La religión de Jesús es el sufrimiento de los pobres La mujer que libera al liberador

La sirofenicia
La sirofenicia

Allí había en el aire una discusión, o al menos una pregunta, sobre lo impuro y lo puro; sobre gente impura o no.

No faltaban allí los que pensaban que las mujeres y los niños recibían salvación sólo por reflejo, que esta era para hombres.

la reacción inmediata de Jesús, al pensar que la mujer le pedía algo que no le correspondía, muestra la estrechez cultural y religiosa que sufría, de las que, como “uno de tantos”, no podía escapar.

Los judíos presentes, con Jesús mismo, tuvieron que dar el paso y dilatar su mente y convencerse que Dios no tenía problemas con extranjeros, que el pan de la mesa de Dios era para todos y no solo para los israelitas…. Y todos esos varones, judíos o no, de mentalidad machista, y ahí también Jesús, tuvieron que dar un paso extra, salir no sólo de Israel, sino también de su género, y saber que a Dios no le estrechaba nada, tampoco el ser mujer…

Esta mujer “gesta” a Jesús, lo ayuda a crecer, lo saca de esos estereotipos que lo empequeñecen… aquí se verifica lo que se dice de él en el evangelio, que “crecía en sabiduría, estatura y en gracia”…

Esta mujer es una persona y es también una colectividad; en ella están todos y todas los que son excluidos por su condición de extranjería, religión, clase, género, economía,  sexualidad, enfermedad.

No nos viene la liberación de un Dios que esta más allá, en un segundo piso fuera de la creación, mirando de lejos, nos viene de un Dios con nosotros, y que está en la carne de todos y especialmente la de los pobres. 

ahora el absoluto para Dios mismo y para todos los que quieran decir una palabra en su nombre es “mi hija está enferma y sufre mucho”.

Si crecemos con Jesús nuestra única religión será el sufrimiento de los pobres, fuera de allí no habrá lugar para adorar a Dios.

  • Marcos 7, 24-30

Jesús sale de las fronteras de su Galilea natal y de su patria y se encuentra en tierra de paganos y entre los paganos; está en Tiro y Sidón, Fenicia.  Sabemos todo lo que había en el imaginario judío sobre lo extranjero y mucho más sobre los cananeos con los que los paisanos de Jesús tanto se habían enfrentado por problemas de tierra y vecindario: estos eran mal mirados y eran tenidos en poca estima; aquí aparece, como muestra, el apelativo de “perros” para referirse a ellos.   En la escena aparecen también dos mujeres: una, la madre, que llega directamente a Jesús y le pide un favor para su hija que está enferma, que es la segunda; dos personas que desde el punto de vista social judío estaban descalificadas y de muchas formas excluidas: primero, por ser mujeres, luego por ser extranjeras y luego, la pequeña, por la enfermedad.  

  • Ámbitos reservados a varones y a mujeres

El lugar es también significativo, están dentro de una casa; Jesús quiere estar tranquilo y evita ser visto, así que no está en el ámbito público, el que había llegado a ser privilegio de los varones, y se encuentra en el ámbito hogareño, en el que se arrinconaba a la mujer y en el que los hombres eran servidos por ellas.  En ese ámbito, y como entrometida, la mujer logra expresarse y llevar a cabo, con ventaja para ella y su hija, la conversación que tiene con Jesús y se puede decir que logra su propósito; también el mismo Jesús, consigue prestarle atención, aunque al principio no parece muy dispuesto a hacerlo. Esa casa, que era o de extranjeros amigos que les dieron posada o de paisanos que habían emigrado, es seguramente ocasión de comensalía, de comer juntos, y Jesús y los suyos, al estar fuera de las fronteras, tendrán que comer cosas no muy habituales para los rigurosos de Israel y hasta compartir la mesa con gentes no judías; allí había en el aire una discusión, o al menos una pregunta, sobre lo impuro y lo puro; sobre gente impura o no.

  • La pregunta sobre si podemos incluir al otro

Marcos recogió estos dichos y hechos de Jesús en un ambiente que podemos reconstruir: el mensaje de Jesús estaba siendo recibido fuera de Israel por gentes griegas y de cultura romana y era viva la pregunta, tanto en cristianos de origen judío como en cristianos de origen pagano, sobre si se podían o no incluir unos a otros en la comunidad cristiana y qué condiciones había que pedirles para permitirlo.  Allá, la situación de las mujeres no era fácil, como no lo era en el Israel de Jesús, y la comunidad se preguntaba también sobre ellas, si podían gozar a pleno título de la salvación que ofrecía el Evangelio; no faltaban allí los que pensaban que las mujeres y los niños recibían salvación sólo por reflejo, que esta era para los hombres, si ellos, “los dueños de la situación” la recibían, pues se beneficiaban también ellas y sus hijos e hijas; si los hombres se bautizaban, por ejemplo, pues resultaban también bautizadas las mujeres y la prole.

