A propósito de noticias sobre bautismos nulos Extraño la mistagogia

Bautismo en Barsaloi
Bautismo en Barsaloi Guillermo Alvarez Muñetón

En los últimos tiempos hemos estado oyendo noticias sobre bautismos nulos, sobre todo en los Estados Unidos, y esto porque algunos ministros han cambiado, “creativamente”, la fórmula del rito.

En cada caso, se desata sin falta un efecto dominó...

La realidad que extraño en estas historias de hoy, y en la forma como administramos el bautismo en la actualidad, es la mistagogia, ese arte de la Iglesia para introducir en el misterio, en el amor de Dios, a los que se acercaban a la comunidad de los cristianos...

En los últimos tiempos hemos estado oyendo noticias sobre bautismos nulos, sobre todo en los Estados Unidos, y esto porque algunos ministros han cambiado, “creativamente”, la fórmula del rito.  Hace apenas unos días, tuvimos la noticia de un párroco, que por 25 años administró el sacramento usando el plural “nosotros te bautizamos” y dejando a un lado el “yo te bautizó” y este sacerdote, para que resarciera su error, tuvo que dejar su parroquia y está ahora buscando a sus antiguos feligreses, a esos que por lustros bautizó y que llegaron a sentirse cristianos y vivir como tales y decirles que todo fue ilusión y que tienen que bautizarse otra vez.

En cada caso, se desata sin falta un efecto dominó: un sacerdote  descubre que el otro ministro que lo bautizó no usó la fórmula correcta y deduce entonces que aunque se tenía por presbítero no es ni siquiera cristiano, ya que en realidad nunca recibió el bautismo, y que todos los otros sacramentos que le administraron fueron en valde, y que por tanto su ordenación es también nula, y que tampoco valen los sacramentos que confirió a otros, y entonces tiene que dejar su parroquia y ponerse a buscar a todos los que recibieron de él los  sacramentos y avisarles que estos no tuvieron ningún efecto y que por eso ellos nunca han sido cristianos, que de cristianos sólo tienen la partida de bautismo  y que en realidad no han hecho parte de la Iglesia;  y la cadena sigue porque esos que no son ya más miembros de la Iglesia y no pueden llamarse en propiedad cristianos, han de tener también por nulos todos los otros sacramentos que recibieron y que, por ejemplo, si un día recibieron el matrimonio no son casados, y si la ordenación no son sacerdotes, y si…. y así, siguen sin parar otros muchos eslabones atando a la nulidad y poniendo por fuera a los que antes se sentían felices en la comunión eclesial.

No quiero entrar hondo en el problema de la fórmula, aunque me pregunto si siempre y en todo lugar la Iglesia ha usado exactamente la que está en el rito oficial actual; si la que pronunció Felipe mientras bautizaba al eunuco etíope era tal cual; y si no es un problema el que los grandes obispos catequistas de la Iglesia antigua, como Juan Crisóstomo, usaban una forma pasiva y en vez de decir  “yo te bautizo” decían “Fulano es bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”(ver Juan Crisóstomo, Catequesis, 6, 26).  No hay discusión, Cristo es el agente del bautismo, él es quien lo realiza, pero ese agente, que es el mismo Jesús de los evangelios, ¿deja su obra sólo porque la fórmula es incorrecta? ¿no puede actuar en el “nosotros” de la Iglesia que es su cuerpo? ¿Habrá alguna cosa realizada por la Iglesia que no sea hecha en definitiva por Cristo?  ¿puede la cabeza-Cristo, hacer una cosa sin su cuerpo-Iglesia?  ¿Puede la Iglesia decir nosotros, sin que Cristo sea el sujeto?

