrega digna de los restos de Víctor Julio Galvis Orozco, no están perdidos para Dios, Dios se sabe sus huesos de memoria, los que ostentan el necro poder no pueden borrar los tatuajes que Dios se hace con todos los nombres de sus hijos e hijas, él, como dice el profeta Isaías, nos lleva grabados en la palma de su mano.

Ah, hay otro detalle, bien doloroso y lo menciono para acabar esta reflexión en modo esperanza: unos días después de la desaparición de Víctor Julio, su hermano menor, Robeiro, se fue a buscarlo, y nunca volvió, lo desaparecieron también; si María del Carmen le prestó la memoria a Dios para recordar a Víctor Julio, Robeiro, en cambio, le prestó  sus pies, sus ojos, sus manos, su inteligencia y sus preguntas, para buscarlo;  si Robeiro se nos perdió, se nos envolató con él algo de Dios; nos queda el reto de encontrar también a ese muchacho, si queremos conocer a Dios completo, verlo cara a cara: sin él y todos los desaparecidos que nos faltan, no tendremos las piezas para armar el rompecabezas de la imagen de Dios; hoy encontramos una pieza de esta imagen, la de Víctor Julio, nos faltan muchas todavía; mientras no los tengamos con nosotros la imagen de Dios estará desfigurada y al rezar, ir a misa, y hablar de la divinidad  arriesgamos a tener un ídolo en la cabeza.  Así que encontrarlos es un problema más religioso de lo que normalmente pensamos.

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