  • Una mujer extranjera que causa tensión a los muy religiosos

Al acercarse esta mujer a Jesús se produce una doble tensión, la primera por su género femenino y la segunda por su condición de extranjera; claramente se ve que Jesús está en aprietos y que tuvo que hacer un esfuerzo grande para salirse de la presión cultural y religiosa a su alrededor: de hecho, la reacción inmediata de Jesús, al pensar que la mujer le pedía algo que no le correspondía, muestra la estrechez cultural y religiosa que sufría, de las que, como “uno de tantos”, no podía escapar; en este texto se ve que tuvo que “crecer”: de esa casa y de ese viaje al extranjero, y gracias a esa mujer, Jesús ganó corazón más grande y consciencia más clara.

 La extranjería hacía ya impertinente a la mujer y a eso se le añade su género, ser mujer.   Esa mujer y la hija exacerban la situación en la que se encontraba Jesús y ponían a resollar a cualquier integrista que estuviera presente o que oyera hablar de lo que pasó en esa casa: la mujer por presentarse sola, sin su marido, podía ser confundida con una adúltera o con una prostituta.  Y la hija, o mejor la hijita, sacaba de los cabales a cualquier tradicionalista y esto porque además de extranjera y mujer estaba enferma y por tanto impura y, después, para colmo, era menor de edad y consecuentemente sin derechos.

 Es fácil adivinar lo que no se cuenta en el texto, lo que permanece invisible a primera leída.  Esa mujer se entró a la casa donde estaba Jesús y se arrojó a sus pies, parece que no pidió permiso, que irrumpió… sabía que era mejor pedir perdón al final que permiso al principio; es que si se hubiera puesto de educada y decorosa nunca habría llegado hasta Jesús: un hombre, un huésped judío y supuestamente religioso, quien por lo demás no quería que lo molestaran ese día.  Así que más de uno, y hasta las mismas mujeres que estaban presentes, por vivir en la casa o haber llegado en el grupo de Jesús, se sintieron extrañados y tal vez consideraron que la mamá de la niña enferma se pasaba.  Al final, esas mujeres presentes, o porque ya estaban en la casa o porque habían llegado con Jesús, no faltaban en su grupo, se tuvieron que sentir admiradas de la osadía de la “entrona” y es casi seguro que si esta entró sola y aprovechando cualquier descuido de los presentes, al final se fue bien acompañada hasta su propia casa y todas juntas, ya con la hijita, pudieron celebrar no sólo la salud de la pequeña, sino también el corazón dilatado de Jesús, o que se había dilatado gracias a la persistencia, o mejor fe, de la protagonista. 

 Ahí también se pueden ver los amigos de Jesús que habían llegado con él y los que por allá lo recibieron, seguramente no todos eran judíos y había extranjeros entre ellos.  Los judíos, con Jesús mismo, tuvieron que dar el paso y dilatar su mente y convencerse que Dios no tenía problemas con extranjeros, que el pan de la mesa de Dios era para todos y no solo para los israelitas…. Y todos esos varones, judíos o no, de mentalidad machista, y ahí también Jesús, tuvieron que dar un paso extra, salir no sólo de Israel, sino también de su género, y saber que a Dios no le estrechaba nada, tampoco el ser mujer…  Ah, no todos los presentes dieron el paso hacia lo extranjero y lo femenino… muchos se escandalizaron y volvieron lo más pronto posible a sus sinagogas y al templo y allá criticarían lo sucedido y hasta pedirían perdón por haber presenciado una blasfemia entre gentiles y con mujeres.

  • Las identidades construidas

El texto muestra la construcción de identidades que se había hecho en los tiempos de Jesús y que seguían vigentes en los ambientes en los que se escribió el evangelio de Marcos.  Ya pesaba bastante la identidad de Israelita en confrontación con lo extranjero, los unos eran hijos en la casa de Dios y podían comer y hartarse de pan y los otros eran perros que no tenían derecho.   Y entre esos “perros” paganos, las mujeres quedaban todavía más relegadas.  El varón podía ser considerado “señor”, así llama la mujer a Jesús; podía sentarse a la mesa y recibir atención, podía tener comensales y gozar de la comida y la bebida sin preocupaciones de cocinar, servir y lavar los platos, podía descansar y tratar de pasar inadvertido, como lo hacían Jesús y los suyos.  Las mujeres desentonan en la escena, están “de metidas”  pero no invitadas, se tienen que abrir paso; si están presentes ´por ahí, será cocinando o sirviendo y tal vez mirando de lejos y asombradas por la atrevida que resultó en el medio de los comensales; ellas no comen, ellas preparan los alimentos, recogerán los platos y las cucharas y limpiarán todo al final.  Así era la “identidad construida”, pero Marcos nos sorprende diciendo que esto no funcionó y que una mujer trastornó todo esto, que irrumpió en la casa, irrumpir se atribuía sólo a los varones, y que se llevó la fiesta de esa casa donde estaba Jesús a la suya donde celebraron la salud de su hijita… 

