A propósito de la audiencia de reconocimiento de responsabilidades de los militares por los "falsos positivos" Los falsos positivos, problema de fe y problema de todos

Audiencia Jurisdicción Especial para la Paz- Colombia 20+
Audiencia Jurisdicción Especial para la Paz- Colombia 20+

Esta semana, 26 y 27 de abril, en Ocaña, tuvo lugar una audiencia de la Jurisdicción Especial para la Paz y lo que allí se dijo dejó estremecida a la Colombia sensible.  9 militares y un civil que colaboraba con ellos confesaron crímenes de lesa humanidad.

Víctima es la palabra que usamos para designar lo que se sacrifica en un altar, lo que se le ofrece a un ídolo.  Sólo los ídolos piden víctimas, Dios que es padre, no las quiere y no quiere la sangre de nadie;  Si hay víctimas en Colombia es que hay ídolos puestos sobre nuestros altares.

Todo esto de los “falsos positivos” es para los creyentes, para los que seguimos a Jesús, no sólo un problema de política, sino sobre todo un problema de fe; no es un problema de los militares, sobre los que cae una tremenda responsabilidad, es un problema de todos los que hemos adorado este ídolo con la indiferencia...

Esta semana, 26 y 27 de abril, en Ocaña, tuvo lugar una audiencia de la Jurisdicción Especial para la Paz y lo que allí se dijo dejó estremecida a la Colombia sensible.  9 militares y un civil que colaboraba con ellos confesaron crímenes de lesa humanidad y dejaron patente lo que tanto se ha tratado de negar, y es que una estructura criminal se incrustó en nuestro ejercito colombiano, y fue esa la que dio lugar a 6.402 ejecuciones extrajudiciales, aquí conocidas como “falsos positivos”,  y esto atendiendo sólo a los casos que han llegado al registro del mencionado tribunal, y es que, según los familiares de los desaparecidos, son todavía muchísimos más.  Después de lo que oímos no hay más lugar a negacionismo y los familiares saben que apenas empieza a destaparse lo que todos tenemos que saber y echarnos a la conciencia para poder construir un nuevo país.  Los militares confesaron que para tener contento a un gobierno que pedía resultados, esto es bajas, y presionaba para poder demostrar que ganaba la guerra, recurrieron a reclutar muchachos inocentes, a llevárselos con promesas de trabajo, y mientras todo esto lo hacían unos, los otros preparaban la escena de un supuesto combate, conseguían los uniformes de guerrilleros que les pondrían después de asesinarlos, se proveían de las armas que habría que dejar en los puños de los muertos y hacían los documentos para certificar su “triunfo”, los tenían unos días en casas que se prestaban para ello, y el día acordado los asesinaban borrando todo rastro de su identidad para que sus seres queridos no los encontraran.  Y la cosa no terminaba ahí, después de presentar los resultados, los asesinos recibían dinero, vacaciones, ascensos, condecoraciones, “la gloria militar”.

Víctima es la palabra que usamos para designar lo que se sacrifica en un altar, lo que se le ofrece a un ídolo.  Sólo los ídolos piden víctimas, Dios que es padre, no las quiere y no quiere la sangre de nadie;  Si hay víctimas en Colombia es que hay ídolos puestos sobre nuestros altares y están diciéndonos, con sus gritos y su muerte, que, incluso cuando vamos a los templos y hacemos caridad, estamos no delante de Dios sino de muchos ídolos.  Dios es uno, los ídolos son muchos, son legión.   Sangre derramada es siempre señal de ídolos apaciguados.  Entonces, ¿cuáles son esos ídolos que nos han pedido sobre sus altares 6.402 “falsos positivos” y que se siguen tragando la sangre de 9.263.826 víctimas contadas en el Registro Único de Víctimas (RUV)?    ¿Mientras las rodillas de las mayorías cristianas y católicas se doblan en los templos, delante de quien se arrodillan los corazones?

Hay una palabra que puede señalarnos la identidad de uno de estos ídolos, y es “seguridad”.  La invocamos a menudo y nuestros gobiernos se glorían de ella; a nombre de la seguridad se impusieron las dictaduras en nuestra América Latina y se persiguió, se torturó, se desapareció, se asesinó; la seguridad como un dios al que había que apaciguar y tener tranquilo.  Y esa misma palabra, que nombra un ídolo, tiene mucha historia en Colombia, y sigue siendo clave para atraer adoradores en la campaña electoral de estos días. 

Todo lo que promete un ídolo es mentira y aquí en esta palabra si que hay mentiras; por lo que hemos oído en la audiencia de esta semana llegamos a saber que la tal seguridad era sólo una falacia para cuidar capitales, pero no para cuidar a la gente.  Los dueños de fincas y de las empresas se arrodillaban ante la seguridad que les ofrecían los militares que cuidaban las carreteras para que pudieran salir a visitar sus predios, a hacer sus negocios y a divertirse, y desconocían, o ni les interesaba, que  muchachos desempleados y en la miseria no pudieran salir  a buscar trabajo porque los reclutaban miembros de las mismas fuerzas armadas para asesinarlos, vestirlos de guerrilleros, perder sus documentos, incluidas sus libretas militares,  y lograr presentarlos como NN. muertos en combate, y como suceso de estrategia militar.   La seguridad, ese dios al que los gobernantes y militares, ofrecían su culto, y al seguir negándolo lo siguen haciendo, puso la muerte en una institución que está para cuidar la vida de todos los colombianos.

Todo esto de los “falsos positivos” es para los creyentes, para los que seguimos a Jesús, no sólo un problema de política, sino sobre todo un problema de fe; no es un problema de los militares, sobre los que cae una tremenda responsabilidad, es un problema de todos los que hemos adorado este ídolo con la indiferencia, mirando desde lejos, alegando que los sacrificados “no estarían cogiendo café” y que “quién sabe en qué cosas andarían para que les haya pasado lo que los pasó”, gozando del privilegio de comer tres veces al día y sin interesarnos por los 21 millones de personas que en este país se ubican en la pobreza.  Sí, esto de los falsos positivos es problema de todos y es problema de fe.

Seguir adorando la seguridad pedirá siempre más víctimas, acaba de pasar la masacre del Putumayo, que nos da indicios de que todavía estamos arrodillados ante este altar de muerte.  El culto que Dios pide, si queremos ser coherentes con la fe que decimos profesar las mayorías colombianas, es el cuidado, cuidar de los más vulnerables, de los más pobres; por algo la palabra culto es pariente de la palabra cuidado.  Dar culto a Dios es cuidar lo que Dios cuida y Dios cuida a los pobres; hay pues que pasar de la seguridad al cuidado; del cuidado vendrá entre otras cosas seguridad, pero no como un ídolo para adorar, sino como un fruto para gozar esta vida y vivirla como hijos e hijas de Dios.  La gloria de la patria no es inmarcesible, como cantamos orgullosos en el himno nacional, y aquí, asesinando así a estos muchachos, oficiando al dios seguridad, sí que se ha marchitado.  Mientras busquemos la seguridad de los capitales y no cuidemos de la vida de los más pobres seguiremos en estos altares de muerte y terminaremos todos sacrificados. La gloria que no se marchita es la de Dios, y esta no es otra que la vida de los pobres.

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