La realidad que extraño en estas historias de hoy, y en la forma como administramos el bautismo en la actualidad, es la mistagogia, ese arte de la Iglesia para introducir en el misterio, en el amor de Dios, a los que se acercaban a la comunidad de los cristianos y pedían el bautismo y los otros sacramentos.  Creo, honestamente, que las historias de estos días, tan centradas en la fórmula y en la precisión de las palabras, dejarían perplejos a los padres de la Iglesia, y muy seguramente, al mismo Jesús.  Es que, y vuelvo aquí a las catequesis de los primeros siglos, lo que importaba no era la fórmula sino la relación; se trataba de bautizar, es decir, según su etimología griega, de sumergir, a los catecúmenos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y estos nombres, lo sabían muy bien, son relación, se llama Padre porque tiene un Hijo y lo ama, se llama Hijo porque tiene un Padre y recibe todo su amor; se llama Espíritu porque es la misma relación que los une; estos nombres son pues relación, son amor: y ahí, en esa relación, en ese amor, es donde hay que sumergir a los fieles y eso, no un mero rito, es lo que no salva.  Cuando la Iglesia bautiza está hundiendo las gentes en la Trinidad, en el amor que une a las personas divinas, en la comunión.  Qué tristes nuestros bautismos, tan bien formulados, con todos los requisitos, pero tantas veces sin experiencia real del amor, bautizados que no llegan nunca a experimentar de la Iglesia la vida trinitaria y que permanecen toda su vida como piedras hundidas en el río, pero secas por dentro.

San Basilio decía que ni siquiera la eternidad bastará para que se realice lo que significa el bautismo, es decir este hundirse en el amor, en las relaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es que el amor, que es el mismo Dios, es infinito y nunca tocaremos su fondo, será siempre más lo que nos falte que lo que alcancemos.  Decían también los catequistas antiguos que el agua en que sumergían a los catecúmenos era símbolo de las entrañas mismas de la Iglesia, donde la fe nos asegura que está el amor de Dios que no se acaba y que por tanto allí, los que somos bautizados, nos podemos siempre hundir más y más en la salvación, en la bienvenida sin condiciones.  Creo que a veces la praxis eclesial, y las noticias de estos días nos lo muestran, quiere no pocas veces estrechar esas entrañas que son también el útero de Dios y donde el amor mismo nos da la vida. 

Cristo es el agente del sacramento; pero, nos bautiza, nos hunde en el amor, más que con fórmulas, y pronunciando un yo singular, donándonos, por medio de la Iglesia, su propia vida y haciéndonos participar como hijos, todos uno en y con él, el Hijo del Padre, en las relaciones trinitarias.   Bautizar sin amar es un imposible, el agua en que nos hundimos es el amor de Dios y no puede faltar; qué aporía los bautismos hechos como meros ritos, como cosas de papeles, como magia de fórmulas y materia… Gracias a Dios, la Iglesia de Cristo, con entrañas infinitas por el amor que la habita, nunca se dejará estrechar, ahí está el principio ecclesia supplet que nos lo sigue recordando.  

Confieso también que no logro conectar lo que decía y hacía Jesús de Nazaret con esa imagen de Dios que se deduce del juicio de nulidad de los bautismos en los que, aunque el ministro hubiese tenido buena voluntad, falló la fórmula:  un Dios que niega su gracia, que no abre la puerta de la salvación si no se cumplen tales o cuales requisitos; una puerta, da la impresión, que tiene que ver más con la del cuento de Alibaba y los cuarenta ladrones, la que para abrirse exigía la exactitud de la fórmula “ábrete sésamo”, que con Jesús que se llamó a sí mismo puerta y que se dejó abrir para que viviéramos en él. 

Además, siento tristeza por ese sacerdote que después de 25 años tiene que dejar su parroquia, convencido de que por su medio Cristo no bautizó a nadie, no sumergió a nadie en la Trinidad, y pienso que Cristo, sujeto claro del bautismo y de toda acción sacramental, no habría tenido ningún problema en actuar usando el plural que de buena voluntad ese sacerdote usó, el de la Iglesia reunida, y es que Cristo, esa es nuestra alegría,  nunca se ve a sí mismo como individuo separado y sí uniéndonos a sí mismo, un solo cuerpo con nosotros.

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