En ese pueblo extranjero, Jesús, al que al principio alguno pudo confundir con el prototipo del favorecido por Dios, por venir de Israel, y de varón, por ser sobresaliente en su liderazgo entre su grupo de conocidos, una especie de macho alfa, recibe el atributo de “señor”; así lo llama la mujer que llega hasta él…  La mujer en cambio recibe, como cosa naturalizada, el término de “perro” y no sólo ella sino también los suyos por ser extranjeros.  Jesús, forzado por la mujer y por el Espíritu, se va saliendo de ese modo de pensar y al final pasa a ser servidor de la mujer que lo llamaba “señor” y le ofrece el pan para ella y su hija y todos los suyos… y la mujer y los suyos pasan de “perros” a sentarse en la mesa y comer.  La mujer, que no podía hasta ese día jurar y dar testimonio, pasa también a ser admirada en su fe, “que grande es tu fe” parece decirle Jesús al final.

  • Los estereotipos que Jesús dejó gracias a la mujer extranjera

Crecer es dejar atrás los estereotipos y Jesús se ve que creció mucho en contacto con esa mujer y ese tipo de gentes como ella; esa mujer nos ayuda a comprender que Jesús es hombre real y como todo humano sujeto a prejuicios y capaz también de superarlos.  Son claros algunos de los estereotipos que Jesús dejó atrás ese día: - sólo el pueblo de Israel merece el pan de la mesa de Dios, – La religión verdadera es la propia, -Lo extranjero es de poco valor a los ojos de Dios, algo así como una mascota comparada con un hijo, – La mujer no está invitada a la mesa y si llega es de “metida”. – Dios prefiere lo judío y lo masculino. -La enfermedad es algo demoníaco y prueba de indignidad.  Esta mujer “gesta” a Jesús, lo ayuda a crecer, lo saca de esos estereotipos que lo empequeñecen… aquí se verifica lo que se dice de él en el evangelio, que “crecía en sabiduría, estatura y en gracia”… aquí fue sobre todo en sabiduría… es Dios que vive la vida humana y que tiene que crecer, llegar a comprender, equivocarse, ampliar visiones, confrontarse… como todos los humanos.  Ayudar a crecer, que el otro dé lo mejor de sí y sea lo mejor de sí, es el gran acto de liberación y esta mujer lo lleva a cabo.

 Jesús y los suyos se encuentran en condiciones de privilegio.  Son judíos y tienen complejo de superioridad, de hijos; confiesan la fe de Israel y son reconocidos como gente que puede hacer el bien y ganar el favor de Dios; van acompañados y casi todos son varones; son invitados y sus anfitriones tratan de atenderlos y asegurar que nadie los moleste y que puedan descansar.  En cambio, las condiciones en que se encuentra esta mujer son de mucho límite.  Era extranjera; era pagana y no tenía la fe de Israel. era mujer; tenía una hija enferma y menor de edad; está sola, sin su marido o sin marido del todo; no fue invitada, tiene que entrarse a la fuerza.  Esta mujer es una persona y es también una colectividad; en ella están todos y todas los que son excluidos por su condición de extranjería, religión, clase, género, economía,  sexualidad, enfermedad.

 Esa mujer pone a Jesús en su sitio y Jesús, gracias a ella, puede “calzarse sus zapatos” y así las condiciones de privilegio de Jesús y las de límite de la mujer se vuelven de solidaridad y encuentro; Jesús comprende su ser y misión y la mujer encuentra salvación para ella, su hija y los suyos.

  • La mujer que libera al liberador

Esta mujer siro-fenicia libera al mismo Jesús, libera al liberador. Jesús tenía sus prejuicios y estaba atrapado en ellos y como hombre tenía que crecer si de verdad quería dar sentido a la vida de los más pobres a los que se sentía enviado… Jesús, se equivocó, equivocarse no es pecado, y aquí tuvo su lección: la mujer, su hijita y su gente no son perros y si son hijos e hijas de Dios y pueden sentarse a la mesa a comerse el pan de Dios y no sólo las migajas…  Esta mujer, a la que seguramente felicitaron las otras mujeres invisibilizadas y que también estaban, logró que la salvación, lo bueno que traía Jesús, pudiera atravesar fronteras y llegar a todos,  y especialmente a todas. 

Esta mujer le ayuda a Jesús a entender las cosas y esto a punta de ternura… a la violencia de Jesús que llama a los suyos “perro” ella no le responde con otra violencia, con otro insulto; Jesús empieza oponiéndosele y ella no intenta siquiera medirse en fuerzas con él.  Sutilmente, con delicadeza, le sigue el juego y retoma el nombre violento de perro para hacerle ver que estos también recogían migajas y que comían pan de hijos así fueran perros. Todo lo vence el amor y aquí la mujer venció: como Jacob peleó con Dios mismo, sin sospecharlo siquiera, y le ganó a Dios.

  • La mujer que nos ayuda a entender la encarnación

Esta mujer nos ayuda a entender la encarnación.  El Hijo de Dios se encarnó y tuvo que crecer como todos y esta mujer lo ayudó a crecer.  No nos viene la liberación de un Dios que esta más allá, en un segundo piso fuera de la creación, mirando de lejos, nos viene de un Dios con nosotros, y que está en la carne de todos y especialmente la de los pobres.   Esta mujer “gestó” al Hijo de Dios encarnado, a Jesús, y lo ayudó a crecer y no se imaginaba que era a Dios mismo al que ayudaba: no nos imaginamos que cuando ayudamos a otros a crecer, es Dios mismo que se está abriendo paso; que cuando ayudamos a entender algo y contribuimos a que otros amplíen la perspectiva para incluir a los que todavía faltan es Dios tratando de dilatarse y de abrazar a toda la humanidad.

Las religiones han sido hasta ahora representantes de un Dios omnisciente y que se las sabe todas y así se han sentido autorizadas a someter y la opresión religiosa se ha vuelto excusa de todas las otras opresiones.  Aquí, en este texto, hay algo que puede liberar a todas las religiones y es la noción de que “Dios aprende” con su creación, con los suyos, que no se impone, que respeta, que la escucha… y esta lección viene de una mujer, de una que sabe que es concebir y dejar desarrollarse despacito a la creatura que lleva consigo…

  • El absoluto para Dios es “mi hija está enferma y sufre mucho”

Este texto, con esta mujer que libera al liberador puede ser inspiración para liberar las religiones, y en especial el cristianismo, y ayudarles a ser lo que son: ocasión de comunión y conexión de todos y todas con todo y con Dios.  Ante cualquier excluido por motivos religiosos, hay que poner en aprietos al Dios en quien creemos, o si no a él, al menos a los que se dicen sus enviados, y así, irrumpiendo, “de metidos”, hacerles concienciar que no hay perros, que todos son hijos e hijas, que el pan es para todos.

 Esta mujer, que sorprende equivocado al “Hijo de Dios” y que le ayudó a corregirse mientras le hacía presente el dolor de su hijita, deja sin razón cualquier fundamentalismo, cualquier intento de decir “Dios lo quiere” y “la Biblia lo dice” que no se fije en el dolor de los pobres y de los que sufren… Desde ese viaje en que Jesús cruzó la frontera y se encontró con esta extranjera supimos que los antiguos absolutos “Dios lo quiere” y “la biblia lo dice”  eran pura ilusión y se mostraron relativos; ahora el absoluto para Dios mismo y para todos los que quieran decir una palabra en su nombre es “mi hija está enferma y sufre mucho”.

La extranjera de Fenicia nos dice que lo que nos hace diversos, sea la religión, la patria, el género, la economía, la educación, las oportunidades, no son absolutos y hay que relativizarlos para podernos sentar todos a la mesa de los hijos e hijas; lo que nos une, tener un solo padre/madre Dios es lo que vale y esto se percibe cuando nos hacemos cargo del sufrimiento de los otros… el sufrimiento de la niña no resistió ninguna ideología en Jesús y echó por la borda todos los estereotipos que hubiera podido tener: si nos encontramos en el dolor, si “compadecemos”, si “simpatizamos”, nos encontramos en lo humano y esto es lo que posibilita liberación.

  • La religión de Jesús es el sufrimiento de los pobres

 La mujer le ayudó a entender a Jesús y nos ayuda a entender a nosotros que las discusiones sobre lo impuro o lo puro, sobre la gente digna o no digna, no tienen ningún sentido si hay una pequeña que está siendo víctima del mal.  Si crecemos con Jesús nuestra única religión será el sufrimiento de los pobres, fuera de allí no habrá lugar para adorar a Dios: Dios no se quiso quedar en el templo de Israel, su gloria y lo que se tiene que respetar está en las víctimas, empezando por esa niña del relato. 

 La mujer de la que hablamos le ayuda a Jesús y nos puede ayudar a nosotros a pasar de condiciones de privilegio a condiciones de límite, a calzarnos los zapatos de los demás y caminar en sus talladuras y de ahí saldrá el principio que garantizará toda liberación que sea del Evangelio y es que “lo que no se asume no se salva”.  La ternura de la mujer abraza a Jesús y vence toda cerrazón y la salvación se clarifica universal y para todos sin excepción.

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